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Crítica:XX FESTIVAL DE JAZZ DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cantante para rato

No parece la misma. Diana Krall ha dejado de ser aquella prometedora cantante que grababa discos notables, pero luego defraudaba sobre los escenarios. Hace apenas dos años, como si no terminara de creerse su papel de firme esperanza del jazz vocal, se la veía desgranar de manera fría y apocada un puñado de buenas canciones que desfallecían heridas por el rayo de la rutina y la falta de entrega. Alguien ha debido convencerla en este tiempo de que tiene genuina madera de estrella para que ahora parezca resuelta a imponer su calidad y hasta a arrancar sonrisas al público con elegantes bromas de chica cultivada.Y ese alguien podría haber sido Clint Eastwood, un hombre intuitivo al que no le ha pasado por alto que Krall es a la vez foto y fonogénica, una combinación verdaderamente irresistible que bien merece un padrinazgo rumboso. En consecuencia, la nueva Krall llegó al Auditorio Nacional crecida en su autoestima y dispuesta a comerse el mundo a la manera civilizada, con exquisitos modales y cubiertos de plata.

Diana Krall

Diana Krall (voz y piano), Peter Bernstein (guitarra), Paul Gill (contrabajo) y Joe Farnsworth (batería).Auditorio Nacional. Madrid, 9 de noviembre.

Tacones altos y traje clásico de color negro para realzar su espigada figura; piano gran cola y disciplinada sección rítmica para lucir su no menos estilizado palmito musical.

Baladas

Atacó de entrada un tempo rápido para soltar los nervios y templar la voz, un detalle de veterana, pero después fue remansando la atmósfera hasta llegar a su especialidad, el arte de la balada.Dio muestras de dominarlo en una canción nada fácil, Boulevard of broken dreams, y repitió la pequeña proeza en When I look in your eyes, título de su millonario último disco. La acústica del Auditorio se comportó esta vez razonablemente bien y, al margen de algunas pifias de un altavoz perezoso, permitió apreciar tanto los pianísimos como los arreglos cremosos y amigables de los ritmos más encendidos. El público obtuvo la recompensa de dos espléndidas propinas y despidió en pie a la artista, convencido de que en Diana Krall hay cantante para rato.

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