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Generación NómadaMarta Ruiz ha colaborado en proyectos de ayuda a los campesinos salvadoreños

Islas a contracorriente JOSEP GARRIGA

Marta Ruiz, 27 años: "Si el objetivo era reincorporar laboralmente a unos cuantos descarriados, conmigo lo han conseguido. Llevaba mucho tiempo errante, de persona-caracol". En la mente de esta joven nómada, con los pies en Barcelona y el corazón en El Salvador, todavía rezuman las imágenes de campos anegados por las aguas, del trasiego de avezadas familias abandonando sus hogares por culpa del río Lempa y por la sinrazón de unos políticos que, tras ofrecerles una tierra fértil, ahora les obligan a abandonarla en silencio a golpe de compuertas, abriendo los embalses cuando no toca.En 1992, tras la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno salvadoreño y la guerrilla del FMLN, unas 80 familias, integradas por población civil desplazada o antiguos combatientes, se establecieron en Matadepiña, una pequeña aldea situada en la región del Bajo Lempa, a unas cuatro horas de San Salvador, la capital. Las tierras son fértiles, quizá demasiado, pero extremadamente innundables. Las autoridades concedieron una hectárea a cada unidad familiar. Un monocultivo de choclo (maíz) y frijoles. Apenas para alimentar a la prole.

Ahí entró en acción Marta. Su vinculación a Món-3 (una organización no gubernamental universitaria), sus estudios de Ingeniería Agrícola y las convincentes charlas de Teresa, una compañera que ya había pisado la zona, la animaron a probar suerte.

Era 1994 y Marta acababa de cumplir 21 años. Recién salida de la facultad. Había llegado la hora de aprender sobre el terreno. Olvidar los libros, se dijo, y "ver las cosas desde la perspectiva de un campesino salvadoreño que tiene una hectárea para alimentar a toda la familia, padre, madre y unos ocho hijos". Ahí es nada. "A mí que no me metan en un reparto de alimentos. Me da mal rollo, me siento como Papá Noel", precisa.

No dio ni un duro a la familia que la acogió. De vez en cuando, comenta, compraba alimentos de primera necesidad o aquellos más difíciles de adquirir. Pero lo que la cautivó fue la cooperativa agrícola de Matadepiña. Realmente la atormentaba día y noche. Incluso cuando llegó a España. Su proyecto final de carrera, Marta lo dedicó a la cooperativa de Matadepiña. Redactó una propuesta para mejorar la producción agrícola, tanto en colectivo como en individual, y diversificar los cultivos. Antes de la guerra, las plantaciones de algodón invadían el Bajo Lempa. El masivo uso de DDT acabó por malograr la tierra. En El Salvador, la pobreza acecha a casi un 62% de la población rural. Pero las iniciativas de Marta eran puro papel. Carecía de recursos para regresar a El Salvador. La suerte se cruzó en su camino. Por una casualidad, Caldes de Montbuí se hermanó con Matadepiña, sus habitantes recaudaron 1,5 millones de pesetas para construir una escuela y necesitaban una persona para controlar el proyecto. "Cuatro meses en el 94 me supieron a poco. Así que regresé en el 95 y opté por quedarme todo el 96", añade Marta Ruiz.

En la cooperativa, Marta enseñó a los agricultores la llamada agricultura ecológica. Plantaron plátano, piña, papaya, maracuyá, marañón y loroco, unas flores para aderezar comidas que tan sólo se consumen en El Salvador. "Yo el trabajo de allá lo viví con un poco de escepticismo, pero se curó con el tiempo. La verdad, todos teníamos muchas ganas. Empecé con un grupo de 10 agricultores y terminamos 50. Se produjo una especie de efecto dominó", explica satisfecha, mientras una expresión de orgullo se dibuja en su cara.

En 1999, Marta consiguió una beca de la Secretaría General de la Juventud de la Generalitat para jóvenes cooperantes, con el objetivo de reincorporarlos al mundo laboral a su regreso a Cataluña. Eligió irse otra vez al Bajo Lempa, una de las zonas azotadas por el huracán Mitch, a finales de octubre de 1998. El panorama era dantesco, recuerda, no sólo por los efectos de la cola del huracán, sino porque al Mitch le siguieron continuas riadas del Lempa. "En 1999, cada 15 días todo se inundaba". Una sola presa regula el río y las autoridades salvadoreñas son incapaces de gestionar el cauce correctamente. Algunas voces, a escondidas, culpan de estos desastres endémicos a las mismas autoridades, no por incompetencia, sino para obligar a los habitantes de la comarca a abandonar definitivamente sus tierras y regalarlas a los terratenientes. Las lluvias, el agua y el fango dejaron a su paso más de 200 muertos.

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"Allí nadie hace nada", abunda Marta, "los ancianos del lugar recuerdan que antes llovía más y nada se inundaba". Quizá 80 millones de pesetas hubieran servido para reparar las bordas del Lempa destrozadas durante la guerra y así evitar muchas inundaciones. Había 80 millones de pesetas, procedentes de la ayuda exterior. Arena, el partido gobernante del presidente Francisco Flores, se los regaló a los patrulleros, informantes al servicio del Gobierno sobre los movimientos de los guerrilleros.

En medio del desastre, un rinconcito para la esperanza. "La gente de allá nunca se conforma con su situación. Y cualquier ayuda es buena, aunque provenga de una chele (extranjera). En 1999 comprobé que todavía quedaban muchas más cosas de las que hicimos los años anteriores de lo que imaginaba en un principio", afirma. Así es como Marta concibe la ayuda. "Vas creando islas a contracorriente en un contexto mundial nada favorable. Allá lo mejor es facilitar procesos, apoyos a iniciativas de cambio del lugar", señala. Por ello, siente cierto rechazo a la ayuda de urgencia, aunque reconoce que es imprescindible.

Món 3. Av. Diagonal 390, Barcelona. Facultad de Económicas. 93 402 43 25. Programa para jóvenes cooperantes. Secretaría General de Juventud de la Generalitat de Cataluña. Tel. 93 483 83 83

Consuelo Bautista

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