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Una exposición invita a la reflexión sobre el retrato como instrumento de poder

"El linaje del emperador" realiza un recorrido por la época de la Casa de Austria

El retrato como creación estética pero también como instrumento de poder. La exposición El linaje del emperador propone al espectador un ejercicio intelectual para descubrir el valor artístico del retrato pero con un guiño de que no es tan inocente. En el hermoso marco de la iglesia de la Preciosa Sangre, de Cáceres, un templo que asume la doble condición de espacio religioso y artístico, se muestran casi cien obras de arte de Zuccaro, Sánchez Coello, Agostino Carraci, Lucas de Heere, Herrera Barnuevo o Tiziano, que abarcan todo el periodo de la Casa de Austria.

Lectura política

La exposición, organizada por la Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, con la colaboración de la Junta de Extremadura, permanecerá abierta hasta el 7 de enero de 2001. Según el comisario de la muestra, Javier Portús, es "una exposición para ver de la manera más relajada posible y dejando que los cuadros hablen por sí mismos". "Hemos querido combinar el placer con la enseñanza", destaca.La exposición es una reflexión sobre el retrato en la Casa de Austria en el siglo XVI, pero investiga también sobre la propia ideología de la época: "El hecho mismo de que existan tantos retratos de la Casa de Austria nos indica la utilización del arte como un medio de propaganda política, de identidad y de autorreconocimiento. Esas características las fue adquiriendo la convivencia con el retrato durante el siglo XVI, y así ha permanecido hasta nuestros días", subraya Javier Portús, recordando que fue precisamente en esa época y con la Casa de Austria cuando surge y madura este fenómeno.

La exposición permite lanzar una visión general sobre el retrato, reuniendo obras que rara vez han podido ser vistas juntas y que proceden de diversos fondos: Kunsthistorisches Museum de Viena, Museo del Prado, Real Monasterio de El Escorial, Museo de Bellas Artes de Bilbao, Galleria Uffizi de Florencia, Galleria Nazionalle de Parma, Biblioteca Nacional, Museum Platin-Moretus de Amberes y otros museos y colecciones privadas como la de Várez Fisa o el legado de Rodríguez Moñino.

La exposición se ha estructurado en ocho apartados: 'El linaje', 'El emperador', 'Disfraces del retrato', 'La imagen del gobernante', 'Imágenes de una cultura caballeresca', 'La sucesión', 'La condición femenina' y 'El retrato dentro del retrato'.

Las obras que pueden contemplarse permiten hacer no sólo una lectura artística, sino también política y social, con creaciones de Sánchez Coello, Antonio Rizzi, Michele Parrasio, Bernard van Orley, Antonio Moro (del taller de Tiziano), Lucas de Heere, Pompeo Leoni, Zuccaro y otros artistas.Abarca desde finales del siglo XV, con un retrato de Isabel la Católica; continúa por el siglo XVI y hace una incursión en el XVII con un retrato de Margarita, la hija de Felipe III. La exposición escruta la idea del linaje como algo importante no sólo porque a través del mismo se establecían relaciones políticas, sino porque su propia historia lo legitimaba: "La continuidad en una tradición de ejercicio de poder legitimaba que los nuevos miembros siguieran ejerciendo el poder, pero no gratuito, porque arrastraba privilegios y responsabilidades". En este sentido, Portús destaca una estampa de Felipe II "con los escudos de todas su posesiones, pero al lado de personificaciones de la caridad, la fe y la justicia, que hacían alusión a su obligación de defender la ideología católica y administrar justicia".

Portús dedica especial atención a un retrato de Carlos II, atribuido a Herrera Barnuevo, y que se encuentra en el Museo Lázaro Galdeano. Es un Carlos II niño, rodeado de toda la simbología del poder, la historia y la época: Toisón de Oro, bastón de mando, cetro, corona, una gran bola del mundo y abundantes referencias a sus antepasados en otros retratos dentro del propio retrato donde aparecen Felipe IV, Mariana de Austria y el propio Carlos I: "El autor de la pintura está proponiendo un discurso legitimador, que se basa en ideas como la genealogía, la historia, la virtud política y la sucesión dinástica". El comisario justifica por qué, siendo la mayoría de los retratos de los Austrias, incide precisamente en el de Carlos II: "Lo cierto es que existen pocas imágenes relacionadas con España que muestren de forma tan clara hasta qué punto a las distintas tipologías o incluso a los propios medios artísticos les estaban asociados contenidos específicos. No era lo mismo una miniatura portátil que un cuadro que colgaba de la pared, una ilustración de un libro o una estatua de bronce".

En busca de una identidad

"¿Qué es lo que puede percibir un espectador sobre las relaciones de parentescos sociales, de dependencia, de sexo, políticas, que se establecían en el seno de un linaje en el siglo XVI, cuando se encuentre aislado en una sala?", se pregunta el comisario de la exposición, Javier Portús. Eso es precisamente lo que se encuentra el visitante de El linaje del Emperador. Una sucesión de retratos dentro del retrato, de personas que necesitan de un retrato para identificarse.

El espectador observa personajes que al ser retratados mostraban la necesidad de adoptar la personalidad de un miembro de la historia sagrada o de la mitología para que le identificaran con algo. "La convivencia con el retrato real en el siglo XVI permitió dar un paso más dentro de ese proceso, y empezaron a aparecer retratados personajes que no lanzaban la mirada hacia la historia sagrada o la mitología, sino que ya empezaban a identificarse a través de un retrato de un familiar", dice Portús.

Hijas, mujeres o nietas de príncipes que a través de retratos de maridos, padres o abuelos reafirman que su condición depende de la personalidad de un miembro de su familia. "Eso es muy significativo no sólo de la condición social de la mujer en esa época, sino también de las relaciones políticas o de hasta qué punto el concepto de familia era vertebrador de la identidad personal".

Entre todas las obras, destacan los retratos de doña Juana de Portugal, de Sánchez Coello; Isabel de Valois, de Sofonisba Anguissola, o el autorretrato de Federico Zuccaro, portando una medalla de Felipe II.

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