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TRAGEDIA EN SORIA

Los padres viajaron a Soria sin saber si sus hijos estaban vivos o muertos

Una agonía infinita. Una desazón interminable. La incertidumbre sobre el destino de sus hijos atenazaba a los padres y madres que acudieron, poco después de conocer la tragedia, a los colegios de Ripollet y Viladecans. Cuando entre las ocho y las nueve de la noche, tras una tarde densa en miedo y pobre en información, partieron en autocar hacia Soria, la mayoría de ellos no sabía si iba a encontrar a su hijo vivo o en un féretro.

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"¡Está viva!"

"Esta mañana los vi salir con sus mochilas. Ahí". La vecina del colegio Sant Esteve, en Ripollet, señala con el dedo el lugar donde muere la calle Els Afores. En la misma esquina donde a las 7,30 de la mañana de ayer arrancó un autocar cargado de niños de entre 13 y 16 años dispuestos a disfrutar de 11 días de colonias, está a punto de partir, justo 12 horas más tarde, un segundo autocar repleto de padres y familiares que se cubren los ojos, se tapan las caras, se llevan la mano al pecho. O miran al suelo. Algunos apenas se sostienen de pie. Dos psicólogos les acompañan. Van a por sus hijos, pero no saben si están vivos o muertos. Poco antes de esta segunda y dramática expedición, José Luis Aragón, uno de los padres, se ha atrevido a salir del colegio. Necesitaba aire. Ayer por la tarde, el centro escolar se convirtió en el pozo donde los familiares de los participantes en la excursión descargaban su angustia común y muchas lágrimas. "Mi hijo iba allí..." ¿Qué edad tenía?, le preguntan. "Esta mañana tenía 13 años. Ahora ya no lo sé".

"No sabemos nada. Llamamos a todo el mundo en Soria. Nos dicen que están colapsados". Decenas de vecinos, amigos y familiares se apartan lentamente para permitir que el autocar avance. Media hora más tarde continuarán en el mismo sitio, no hay quien los mueva, mientras el aire se llena del mayor zumbido de móviles que recuerde la ciudad. La frase se repite: "No sabemos nada".

"No entiendo que en esta época de comunicación se tarde tanto en poder enterarse de algo", repite Teresa, de 13 años. En medio del drama, se le escapa un suspiro de alivio. Acaba de alcanzarle el rumor de que Marta López, una de las chicas de las cuatro clases afectadas -Segundo A y Tercero A, Segundo B y Tercero B-, está entre los supervivientes. "¡Está bien, está viva!". Otros se echan las manos a la cabeza: "El chófer del autocar era el padrastro de Navarrete". El padre del chico, Antonio José Navarrete, ha sido visto saliendo del colegio hacia las siete de la tarde. ¿Iba el chico con él o viajaba con el grupo? "No sabemos". El alivio de Teresa no es el único que despunta con timidez en un Ripollet sumido en la incredulidad. Algunos han tenido suerte. Francisco Mesa, el abuelo de uno de los niños que iba a participar en las colonias, Rosendo Mesa, acaba de hablar por teléfono con su nieto. Le ha explicado entre sollozos que iba en la parte trasera del autocar, como le había aconsejado el abuelo. Es la única parte que no quedó aplastada. Rosendo, que es huérfano de padre y madre, sólo ha resultado herido en una pierna.La escena contrasta con la rabia de una de las madres de los niños, que se ha enterado del accidente más tarde que los demás y que se persona en el colegio cuando el autocar ya está a punto de marchar. "¡Déjenme pasar! ¡Por favor!", grita mientras se abre paso entre niños y micrófonos. Cuando se la engulle la puerta, custodiada por dos policías nacionales, el silencio se hace pesado. Los niños lo acaban quebrando con los nombres de los amigos que recuerdan: "Carlos Barcans, Rafa Monroy Sánchez, muy simpáticos. También iba Guilera", dice David Moreno. David tampoco encontró plazas el año pasado. "Estoy hecho polvo. Déjame". Dos niñas, mientras tanto, se abrazan.

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Delante de la escuela, la Guardia Urbana intenta regular el tránsito. Tampoco sabe nada. "Hay que mantener la calma", murmura el párroco de Ripollet, Josep Maria Mora, que se dispone a oficiar la misa diaria de las 7,30 de la tarde. Mora ha querido acompañar a los padres de los estudiantes y transmitirles el apoyo del cardenal Ricard Maria Carles. Les invita a "mantener la calma". "Lo que importa es conocer la situación real, hay mucha confusión y nadie puede confirmar", añade.

¿Cuántos profesores iban en el autocar?, pregunta alguien. Una niña, Irina, se encoge de hombros. "Sé que estaba Ingrid, una monitora". La calle es un enjambre de rumores. Unos preguntan a otros si al final aquel niño o aquella niña han ido de colonias. "¿Su hijo está bien?" Preguntan por sobrinos, nietos, amigos, hermanos, vecinos. Pero en la mayoría de casos, la respuesta es la misma: "No lo sé. Nadie sabe nada".

Uno de los padres explica que había intentado convencer a su hija para que se apuntara al viaje, pero que ella había decidido quedarse porque a las colonias iban muy pocas niñas. Hace años que los estudiantes de San Esteban van a Burgos a pasar once días de colonias. Nunca antes ha ocurrido nada. A la hija de Juani Domínguez le toca ir el año que viene. Otra niña se tira al cuello de su madre, tras preguntar a unos y otros si saben algo de sus amigas. Chicos y chicas hacen corros e insisten en que a sus amigos no les puede haber pasado nada, que han oído que están bien, que "tienen que seguir vivos".

Lo peor es la angustia. Las puertas del colegio Sant Esteve de Ripollet bullen de interrogantes, seguidos del irritante "no lo sé, no sabemos". Los pensamientos y, sobre todo, los temores, se reflejan en las miradas. El autocar se ha marchado hacia Soria hace ya un par de horas. Pero todos continúan ahí, petrificados, en la esquina de donde, ayer, con 12 horas de diferencia, partieron dos autocares rumbo al infierno.

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