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Tribuna
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La imprenta

Llegué con tiempo a la presentación del libro de Paul Celan -primera traducción de sus obras completas por José Luis Reina Palazón- intencionadamente, con el propósito de ver de nuevo, pero esta vez tranquilamente, sin la bulla que se formó el día de la inauguración, la exposición de pinturas, dibujos y fotografías de Joaquín y Emilio Sáenz sobre su imprenta, la de San Eloy.Es obra que ya hemos visto en otras exposiciones y siempre me ha admirado comprobar cómo se puede buscar y encontrar y recrear lo que se ocurra, lo que se antoje, y hacerlo con acierto. Da igual que se trate de cristales morados coronando una puerta, de un pliegue en el verde de la pared, de fragmentos desvalidos o de una perspectiva profunda que respira presencias oscuras y misteriosas hasta llegar a la luz del fondo. Otra luz baja como cortina que rompe los bloques de sombras de los toldos y empaña los colores y desdibuja lo que baña. Si un reloj deja flotando la quietud, muebles, máquinas y papeles evocan el movimiento, el desorden de una laboriosidad placentera, con pulso grato.

Por lo que sea, quizá porque somos tontos, el arrobamiento ante una obra de arte de cualquier tipo nos crea un falso sentimiento de eternidad. Dejándonos llevar por los sentidos, tomamos posesión sentimental de aquello que capta nuestra atención y lo conservamos en un tiempo parado. Ya sea como agresión o como caricia, ese tiempo nos llega del pasado y en el recuerdo se vuelve más agudo, o más fresco y fragante. En cualquier caso nos hace mirar hacia atrás, dentro de nosotros mismos, en el presente del pasado que se llama memoria, para encontrar sentimientos, vínculos y afectos que nacen de la misma fuente y en el mismo tono, para disfrutar o sufrir. O para ambas cosas.

Así ocurrió que arriba, en la sala de actos, la emoción me alcanzó en otras sensibilidades muy distintas que las de la exposición. Ignorante de la obra de Paul Celan, me senté confiada y dispuesta a escuchar con atención. El primer poema que leyeron fue Fuga de la muerte y aquel grito desgarrador me cogió por sorpresa y me escalofrió. La belleza se hundió como un dardo en la memoria del dolor y el terror. A la salida y en la puerta ya, eterno y quieto todavía el sentir, pensando en la negra y larga noche, volví sobre mis pasos y paseé entre las imágenes de la imprenta para llevarme un detalle sereno y mudo sobre el que fantasear y recordar.

BEGOÑA MEDINA

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