_
_
_
_
_

El lexicógrafo de la "Butibamba"

"Sobre todo nació como un intento de que no se perdiesen todas aquellas palabras y expresiones que uno escuchaba en la calle y que no recogía el diccionario de la Academia", recuerda a sus casi 80 años Juan Cepas, lúcido y exacto de mente, escaso ya de visión pero manteniendo en su cuerpo mucho aún de la vitalidad desbordante y hasta altanera del que ha sido uno de los mejores libreros de su ciudad. Sobre el aparador del comedor, dentro de un marco sin ostentación, aún sonríe bajo la cuarentena aquel otro Cepas sportman, quien fuera dueño y señor de la conocida librería Ibérica de Málaga. Hoy, aquel santuario de libros y papeles sigue casi en su sitio de siempre, la calle Nueva, aunque algo más reducido y en manos de su hijo Javier."Sí, sí que fue un éxito desde el principio. Y un éxito inesperado, aunque a mí me asombren siempre mis éxitos, éste tenía menos razones: sólo era un libro con palabras", recuerda. Todo comenzó hace más de 30 años. Ya entonces, Cepas tenía publicadas tres novelas (Alférez provisional, La hora de las anclas y Los hermanos carlistas), libros que le demandaban un traslado a Madrid para ejercer de novelista oficial. Pero Cepas, don Juan, no era mucho de dejar el reinado de su rebotica en la Ibérica, las tertulias del café Cosmopolita de calle Larios, la indolencia sobrada de los atardeceres en el Paseo Marítimo: demasiado regalo diario como para trocarlo por la incertidumbre de aspirar a Pérez Galdós.

"Yo supe desde niño que debía elegir entre escribir y leer; y elegí lo segundo, cabal y conscientemente", aclara ahora con la última edición de su Vocabulario popular malagueño entre las manos. ¿Y por qué popular, don Juan? "Porque lo popular es lo que perdura, es la materia de lo universal: sólo tienes que darte una vuelta por el Quijote y comprobar lo que digo", asegura.

Hace más de 30 años empezó la aventura de este libro. El autor recuerda: "fue el doctor Álvarez Betés quien me animó un día antes del cafelito diario del mediodía en La Cosmopolita; celebró mucho que le dijese "Pepe, hoy estoy bastante penoso". Como cualquiera de Málaga sabe, penoso significa desganado, enfermizo, es una palabra popular que avisa al interlocutor del estado de la persona que se va a encontrar. Así que mi amigo me animó: "Juan, hombre, tú deberías recoger esas palabras que se están perdiendo". Y allá que me puse a hacerlo".

Antes de convertirse por primera vez en libro -año 1972, edición del autor-, Cepas había ido desgranando durante unos años el contenido del diccionario en unos programas de la SER, Radio Nacional y en artículos semanales en los diarios Sur y Sol de España. Su empresa encontró enseguida aliados. Gentes que iban a buscarle o le escribían con una nueva palabra. Cepas sólo tenía que escuchar, recordar y recopilar. Cuando el libro salió, los 3.000 ejemplares se vendieron en menos de un mes.

Las reglas del diccionario eran simples: sólo podía contener palabras que no aparecieran en el diccionario de la RAE, al menos que no lo hicieran con el significado que se le solía dar en los límites de la provincia de Málaga. Muchas de aquellas palabras no eran privativas de los malacitanos, claro está, y también podían escucharse en muchos otros lugares de Andalucía, pero al menos suponían un nutriente incuestionable de su léxico popular. Hasta entonces sólo existía un ejemplo estimable de compilación del habla andaluza: el diccionario que Alcalá Wenceslada publicó en los años cuarenta.

Y en él comenzó a inscribir voces sí que eran puramente boqueronas. Como Plenti de la Butibamba, que venía a significar "lo más de lo más", algo excelente. Esta expresión reunía un topónimo local, el de las playas magníficas de la Butibamba en Marbella, con un anglicismo: en inglés plenty of quiere decir "mucho". O en la misma línea dabuten niquelá, que indicaba máxima perfección y sumaba una adaptación del alemán das gutter y la afición por niquelar los metales como impronta de calidad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Gran parte del contenido original del diccionario lo suministran las voces adaptadas de otros idiomas. Como la inigualable aliquindoi, una palabra resultante de la analogía con la expresión que los capataces ingleses del puerto de Málaga utilizaban entre la mano de obra autóctona: a look and to it. Que quería decir algo así como estar pediente o atento. Un estar al loro muy económico. Una expresión como ejemplo: Chavó está jabao, estate aliquindoi, que parese un oleaó. Que quiere decir "muchacho, estás alelado, mantente atento que pareces desorientado".

Pero para Cepas la palabra de las palabras malagueñas no es otra que merdellón, otro barbarismo, surgido de la despectiva expresión francesa merde du gens. Este adjetivo, de fácil entendimiento para cualquiera que sea de Málaga, es una suma de cualidades de cursilería, vanidad, mal gusto, vulgaridad, ordinariez y presunción.

El interés de los lectores ante el diccionario de Cepas nunca ha sido esquivo. "Tengo cartas desde Japón, Singapur, Vietnam, Australia, qué sé yo, que me iban escribiendo lectores emocionados al saber que existía un libro con las palabras de su infancia y su ciudad lejana; de hecho todas las ediciones se han vendido totalmente y muy rápido (dos suyas, una de la Caja de Ahorros Provincial, otra de Plaza y Janés y esta reciente de Arguval), a pesar de mi escepticismo de que esto le interesara a alguien", admite el librero.

El guardián de las palabras, el lexicógrafo de la Butibamba, no es un nostálgico. Tampoco es que esté penoso. Pero sabe que con él se desvanecen los jurelitos del alba y con ellos toda una época de hacerse el lipendi, de tranfullas y rentois. De gritarse los niños "¡chavea, arsa la pata y mea!". Tiempos donde el pasaporte de la patria chica se sellaba en las palabras.

Un lector y Jack London

Los libreros antiguos son como esos maestros rurales idealizados por algunas novelas: son capaces de enseñar cosas útiles. Las editoriales deberían pagarles pensiones vitalicias a estos hombres capaces de engatusarte con un taco de papeles engomados con garabatos impresos. Personas que mantienen aún la llama de una actividad -la de leer libros- a la que cada día cuesta más que se enganchen los chavales.Juan Cepas es tan aficionado a la lectura que por ella dejó de ser escritor, que lo era, y bueno: el Jack London malagueño, le llegaron a motejar tras sus tres novelas. Así que las palabras de Cepas sobre los libros guardan argumento de autoridad. "Las lecturas es de lo poco que podemos elegir en esta vida", aclara para anatemizar esa triste máxima que aúna letra y sangre.

Y, paradojas de la vida, el hombre que ha vendido tantos libros, este hombre que ama la lectura por encima de todas las cosas, ve cada día menos y cada día le cuesta más lanzarse sobre las letras. Como comerciante, se hace una pregunta: "a ver si alguien me explica la razón de por qué las editoriales no hacen libros con las letras más grandes: los viejos se lo agradeceríamos tanto. Y tener tiene mercado. Si no tenemos otra cosa que hacer...".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_