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Yeltsin menciona el arsenal nuclear ruso como amenaza para frenar las críticas de Clinton

Vientos de guerra fría soplaron ayer por Pekín cuando Borís Yeltsin recordó a Bill Clinton que su país sigue siendo una superpotencia atómica a la que hay que tratar con respeto. "No es conveniente que olvide ni un minuto ni medio segundo", señaló el líder del Kremlin, "que Rusia posee un arsenal completo de armas nucleares". Era la respuesta al hecho de que, el día anterior, el presidente norteamericano se había permitido leer la cartilla al liderazgo ruso por la campaña bélica en Chechenia, si bien en términos mucho menos duros que otros países occidentales.

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Como tantas otras veces en los últimos años, tras las palabras, tal vez poco medidas, de Yeltsin llegaron las matizaciones. En este caso procedieron del propio primer ministro y principal candidato a sucederle, Vladímir Putin. Éste declaró que es incorrecto interpretar las declaraciones de su jefe y mentor, al igual que las de Clinton, como un síntoma de "enfriamiento en las relaciones ruso-norteamericanas".En realidad, Clinton no se está mostrando demasiado duro en sus comentarios sobre la "operación antiterrorista" en Chechenia. En la reciente cumbre de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) en Estambul se preocupó de mezclar las críticas con el elogio personal a Yeltsin. Y ahora, aunque advierte de que Rusia tendrá que pagar un "alto precio" por su actitud, en forma de pérdida de prestigio y de inversiones, rechaza la adopción de sanciones unilaterales.

Nadie tiene que recordar a Bill Clinton que Rusia es una superpotencia nuclear. Su política exterior está condicionada por la plena asunción de este hecho, que convierte al país más extenso del planeta en un oso enfermo y solitario, pero capaz todavía de dar peligrosos zarpazos.

El presidente norteamericano, sin echar más leña al fuego, también quiso decir algo a Yeltsin: "No estoy de acuerdo con lo que ocurre en Chechenia y mi obligación es decirlo". En su opinión, los bombardeos masivos e indiscriminados, que han convertido en refugiados a más de 250.000 chechenos, no son el mejor método para lograr "objetivos legítimos" como derrotar a los rebeldes, o prevenir atentados o invasiones de otras regiones del Cáucaso.

Yeltsin jugaba ayer en campo propio, en uno de los pocos lugares del planeta, Pekín, en los que puede contar con un apoyo incondicional a la guerra en Chechenia. El presidente chino, Jiang Zemin, se lo dijo así ayer, a bombo y platillo. Los dos países formaron también frente común en el conflicto de Kosovo, aunque fueron impotentes para impedir los bombardeos de la OTAN, y en el caso de China incluso recibió unos cuantos bombazos aliados en su embajada de Belgrado.

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Cooperación estratégica

Yeltsin y Jiang Zemin tuvieron ocasión de avanzar en un proceso de normalización que ya ha resuelto los viejos contenciosos fronterizos, que incluye la colaboración en proyectos faraónicos y que prevé multiplicar unos intercambios comerciales que no están a la altura de dos colosos de las dimensiones de China y Rusia. Además reforzaron una "cooperación estratégica", más teórica que real, que parte del principio de que debe haber un mundo multipolar y de que hay que luchar contra la pretensión hegemónica de Estados Unidos. Según Jiang, Moscú y Pekín "son responsables de realizar esfuerzos para poner en marcha un mundo multipolar y mantener un equilibrio estratégico mundial", según la agencia Nueva China.

Yeltsin, que ayer no tropezó ni se tambaleó (al menos que se sepa), no puede dar un paso sin que le lleguen los ecos que la campaña de Chechenia hace resonar en el exterior. No es sólo Clinton quien alza su voz, ni siquiera es la suya de las más sonoras. Algunos Gobiernos de la Unión Europea han sido muy críticos y van a analizar la situación en el Consejo Europeo de hoy y mañana en Helsinki.

Desde Roma, el secretario general de la Alianza Atlántica, George Robertson, instó a Moscú a que respete las resoluciones de la cumbre de la OSCE de Estambul, lo que supone resolver el conflicto por métodos pacíficos, atender las consecuencias humanitarias y dar más cancha a la OSCE, cuyo presidente, el noruego Knut Vollebaek, aún no ha podido visitar Chechenia.

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