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Columna
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Anónimo

Era sin duda el libro más esperado y menos previsible de la temporada, mucho más trascendente que la última novela de cualquier Nobel y muchísimo más apasionante que el último Planeta. Los periodistas líricos le llaman 'el libro de la vida', aunque es un mapa, una especie de Atlas Aguilar y, al mismo tiempo, un manual de instrucciones como los que se adjuntan con el vídeo o el horno microondas.

Los cartógrafos son, como era previsible, anglosajones. España, secularmente refractaria a la ciencia, ha estado al margen de las exploraciones de Craig Venter y Francis Collins. El proyecto Genoma Humano les debió parecer a nuestros administradores públicos cosa de poco monto y dudosa rentabilidad. En cualquier caso, nada comparable con los fastos del Quinto Centenario o la Expo. Hombres de poca fe, nuestros políticos no creyeron que el libro acabaría escribiéndose, publicándose luego y convirtiéndose, de un día para otro, en un best seller.

El libro es menos gordo de lo que se esperaba. Nuestro ADN contiene menos de 40.000 genes, el doble que la mosca de la fruta o un modesto gusano. Poca cosa. Además, Venter y Collins, nuestros Livingston y Stanley genéticos, han puesto en evidencia la burricie de los viejos y nuevos racistas, desde Sabino Arana o el impío don Pío Baroja hasta Le Pen o Heider. El 99,99 % del código genético es común a todos los humanos, independientemente del grupo étnico. Bueno es saberlo, aunque los inmigrantes que viajan en patera o en los bajos de un camión frigorífico o en el tren de aterrizaje de un Boeing es posible que el dato no termine de hacerles felices. El mapa del genoma es menos importante para ellos que el paso de las fronteras.

Afortunadamente, hay huecos en el libro de la vida. Conocer el final de la novela antes de comenzarla nos quitaría las ganas de leerla. De momento, Collins y Venter han editado el índice del libro. A lo mejor, cuando de edite la versión completa descubrimos el nombre del misterioso autor.

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