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Luis Mateo Díez obtiene el Nacional de Narrativa por su fábula 'La ruina del cielo'

El autor cree que "se acabaron los experimentos, los escritores ingenuos y las novelas ingeniosas"

Celama, el territorio mítico de Luis Mateo Díez, su Macondo particular, se ha revelado como el gran talismán del autor leonés (1942). La ruina del cielo, segunda novela suya que transcurre allí, ganó ayer el Premio Nacional de Narrativa 1999, después de ganar el de la Crítica. Novela de la memoria, cajón de sastre donde caben poemas, teatro o monólogos ("toda la herencia literaria del siglo"), su autor la define como una fábula sobre la pérdida: "Trata de la desaparición de un modo de vida, sobre el vértigo de este tiempo que acepta lo nuevo sin entenderlo y borra la memoria de lo que fuimos".

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El premio, dotado con 2,5 millones de pesetas, fue decidido por un nutrido jurado, compuesto por académicos, escritores, críticos y funcionarios de la Dirección General del Libro: Francisco Ayala, Almudena Grandes, Ignacio Echevarría, Carme Riera, Basilio Losada, Raúl Guerra, Ángel Basanta, Alex Broch, Patri Urkizu, Aurelio Loureiro, Fernando de Lanzas y Luis González.Mateo Díez, que fue premio Nacional de Narrativa en 1987 por La fuente de la edad, recibió la noticia en su puesto de trabajo (la Casa de la Panadería del Ayuntamiento de Madrid), a punto de salir para León a dar una conferencia. Con su amabilidad de siempre y su literaria y correctísima (casi decimonónica) forma de hablar, expresó su "gran satisfacción" por el "reconocimiento importante y reincidente" a este libro "de largo recorrido que ha emitido más cosas que otros".

"Tengo la conciencia de que es el libro más importante que he hecho", dice Mateo Díez; "y no sólo por la buena acogida de la crítica, sino porque muchos lectores me han llamado, me han hablado de la novela, y tengo la sensación de que es una fábula que ha comprometido a la gente, que muestra cosas que conectan con la experiencia, la memoria y los sentimientos de muchas personas".

La ruina del cielo, que publicó Ollero & Ramos en 1999, es quizá su libro más querido. Pero no por el éxito que ha tenido. "A veces se quiere más a los hijos feos que a los guapos, aunque la decisión sea un poco atrabiliaria. Pero esta vez el sentimiento personal coincide con el de los lectores y el de los críticos. Quizá porque la narración proviene de mi propia experiencia, de mis vivencias de niño y adolescente, de mi entorno familiar, de mis afectos y mi mirada más que de ninguna otra".

Celama

Ese entorno legendario, llamado Celama, que aparecía también en El espíritu del páramo, surge aquí con más intensidad y en una forma más personal, funcionando en una doble vertiente: como obituario de las culturas rurales y los modos de vida del pasado; y como reflexión sobre la muerte, sobre la pérdida y las desapariciones.Trasmutado en un médico rural que narra la novela mientras abre las tumbas de los muchos personajes que aparecen, Mateo Díez escribió, durante dos años, bajo la sombra de las cercanas muertes de sus padres, marcado por lo que define como "la tensión entre lo poco que vas pudiendo ganarle a la vida y lo mucho que la vida te hace perder".

Pero, por extensión, la novela reflexiona sobre otra contradicción "terrible" de nuestros días. "La de aceptar el vértigo trivial de lo que nos llega, de lo nuevo, de lo tecnológico, sin tener tiempo de entenderlo. Eso borra la memoria, nos deja sumidos en un vacío total, en un extraño desconsuelo sin sentido. Se dice que se han perdido los valores, pero lo que hemos perdido son las formas de vida, los pequeños hábitos. Y el problema es que no logramos sustituirlos con otros nuevos. Es el desconsuelo que sufre, por ejemplo, la gente que deja de fumar".

Mateo Díez afirma que en La ruina del cielo apostó por sustituir la memoria por la ficción "tratando de eternizar los recuerdos". Para él, que empezó siendo poeta, la novela sigue siendo "un artefacto para contar la vida". Aunque con algunos reparos. "El siglo XIX fue el punto álgido, y el XX ha sido el de la experimentación. Ahora, el patrimonio de la novela es tener conciencia de ese pasado: conocemos todas las técnicas, todos los recursos, y hay que escribir con la gran herencia que tenemos detrás. Pero yo reivindico el género desde la posibilidad más narrativa: el contar es el elemento sustancial".

Libertad total

En ese sentido, La ruina del cielo es una especie de cajón de sastre que cuenta desde una gran variedad de formas distintas: poemas sueltos, una obra de teatro, monólogos interiores, memorias, imágenes... "No creo que quede por usar nada que no esté ya usado, pero yo no lo utilicé porque me propusiese hacer un gran despliegue, sino porque las necesidades narrativas me llevaron ahí".Para Mateo Díez, nadie puede negar a un novelista de "los albores del tercer milenio" la absoluta libertad de hacer lo que le dé la gana. "Lo importante es contar, fabular, hablar con el destino y darle a la novela un sentido global que alimente la complejidad de la narración. Porque ya se acabaron las novelas ingenuas y los escritores ingeniosos de la posmodernidad. Hay que salir de ese gusto por lo propio, dejar de mirarse tanto el ombligo. La gente pide fábulas complejas".

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