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Reportaje:AULAS

Para dejar de ser pardillos

Carmen Morán Breña

Cuando los alumnos están en el último curso del bachillerato son los reyes del instituto, los mayores, los vocingleros. Cuando llegan por primera vez a la universidad no pasan de pardillos. El ciclo vuelve a empezar. Hay que hacer nuevos amigos, aprender distintas técnicas de estudio, acostumbrarse a otras prácticas estudiantiles y enfrentarse a un sistema completamente desconocido.Para algunos estudiantes esa situación de cambio no supone más que unos días de adaptación y algunos malos ratos, pero otros pueden acabar con un curso fracasado. Contra esto último se ha puesto en marcha un programa en la Universidad Pablo de Olavide que trata de crear un buen clima entre los alumnos de nuevo ingreso y suavizarles el camino universitario que comienzan. Unos 300 voluntarios se apuntaron para participar en este proyecto, que se les explicó al formalizar su matrícula.

Cuando llegaron el pasado lunes les recibió la rectora, Rosario Valpuesta, que les dio la bienvenida. Después se encargó de ellos el vicerrector de Alumnos, Manuel Porras. Los distribuyeron en grupos sin tener en cuenta la titulación en la que se han matriculado.

Y así, con la ayuda de orientadores de los institutos sevillanos que ha prestado la Delegación, comenzaron las sesiones. En la primera se trataba, sin más, de conocerse entre ellos, porque los amigos que les habían acompañado durante el bachillerato ya no estaban a su lado. Ahora tenían a un desconocido.

El orientador David de la Fuente se encargaba el lunes de romper el hielo con el grupo de la tarde. Los alumnos permanecían en silencio, sentados cada uno por su lado, apocados. Entonces comenzó el juego. Repartieron papeletas con unas preguntas para que cada cual encontrara a su "alma gemela" y entablaran conversación. Se buscaron como se busca en una fiesta a la pareja que toca en suerte: caperucita con el lobo feroz; Heidi y Pedro; Humphrey Bogart y Lauren Bacall; Zipi y Zape. Y el ruido de la clase comenzó a subir.

Acabada esta primera fase, De la Fuente mezcló a los estudiantes con otro criterio. Y las conversaciones se sucedieron con un volumen más alto aún. Los alumnos tenían que encontrar cosas en común entre ellos y poco a poco se fueron investigando las aficiones, los gustos, las manías. ¿Qué compartimos todos?, se preguntaban. "Las ganas de acabar la carrera en el tiempo exacto, cuanto antes mejor". Sí, ahí estuvieron de acuerdo. Después se preguntaron de dónde procedían. Casi todos de Sevilla, algunos de pueblos, unos de colegios públicos, los más, y otros, de privados.

Y después, José María Escamilla quiso saber dónde se aparcaban las bicicletas en la Pablo de Olavide. El vicerrector de Alumnos salió a la calle para indicárselo.

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La primera sesión había dado el resultado apetecido y no es tarea fácil hacerse un hueco en la vida de otras personas con las que, en principio, no se tiene más en común que haber elegido la misma universidad.

En las siguientes reuniones aprenderán técnicas de estudio, cómo funciona la universidad, qué hacer para participar en las actividades que se programen, quiénes les representan, cómo hacer llegar las quejas al lugar adecuado. "Por el hecho de que sean universitarios, ya mayores, y les hayan dicho que ahora tienen que buscarse la vida ellos solos, no quiere decir que no tengan un cartel que les indique dónde está la cafetería, o la biblioteca", dice Manuel Porras.

"Al principio no sabes de qué va esta idea de integrar que te proponen, pero con este método, cuando llegas no estás tan perdido, es una ayuda porque aquí no conoces a nadie", dice Rocío de Luque.

Ahora tienen que estudiar mucho, "pero mucho". Pero primero tendrán una fiesta de bienvenida, a finales de esta semana, para consolidar sus primeras relaciones. Y para dejar de ser pardillos.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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