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LA CASA POR LA VENTANA
Columna
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Si tú me dices ven lo dejo todo

A Zaplana le pasa con su gestión lo que a Falstaff con las tetas de la posadera, que no sabe por dónde cogerla

Dejemos las tonterías para otra ocasión. Yo no se qué clase de persona hay que ser para alegrarse de que nada menos que Eduardo Zaplana te distinga como a la niña de sus ojos, pero me hago una idea sobre los motivos que otros tienen para celebrar que esa chusca circunstancia exista. También se me escapan las razones de que un puñado de antiguos socialistas de corazón estén más contentos que unas pascuas cuando son llamados a lavar la imagen derechista de este gobierno, pero no me extrañaría nada que pertenezcan a esa secta que llevó al socialismo local al desastre, por lo que tal vez José Luis Olivas, si es que algo puede, debería avisar a su jefe de los peligros que corre al tratar de centrarse echando mano de semejantes elementos disolventes. Aunque tampoco cabe descartar que en la sutil estrategia de José Ignacio Pla figure lo que antaño se llamaba entrismo como una de las tácticas más eficaces para desarbolar al adversario. A este paso, hasta es posible que los populeros -sutiles brechtianos sin saberlo por la distancia que establecen entre los problemas reales y su batería de soluciones a 30, 60 o 90 días, ante el asombro de unos ciudadanos convertidos en espectadores- acaben haciendo la política apolítica que haría el socialismo de hace un par de lustros sin acabar de enterarse del descarrile que se les viene encima con tanta velocidad simultánea como están tomando. Y mejor dejamos también para otro momento las distinciones nada sutiles entre legitimidad de origen y de ejercicio.

Sobre todo ahora que el único gobierno verdadero, el del bigotito de cuello de botella, distingue con un valeroso galardón a un torturador antifranquista como Melitón Manzanas, identificado por todas sus víctimas por su salvaje adicción al impune sadismo de cloaca. Como que no está demostrado que la atroz voladura del almirante Carrero Blanco dejara de tener su aquel en la tromboflebitis que habría de llevar al anterior Caudillo a la tumba, tal vez ha llegado el momento de distinguir al general Franco también como una de las precoces víctimas del terrorismo vasco, con lo que tanto este gobierno como sus ramificaciones locales proseguiría su humanitaria labor de tomar como pretexto un problema sangriento para satisfacer a sus proveedores, a su legitimidad originaria y al albur rocambolesco de sus muchos ejercicios espirituales. Que se sepa, Fernando Savater no se ha pronunciado todavía sobre el asunto, debido tal vez a que está muy ocupado españoleando a la brava en territorio extranjero, territorio de origen más que de ejercicio. Desde la periferia, que también cuenta con su pasado democrático, hay que lamentar una vez más que el enfrentamiento con un totalitarismo de ejercicio que apenas cuenta con la locuacidad de la bomba lapa como objetivo enturbie el ánimo hasta el punto de condecorar con cruces diversas conductas no menos dadas al ejercicio totalitario de origen carnicero.

Qué otra cosa sino totalitarismo de consenso problemático es la afirmación municipal de Rita Barberá en el sentido de que estudiará uno por uno los casos -los casos- de edificios de interés histórico que pudieran oponerse a su estupendo plan de terminar de una vez por todas con la miseria de El Cabanyal abriendo las grandes avenidas de la libertad de circulación a los dictados de las grandes inmobiliarias. Más grotesca que esa opinión ilegítima es la creencia en que tal vez habría que salvar alguna que otra fachada decorada con manises, desdeñando no ya la muy histórica trama urbana sino también la resultante del tejido social que la legitimó con la obligaciones derivadas de su ejercicio sentimental. Mejor si nuestra querida Rita se mantiene en su papel de intermediaria y se aviene a destrozar todo cuanto encuentra a su paso sin dejar otra cosa que vestigios enlutados de lo que pudo ser y no fue porque ella, alcaldesa de nuestras más locas entrañas, se prestó. También gobierna, en lo municipal, para todos los valencianos, como bien saben los asquerosos vecinos de Velluters. Claro que en esta procesión de fantasmas más o menos aborígenes no puede faltar la mención a ese abogado de principios que se llama Juan Marco Molines, desinteresado adalid de ruinas sin remedio, que reclama la recompensa de una decena de millones por su democrática intervención de leguleyo de postrimerías contra la rehabilitación de Morvedre. Si la risueña subsecretaria de Cultura fuera más lista de lo que dan en suponer sus alegres frecuentadores, y rindiéndome de una vez a su consumada habilidad para animar con joviales impagados la tristeza originaria de los presupuestos públicos, debería obsequiar al airado picapleitos con una gira panamericana sobre el arte del entusiasmo fingido. Con la presencia de Yoko Ono en la foto a impresionar en las grandes capitales de esa estimulante y artística presencia valenciana.

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