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La Alhambra acoge una colección privada de damasquinados españoles de los siglos XIX y XX

El Palacio de Carlos V, en la Alhambra, acoge desde ayer una exposición de damasquinados realizados entre los siglos XIX y XX por el artesano Plácido Zuloaga, recuperador en España de esta antigua tradición islámica. La muestra consta de un centenar de objetos ricamente decorados que en su día fueron realizados para satisfacer la demanda de artículos de lujo de la emergente burguesía industrial vasca. Todas las piezas pertenecen en la actualidad a Nasser Khalili, un coleccionista de arte oriental que ha reunido numerosos trabajos del taller de la familia Zuloaga.

Entre las ataujías que se pueden admirar en la exhibición se encuentran grandes muebles, como arquetas y escritorios, y pequeños objetos de uso cotidiano hace un siglo, como pitilleras, fosforeras, pastilleros y cajas para rapé. Pero también revólveres, jarrones, espejos y un carné de baile, una diminuta libreta usada por las damas en las galas para apuntar por orden las peticiones masculinas.

Para damasquinar estos objetos, Zuloaga utilizó al principio motivos renacentistas. Sin embargo, el gusto por la cultura árabe que potenció el movimiento romántico llevó al artesano a introducir dibujos de inspiración islámica.

La Alhambra jugó en este sentido un papel preponderante. El taller reprodujo en sus manufacturas el escudo nazarí, escrituras cúficas presentes en el monumento, el famoso Jarrón de las Gacelas e, incluso, una imagen idealizada del Patio de los Leones.

La oportunidad de contextualizar estas obras ha sido una de las principales razones que ha movido a los organizadores de la muestra -el Patronato de la Alhambra, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y la Fundación Khalili- a traer la colección a Granada, donde permanecerá hasta el próximo 30 de abril.

La directora de Instituciones del Patrimonio Histórico, María del Mar Villafranca, calificó la obra de Zuloaga como 'artesanía con mayúsculas'. Plácido Zuloaga, padre del pintor Ignacio Zuloaga, sublimó el trabajo iniciado por su padre en Eibar (Vizcaya). En pleno auge de la industria del acero, los Zuloaga, que trabajaban como armeros de la Casa Real, adaptaron la tradicional técnica del damasquinado para embellecer el metal producido en los altos hornos. Su labor tuvo enorme aceptación entre la pujante burguesía industrial.

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Los organizadores de la exposición consideran muy curioso que el taller de Zuloaga se inspirara en motivos árabes para ornamentar sus trabajos en lugar de recurrir a la tradición vasca, justo cuando el movimiento nacionalista promovido por Sabino Arana se encontraba en plena efervescencia.

La familia Zuloaga realizaba los damasquinados siguiendo las técnicas tradicionales. Primero rayaba las piezas de hierro o acero para garantizar la adherencia de los hilos de oro que se incrustaban con la ayuda de un punzón hasta formar las figuras deseadas.

En la exposición, junto a los damasquinados del taller de los Zuloaga se exponen otros trabajos de talleres toledanos y 25 bocetos en papel realizados por el artesano vasco.

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