_
_
_
_
_

Equilibrio de encajes y de crines

La estatua ecuestre de Felipe IV, obra de Pedro Tacca, es una de las más bellas del mundo. En su construcción participaron hasta diez personas, y costó 46.000 doblones de la época. Pesa nueve toneladas. El monarca español fue el mejor caballista de Europa, al decir del duque de Newcastle, a la sazón principal autoridad europea en asuntos equinos. El porte que exhibe el rey en la estatua de la plaza de Oriente es pronunciadamente erguido. Muestra sus bigotes rematados en guías, y su pecho, cubierto de un repujado corpiño. El escritor cortesano Ponz tiene escrito que sólo se vio a Felipe IV sonreír en público tres veces, tal era la gravedad de la que se afectaba.

El caballo cordobés que monta fue de los más bellos de sus cuadras, según los cronistas, y sus crines trenzadas, que caen sobre el lado derecho de su cuello, le dotan de una singular elegancia. Los escultores destacan, entre otras cualidades de esta joya de la estatuaria mundial, la belleza de la banda que cruza el pecho del rey y que culmina, sobre su costado izquierdo, en una ancha franja de encaje, cuya finísima puntilla no ha quebrado el tiempo. Crines y banda de encaje equilibran a derecha e izquierda el conjunto, alzado todo sobre los cuartos traseros del equino, cuyo abdomen muestra venas de un acentuado realismo.

Más información
Galileo pervive en la plaza de Oriente

Hace cinco años, los restauradores que limpiaban de pintadas la peana que soporta la estatua descubrieron que el vientre del caballo se había llenado de palomas. Cientos de aves se adentraban por un agujero por donde no pudieron salir, quedando en su interior muertas y poniendo en peligro su delicadísimo equilibrio.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_