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Música y musicalidad

La Filmoteca Española está proyectando durante los meses de junio y julio un curioso ciclo de películas agrupadas bajo la denominación Música y musicalidad en el cine. La idea ha surgido como complemento de la presentación del libro de Eric Rohmer De Mozart a Beethoven. Ensayo sobre la noción de profundidad en la música, editado en francés en 1996 por Actes Sud y ahora traducido al castellano en Ardora Ediciones. El concepto de musicalidad es escurridizo. El Diccionario del español actual de Manuel Seco lo define como la "cualidad de poseer alguno de los caracteres esenciales de la música", lo que permite contemplar su influencia en, y desde, otros campos de la creación artística. Musicales son en grado superlativo, por ejemplo, los poemas del magnífico escritor portugués Jorge de Sena pertenecientes a Arte de música (1968) e inscritos en la reciente Antología poética publicada por Calambur. Sus recorridos literarios por las canciones de Dowland, las Variaciones Goldberg de Bach, las fantasías de Mozart para tecla, el Cuarteto opus 131 de Beethoven, las canciones de Schubert sobre textos de Wilhelm Müller, los lieder de Schumann sobre textos de Heine o La noche transfigurada de Schönberg, entre otros, respiran música por todos sus poros. Tienen eso que uno no sabe cómo explicar y siente profundamente como musicalidad.El ciclo de la Filmoteca no es una selección del cine conocido como musical. Pretende mostrar diferentes maneras de usar o evitar la música en las películas, revela una enorme capacidad de sugerencia e invita a ver y escuchar el cine con otra mirada. Desde la silenciosa sobriedad de Un condenado a muerte se ha escapado, de Bresson, o la elegancia vienesa de Madame de..., de Ophüls, hasta El Tabarro antipucciniano que es L'Atalante, de Jean Vigo, o la búsqueda de las esencias de la creación que laten en El sol del membrillo, de Erice, la música va mostrando las infinitas posibilidades de hacerse cine o de convertir al cine en arte sonoro. No hay quien se pueda resistir al estremecimiento musical de El salón de música, de Satyajit Ray, quizá el más maravilloso filme-música jamás rodado, en su perturbadora y hermosísima crónica del paso del tiempo. La musicalidad desde la música es harina de otro costal. Aparece en las situaciones más imprevisibles. Sin ir más lejos, se desveló el pasado viernes en una representación de Porgy and Bess, de Gershwin, en el teatro de la Ópera de Graz, con la Orquesta Sinfónica de Matanzas y un grupo de cantantes cubanos. La ocurrencia de dar sabor caribeño a esta ópera negra americana ambientada originalmente en Catfish Row, Charleston, Carolina del Sur, venía de hace varios años y está teniendo ahora su plataforma de lanzamiento desde el recoleto y centenario teatro de ópera de la capital de Estiria. Para que no falte nada en cuestiones de ambientación, la acción se desarrolla en uno de esos patios de La Habana llenos de color y de desconchados, gracias a una escenografía de Julián Mayer, sobre la que el cineasta Octavio Cortázar mueve la escena traspasando las fronteras entre el teatro y la vida, con un coro y unos cantantes que se desplazan a un ritmo que proviene directamente del corazón, de la ilusión y de las caderas. La musicalidad viene del movimiento, desde luego, pero alcanza su apogeo desde el foso orquestal, pues los instrumentistas de Matanzas, Camagüey o La Habana, dirigidos por el primer kapellmeister de la Ópera de Graz, Wolfgang Bozic, dan a la partitura de Gershwin un swing y una energía que explica con una claridad meridiana por qué Porgy and Bess es la ópera popular más emblemática del siglo XX. Poco importa que los cantantes no sean excepcionales. Les sale el alma en escena y basta. Después de 21 funciones, para las que ya se habían vendido 16.000 entradas, se trasladarán a Gijón.

Cuba ha cautivado a Austria desde una musicalidad popular y directa. En los salones de lujo del Teatro de la Ópera, al lado de las estatuas decorativas o sobre las rojas alfombras, bailaban las mulatas y mulatos al ritmo de Son del Trópico, tras el fulgurante éxito obtenido en la première. También los austriacos hacían sus pinitos con la salsa. La Ópera de Graz era una fiesta. Era difícil sustraerse al recuerdo de un reciente estudio publicado por la ONU en el que Austria figura en primer lugar de Europa en distribución igualitaria de la riqueza (datos de 1998), lugar del que ha desbancado a España, ya en el octavo puesto. Pero esto es otra historia, aunque en modo alguno lejana. En cualquier caso, la que ahora prevalece es el encuentro Austria-Cuba motivado por la ópera de Gershwin, que ha supuesto una inyección de aire fresco en el panorama lírico, una mezcla explosiva que contagia un sabor inconfundible de verdad, de musicalidad bien entendida.

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