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Reportaje:

"O adelgazo o dejo la espeleología"

El estudiante de 21 años que pasó siete horas atrapado en una cueva de Patones duda si seguirá explorando cavernas

Alejandro del Peral, de 21 años, 1,85 metros de estatura y 130 kilos de peso, es un estudiante de Letras que aprobó la selectividad en junio con una nota de 6,11. El miércoles, ya de vacaciones, salió de excursión con dos amigos, Nacho y Cristina, de su misma edad. Se adentraron en la cueva del Reguerillo, en Patones. La aventura acabó en angustia. Álex, como le llaman sus amigos, se quedó atrapado durante unas cinco horas en una estrechez de la cueva, a unos 100 metros de profundidad. Una roca le oprimía el torax. Tuvo dificultades para respirar. Se desvaneció dos veces. Vomitó de angustia. Se quedó sin fuerzas. Las piernas no le respondían. Sufrió mareos.La excursión arrancó en Las Rozas. Alejandro y Nacho se montaron en el coche de Cristina y pusieron rumbo a Patones. En el maletero llevaban tres mochilas con comida, bebida, una cámara de fotos, una cuerda de escalada sin estrenar, dinero, ropa de repuesto, dos teléfonos móviles y un mapa de la cueva del Reguerillo con la ruta subrayada en rotulador.

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Hacia la una del mediodía llegaron a la presa del Pontón de la Oliva, situada montaña abajo de la cueva. Cargaron el equipo básico para la excursión en una mochila, tomaron un tentempié y comenzaron a caminar montaña arriba. Una hora después alcanzaron la entrada a la cueva. Nacho era el más experto de los tres. Se había adentrado en la cueva ocho veces y conocía la ruta a seguir. Alejandro sólo lo había hecho dos veces. Cristina, ninguna.

Se colocaron unas linternas en la cabeza, sujetas con gomas, y comenzaron el descenso. Nacho hizo de guía de la expedición. Las dos primeras horas de bajada fueron gratas, sencillas. Caminaban con relativa facilidad, erguidos en muchos tramos. Había corrientes de agua subterránea que circulaba bajo sus pies y goteras que caían de entre rocas. Hicieron fotos con flas.

Poco a poco, el descenso se fue complicando. Llegaron a una zona conocida como la grieta. Lanzaron la cuerda por la estrechez y Alejandro se ofreció a pasar el primero. Se llevó el primer susto. "Me resbalé y caí un metro, pero me logré sujetar a la cuerda". Prosiguió y llegó hasta un tramo aún más angosto denominado el tubo. Sus compañeros estaban 15 metros cueva arriba. Se comunicaban a voces.

Álex se metió en el tubo. Entró con los pies por delante, en posición horizontal. Pasó medio cuerpo. Luego metió el brazo izquierdo. Entonces se quedó atrancado, con la cabeza y el brazo derecho fuera. "No me podía ni mover". Una roca le oprimía el tórax y le dificultaba la respiración. Entonces les gritó a sus amigos: "¡Me he quedado encajonado! De aquí no puedo salir. ¡Avisad a alguien!". "Ya había pasado por ahí dos veces antes, pero, como había engordado, me quedé atascado", explicó ayer. Eran las cuatro de la tarde.

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Nacho salió en busca de ayuda. Cristina se quedó en la gruta para tranquilizar al accidentado. Alejandro apagó su linterna para ahorrar batería. Cristina la tenía fundida. Estaban a oscuras. Hablaron de la familia, de sus amistades... "También intenté dormir para recuperar fuerzas para cuando me vinieran a rescatar", explicó. Imposible. La angustia se apoderó de él y se mareó.

Entretanto, su amigo Nacho corría montaña abajo hasta la presa del Pontón, donde dejaron el coche. Allí se encontró con dos montañeros, Pedro y Félix, que iban a escalar. Nacho les contó lo ocurrido y les pidió ayuda. Aceptaron. Subieron en coche hasta la cueva. Se adentraron en la gruta. Habían pasado unas tres horas. Félix, uno de los dos alpinistas, descendió por la grieta hasta donde estaba atrapado Alejandro. Le cogió de una mano y tiró fuerte, hacia fuera. Logró sacarle el brazo izquierdo y, a tirones, el resto del cuerpo.

Alejandro quedó aliviado, pero exhausto. Trató de ascender la cueva por su propio pie. Las piernas no les respondían. Álex le dijo a Nacho que saliera de nuevo a pedir ayuda. Le dio su móvil y le dijo el código de acceso para operar con el aparato. Pero se confundió en el número. "Estaba un poco mareado y se lo dije mal". Nacho, ya fuera, no pudo usar el teléfono de su amigo. Corrió al coche a por su teléfono y se encontró con una segunda y desagradable sorpresa: alguien les había robado las dos mochilas que dejaron en el vehículo.

Entonces paró un coche que pasaba por ahí y el conductor le ofreció su móvil para marcar el teléfono de emergencias: 112. El Grupo Especial de Rescate de Altura (GERA) de los bomberos se adentró en la cueva. Llegó hasta Álex y le puso un arnés de sujeción alrededor del cuerpo. Luego le izaron cueva arriba. "Como si tirara de mí una grúa", recordaba ayer el rescatado. Del tirón se vomitó encima. A las once de la noche asomó la cabeza por la boca de la cueva y vio las estrellas del cielo de la sierra. Se quedó pensativo. Impresionado. Ayer, ya en frío, la conclusión que sacó fue ésta: "O adelgazo o dejo la espeleología".

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