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Tribuna
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Izquierda en vilo

Antonio Elorza

En un excelente libro que acaba de aparecer, el investigador mallorquín David Ginard reconstruye la increíble historia de un agente moldavo de la Internacional Comunista, conocido en España por el falso nombre de Heriberto Quiñones, y que tras la victoria de Franco protagonizó la trágica aventura de intentar la reconstrucción del PCE clandestino desde Madrid. Detenido en diciembre de 1941, sufrió torturas y cárcel hasta ser condenado a muerte y finalmente fusilado el 2 de octubre de 1942. Un desenlace lógico para los tiempos que corrían. Lo peor es que también resultó lógica, en términos estalinistas, la reacción de su partido. Si las cosas salían rematadamente mal no podía ser por errores de la dirección ni por falta de combatividad obrera; tenía que ser por culpa de los traidores y, así, Quiñones se convirtió durante décadas en el prototipo del traidor que vende y destruye al partido. Su gran defecto: haber pensado con su cabeza, definiendo una política de unión nacional. Pero las prerrogativas de la dirección eran sagradas.No es inútil recordar el episodio ante la crisis sucesoria en curso dentro de Izquierda Unida. Por fortuna, ya no hay persecuciones ni fusilamientos, aunque sí una situación profundamente depresiva, con una clara tensión entre quienes intentan corregir el curso político de la coalición, a la vista de los últimos desastres, y los empeñados en mantener a toda costa el dominio del aparato del PCE. Y de momento, como las prácticas estalinistas no han sido olvidadas, cabe temer que la suerte de los renovadores se convierta en un remake blando de la demonización de Quiñones, y de tantas otras demonizaciones posteriores. Salvadas las distancias de credos, Francesc Frutos es un político de la casta de Carrero Blanco, en el sentido de que basan su ascenso político en declarar constantemente que ellos no ambicionan el poder, pero sirviéndose al mismo tiempo de todos los recursos a su alcance para aplastar a sus rivales. Hasta que por destrucción se quedan solos. Para ese fin la tradición política de un partido comunista es un instrumento inmejorable. No cabe la presentación abierta de una candidatura, como hizo Llamazares, ni contacto político alguno para buscar apoyos -el "comistrajo" que denunció el dulce secretario general- por ser prácticas antiestatutarias, a diferencia de lo que haga la dirección del PCE, a la que nada está vedado. Y, en definitiva, tampoco es lícito plantear la candidatura, porque el PCE tiene que llegar a la asamblea de IU con un solo candidato.

Una vez más, dado el predominio cuantitativo del componente comunista en IU, ésta se transforma en una simple máscara para la supervivencia de un estalinismo decrépito bajo las siglas PCE. Por si había alguna duda, Frutos se lo recordó al portavoz de una corriente de IU que intentó abordar el tema: él no toleraba (sic) que temas del PCE, aunque concernieran a IU, fueran tratados en ésta. Así, el PCE de Frutos impone su monolitismo a IU, e IU ni siquiera puede expresar una opinión al respecto. Una discrepancia abierta de Llamazares le convertiría de inmediato en disidente. En suma, si una reacción democrática no lo remedia, no tendremos en el futuro los errores de Frutos, sino pura y simplemente el error Frutos.

Queda la incógnita del PSOE, aun cuando también aquí, de no haber un terremoto desde las bases, tendremos Congreso agrio, pero controlado desde arriba, y el liderazgo poco atractivo de un populista conservador como José Bono. Por ahí no cabe esperar cambio real alguno, pues la voluntad del aparato consiste, ante todo, en capear el temporal y mantenerse en torno a sus barones, quizá con la inyección tecnocrática en su momento de la Nueva Vía. Tampoco el populismo en sentido estricto de la simpática Rosa Díez ofrece más que un cambio de estilo. En la izquierda, Matilde Fernández tiene su atractivo político, recuperando una vocación socialdemócrata que no vendría mal frente a la gestión del PP. Pero, como si la película estuviera rodada en Transilvania, detrás está demasiado presente Alfonso Guerra. Y volver a empezar con la combinatoria de retórica izquierdista y manipulación autoritaria sería el peor de los males.

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