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Tribuna
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Probabilidad y error

El enunciado de un problema de Matemáticas aplicadas a las Ciencias Sociales, incluido en las pruebas de selectividad que se realizaron hace un par de días en seis universidades públicas de Madrid, contenía un dato erróneo que convertía el resultado en "incoherente y absurdo". Según pude leer en este periódico, tal absurdo consistía en que el resultado obtenido establecía que "la probabilidad de que suceda la suma de dos elementos es mayor que la de que suceda uno de ellos. Es decir, que es más probable que a alguien le toque a la vez la bono loto y la lotería nacional a que le toque sólo la bono loto". Toda esta incoherencia por culpa de que se coló un 7 donde debería ir un 9. Cosas aceptables del descuido o del azar.Pero los responsables de la elaboración del examen, una comisión interuniversitaria, alegan que se debió a un "error tipográfico" y restan importancia a la confusión afirmando: "Los alumnos, probablemente, se limitaron a obtener el resultado y no se pararon a pensar si era coherente o no. El error no les ha afectado". ¡Quietos parados, que ahí está el meollo de la cuestión! Hay que fijarse muy bien en estas palabras, perlas de un responsable universitario, leerlas varias veces si hace falta, hasta llegar a percibir la atrocidad que encierran. Para empezar, habla el propio vicerrector de la Universidad Juan Carlos I y presidente del tribunal de corrección, Enrique Otero, que se refiere a la reacción de los alumnos incluyendo la palabra "probablemente". Es decir, que el señor Otero afirma suponiendo, con lo que deja fuera de su conjetura ese margen de que no suceda lo que está expresando. Puede que se trate de margen menor, pero sucede que estábamos hablando de un margen de alumnos en un examen de acceso a la universidad. ¿Y los que perdieron el tiempo quebrándose los cascos ante la incoherencia y el absurdo? ¿Quién estará al final más preparado para realizar estudios universitarios: el que responde mecánicamente a una cuestión y cumple así con los puntos y el tiempo exigidos o el que es capaz de percibir la incoherencia?

En última instancia, lo más grave que el responsable universitario viene a decir es, simplemente, que los alumnos no piensan ni falta que les hace, que lo que importa es el resultado y no los pasos a seguir ni los elementos que conforman un problema; en conclusión, que lo que importa son los fines, no los medios. Creo recordar que siempre se nos ha insistido mucho, sobre todo a lo largo de nuestra educación, en la famosa máxima de que el fin no justifica los medios. Lo cual, por cierto, ha terminado por aceptarse como algo incontestable si se aplica a las Ciencias Sociales, como era (caprichos del azar) el caso del problema matemático en cuestión. De no ser así, si realmente la sociedad se limita a obtener un resultado sin pararse a pensar si es coherente o no; si, incluso, el error no afecta a la sociedad, como, según los responsables universitarios, no afectó a los alumnos de selectividad, lo que resulta es una sociedad irreflexiva, boba y, en su manifestación última, vandálica. ¿Quién es más útil entonces a la sociedad: el que piensa o el que no piensa? ¿A qué sociedad?

Si el responsable universitario se hubiera dado cuenta de lo que estaba diciendo, quizá no lo hubiera dicho con tan matemática exactitud o tan prístina retórica, pues en definitiva sus palabras no son sino el reflejo de lo que está sucediendo en el sistema educativo. Si de verdad los alumnos no se pararon a pensar, mal andamos; pero que el responsable de que eso suceda le reste importancia, lo acepte como natural, es la confirmación de un fracaso aberrante, pues la educación tendría que tener un único fin, enseñar a pensar, cuyos medios serían, entre otros, las distintas disciplinas impartidas. Entre ellas, por supuesto, las Matemáticas y su (precaria) exactitud, pero también (que les sirva de lección y revisen sus programas) aquellas otras, como la Literatura o la Filosofía, que indagan de otro modo en los principios de nuestra incertidumbre, que enseñan a mirar la realidad desde otros parámetros y sin las cuales nuestra ciencia social se reducirá a una pobre cuestión de resultado inmediato. Pues es infinito el territorio del conocimiento y acotarlo es un "error topográfico" que sólo puede producir, con toda probabilidad, incoherencia y absurdo que nos afecte.

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