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Joan Antoni Solans, el centinela del urbanismo catalán

Dice el tango que 20 años no es nada. Craso error. En el urbanismo democrático catalán ese tiempo lo es todo y con un protagonista central: Joan Antoni Solans, que en 1980 fue nombrado director general de Urbanismo y lo ha seguido siendo hasta el 11 de enero de este año. La fecha parece una ironía porque fue un 10 de enero, en este caso de 1977, cuando fue designado para su primer cargo técnico-político: delegado de Urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona. Durante cuatro lustros, Solans ha sido "el centinela", para decirlo en expresión de uno de sus colaboradores, el hombre que se ha otorgado la misión de comprobar que el territorio crecía como tenía que crecer, ni un milímetro más allá ni uno más acá. Y así, 20 años. Tantos como lleva en la presidencia Jordi Pujol. Y sin ser de Convergència.Nació en Barcelona el 15 de octubre de 1941, festividad de Santa Teresa, y tuvo seis hermanos. Estudió el bachillerato en los Jesuitas de Casp, donde compartió aulas y patios con una notable cantidad de gente con la que volvería a coincidir más tarde. Uno de ellos, ligeramente mayor que él, se llamaba Josep Maria Cullell y, al correr del tiempo, sería quien le ofrecería el cargo del que ahora se ha despedido. Por razones de edad no coincidieron, pero también estudió en la misma escuela Albert Serratosa, que le acogió en el Ayuntamiento y a quien, de no ocurrir nada extraño, debe relevar en la elaboración de planes territoriales. Solans había estudiado Urbanismo con Manuel Ribas Piera e incluso dado clases en la Escuela de Arquitectura, tras un viaje a Berlín en el que descubrió las tendencias de los primeros sesenta y del que volvió cargado de bibliografía.

Censo de barracas

Él había sido de los primeros alumnos en estudiar el nuevo curso preuniversitario, que en aquel año incluyó tres curiosas asignaturas: Automóvil, Portugal y Sociología. Para esta última se apuntó a trabajos que los Jesuitas realizaban cerca de donde la ciudad no tenía urbanismo que llevarse a la boca. Se dedicó, como parte de su formación, a elaborar el censo de barracas que, a finales de los cincuenta, colgaban de la ladera de Montjuïc, ayunas de luz, agua y futuro. Lo de Portugal tuvo también consecuencias: durante dos años trabajó en el urbanismo lisboeta, hasta el 29 de abril de 1974, cuatro días después de que empezara la revolución de los claveles.

Hizo oposiciones que le convirtieron en funcionario municipal. Un día alguien le dijo: "Creo que no vas a seguir aquí mucho tiempo". Trabajaba en el proyecto de la España Industrial. Unos promotores tenían la intención de construir varios bloques de pisos. Solans, genio y figura, se oponía. De pronto, alguien descubrió un defecto de forma en su oposición y perdió el puesto. El arquitecto que le sustituyó había diseñado el conjunto de bloques para el solar que él quería proteger. Se levantaron dos, pero había previstos más de una docena. Lo que quedó de aquel terreno fue comprado, años más tarde, por el Ayuntamiento, cuyo responsable de Urbanismo era, casualmente, Joan Antoni Solans.

Fue el alcalde Josep Maria Socias el que le ofreció el cargo. Solans aceptó, pero antes consultó la oferta con representantes de los tres partidos que tenían peso en la ciudad: PSC, PSUC y Convergència. Su interlocutor en este caso fue una persona con la que también había tenido abundante trato: Miquel Roca.

En su trabajo se cruzó y colaboró, además de con Roca, con un joven Pasqual Maragall y con Narcís Serra. Parecía destinado a perpetuarse en el Ayuntamiento cuando CDC se hizo con el Gobierno de Cataluña. Pujol, a través de Cullell, que entonces era concejal, le llamó y le nombró director general de Urbanismo. Previamente, Solans había trabajado en no pocos planes urbanísticos. El más importante, el Plan General Metropolitano de 1976, aún vigente. Pero también había construido algunas casas, siempre para amigos o allegados e incluso para sí mismo.

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El encargo del Pujol le iba como un anillo: le regalaban lo que más quería y, además, la visión global del territorio de Pujol era, en buena medida, coincidente con la suya. Pujol ve Cataluña como un todo cuya homogeneidad es un objetivo. La expresión que lo define es "equilibrio territorial". Solans participa de esta opinión. Para lograrlo, todo tiene que estar controlado. Y Solans se aplicó a controlarlo todo.

Sus colaboradores aseguran que gusta del cine, de la música, de los viajes y que es un buen lector con el que se puede hablar de novela o de ensayo, aunque casi nunca lo han visto con un libro. Entraba y salía del despacho con legajos, expedientes, planos e informes. Se los llevaba a casa y los devolvía leídos y aprendidos y a veces corregidos porque contrastaba los planos sobre el propio terreno. Hablar con él de un proyecto exigía saberse hasta los baches.

Geógrafo y abogado

Un arquitecto municipal que ha discutido con él mucho y a menudo lo define así: "Desconfía de lo que no hace él mismo y, para compensar, lo hace él todo. Y su voluntad de defender, ante todo, el principio de legalidad le ha llevado a ser arquitecto y urbanista, y también geógrafo, economista y abogado. Nadie puede con tanto. Sus errores hay que buscarlos en esta actitud".

Solans ha tenido la suerte de trabajar para un Gobierno intervencionista y que recela de la potencia de las grandes urbes, por lo que les ha arrebatado competencias urbanísticas que tienen ciudades medias en el resto de España. Y todos estos poderes urbanísticos acababan siempre en el mismo sitio: en las manos de Solans, cuyo aislamiento, afirma un arquitecto, aumentaba a medida que se iba incrementando su poder.

Pero nunca ha tenido la sensación de estar solo. De hecho, le rodea la gente de siempre. Quizá no estén en el mismo bando, pero están igual de cerca. Sigue viendo a los técnicos municipales e incluso a gente que ha conocido por otros motivos. Por ejemplo: el consejero de Política Territorial, su jefe inmediato, además de urbanista es de Olot, ciudad con la que Solans mantiene vínculos familiares; como también es de Olot Xavier Casas, con quien tanto ha discrepado. Casas era llobató en los escoltas de Olot y la muchacha que conducía el grupo al que él pertenecía sería, precisamente, la esposa de Solans.

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