_
_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Papeles

Siempre se es el nazi de alguien; alguien humilla, ofende, manda, desprecia y maltrata a otra persona. Se suele dar en las familias, y el fascista puede ser el marido o la mujer, o los dos contra el hijo. Hay hijos nazis que destrozan a padres y abuelos. No lo son de una manera absoluta; en la calle o en el trabajo son agradables y serviciales. No hay mejor amigo de sus amigos.

En el trabajo: el fascismo de empresa. El nazi de la misma clase: el capo del campo de concentración, salido de las filas asesinadas. La gran ocasión de ser nazi sin parecerlo nos la dan los emigrantes. Se decía que el español no era racista: y es que no tenía raza a la que machacar, excepto el gitano que no cantase o bailase.

Una vez el ministro Fraga me atacó por un artículo en defensa de los gitanos porque ponía en peligro el buen nombre de España en la ONU; cuando le dije, aprovechando un segundo de silencio del vocinglero capataz de periodistas, que se había equivocado y el artículo no era mío y ni siquiera era mi periódico lo que agitaba zumbando ante mi cara, decía que le daba igual, que yo podía haberlo escrito. Harta razón tenía el fascista de un gobierno fascista. No era sólo mi nazi; era el de muchos.

El compañero de los padres o abuelos de los que ahora gobiernan, que son los nazis de los inmigrantes y los que empezaron a hacer un tabú de los papeles. El papel es una licencia para ser. Llevo la cartera llena de papeles inútiles, y tarjetas y permisos. Un residuo psicológico de guerra y pos: todavía creo que no puedo salir sin ellos. Antes de la guerra bastaba con la cédula y se viajaba por el mundo con la tarjeta de visita, que era la de la contribución, según me han contado.

El que da los papeles es que distingue el Ser o la Nada, por recordar a Sartre. El problema de los sin papeles es tan sencillo de resolver como dárselos, (no va a llegar la utopía feliz de suprimirlos, para todos: al menos, por ahora) pero en medio está toda la maldad que se acumula en el Gobierno-Estado de cada país.

Las democracias originales han aceptado los totalitarismos del carné, o el pase, y lo soportamos. Y cuál es nuestra superioridad sobre los que llegan a España huyendo de la miseria en la que España les dejó (puedo poner Europa donde España): tenemos los papeles, y el trabajo y las viviendas y los mercados. Y los colegios para niños con papeles: partidas de nacimiento, de bautismo, certificados médicos, cartilla de escolaridad, todo, todo.

Padres y madres se indignan y vociferan a las puertas del colegio donde entran niños mal empapelados: son los fascistas de esos niños.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_