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Columna
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El hombre de Davos, bajo los síndromes

Joaquín Estefanía

Ya está aquí, un año más, el hombre de Davos (Samuel Huntington). Como todos los eneros, desde 1971, unos centenares de personas, empresarios, líderes de opinión, intelectuales, políticos, se reúnen en la estación de esquí de Davos, en los Alpes suizos, para hablar del futuro. Allí, donde Thomas Mann escribió La montaña mágica, se recluye durante una semana el ghota del capitalismo, analiza las tendencias y se da un baño de relaciones públicas. Cada año emerge de allí un lema, un mensaje, una moda, que luego se traslada al resto del planeta.

Un año fue la globalización; el siguiente, la globalización responsable; otro, la nueva economía; el último, el éxito de las empresas punto.com. Esta semana tratarán de cómo mantener el crecimiento y reducir las diferencias provocadas por la revolución digital. Pero el ego pronosticador de los reunidos no será muy alto: no intuyeron la última crisis financiera de los años 1997 y 1998, y ni siquiera han rozado la espectacular caída de las empresas relacionadas con Internet. En enero de 2000 todo era euforia, pero tres meses después, a mediados de abril, se iniciaba una continua rebaja de los valores tecnológicos en las bolsas, el mercado quebraba a muchas empresas de alta tecnología, las sociedades de capital riesgo se tentaban la ropa antes de conceder mayor financiación, y las opciones sobre acciones de esas empresas perdían una gran parte de su atractivo como sistema de remuneración.

Este año, el hombre de Davos (preferentemente varón, norteamericano, joven, familiarizado con las tecnologías y con el Nasdaq, perteneciente a la nueva economía y muy rico) habrá de trabajar en unas condiciones muy distintas a las de hace 12 meses. El mundo atraviesa la moda de los síndromes. No sólo los de las vacas locas y los Balcanes (fundamentalmente europeos y, por tanto, subsidiarios para los americanos), sino también los económicos.

El primero, el síndrome de los ciclos. El apellido Bush no tiene suerte con la economía. George Bush padre perdió ante Clinton la presidencia de EE UU porque la economía americana sufrió, a principios de los noventa, una recesión. Bush hijo sucede a Clinton pero, paradójicamente, lo hace en una coyuntura que oscila entre el aterrizaje suave y la recesión (todavía es pronto para determinarlo), tras el periodo más dilatado de crecimiento de la historia de Estados Unidos. Los reunidos en Davos por el World Economic Forum habrán de analizar con lupa hacia dónde se encamina el planeta y si existen analogías o no con el ambiente de 1998 (desplome de las bolsas, caída de las materias primas, devaluación en cascada de las monedas de los países emergentes, suspensión de pagos de Rusia -atención otra vez-, temor a la recesión mundial, etcétera). La bajada de impuestos que proclama el nuevo presidente de EE UU, ¿es la receta adecuada para corregir la coyuntura o tiene razón Clinton en demandar la continuidad del rigor presupuestario y fiscal?

A todo ello se une la corrección de los negocios de Internet y las dificultades de las telecomunicaciones. ¿Va a seguir habiendo financiación para los primeros? ¿Va a separar el mercado el humo y el oportunismo de los proyectos solventes, o van a sufrir todos como consecuencia de la confusión y de los excesos de la exuberancia irracional? A este síndrome hay que añadir las dificultades de las grandes empresas de telecomunicaciones, muchas de ellas antiguos monopolios, que se han endeudado hasta la extenuación para conseguir unas licencias de telefonía móvil, las UMTS, que no parecen un negocio tan nítido como hace unos meses. Y un último síndrome: el de la liberalización eléctrica en California, tan fallida, en el corazón de la nueva economía. Mira que si las liberalizaciones tampoco son la panacea universal que nos contaban.

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