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Un rompehielos libera un crucero turístico atrapado en la Antártida

El pasaje, con más de 170 personas, a salvo

El precio del pasaje no incluía una emoción de tal calibre, pero los vientos de la Antártida no se ciñen a los programas de las agencias de viajes. Los turistas del buque Clipper Adventurer contemplaron ayer desde cubierta las maniobras de rescate de su barco, atrapado desde el lunes en el hielo marino con más de 170 personas a bordo. El rompehielos argentino Almirante Irízar liberó al crucero preso en el estrecho de Matha, al oeste de la península Antártica (a 1.400 kilómetros de la Tierra de Fuego).

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"Nadie sufrió daño", destacó ayer por la tarde el responsable del rescate, el capitán de navío argentino Marcelo Genne, en conversación con EL PAÍS. Los pasajeros del Clipper Adventurer, cuya cifra difiere según las distintas fuentes (entre 105 y 120 turistas, sobre todo canadienses) y los 71 tripulantes ya navegaban por aguas libres.El crucero turístico, con bandera de Bahamas y operado por la compañía estadounidense Clipper Cruise Line, quedó atrapado en la madrugada del lunes (hora peninsular española), cuando el fuerte viento arrastró hasta él una capa de agua helada de unos 13 kilómetros cuadrados de superficie.

El hielo, de más de metro y medio de espesor, ciñó el casco del buque, de 100 metros de eslora y 16 de manga. El capitán lanzó entonces una llamada de ayuda. La recogió el Almirante Irízar, que se encontraba a unos doscientos kilómetros al norte y había acabado de abastecer una base científica.

Tras 14 horas de viaje, el Irízar llegó al Adventurer y comenzó una peligrosa maniobra: navegar muy cerca del buque apresado para romper el hielo y abrir canales. Al cabo de seis horas, el rompehielos de la Armada argentina pudo iniciar el remolque del crucero. Todavía hicieron falta otras cinco horas para que navegara en mar abierto.

"El Adventurer no habría podido salir por sus propios medios. Quizá lo hubiera logrado dentro de un par de días si cambiaban los vientos", señaló Genne, a bordo del Irízar.

La Antártida se ha convertido en un destino turístico con éxito creciente, pese al elevado coste de los viajes, generalmente cruceros. La proliferación de visitantes ha provocado quejas en sectores científicos y ecologistas.

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