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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña gobernable

MARAGALL HA ganado en votos, pero Pujol gobernará Cataluña. Ésta es la realidad concreta, aunque el vencedor en sufragios reivindique el derecho a participar en las consultas para formar Gobierno y desvalorice la ventaja en escaños de CiU con el argumento de que su retroceso constituye una desautorización expresa.Tiene lógica la exigencia de Maragall de ser tomado en consideración, como partido con más votos, en las consultas; pero ello no significa que la posibilidad de formar Gobierno le sea ofrecida en primer lugar. Ese privilegio corresponde en principio, en los sistemas parlamentarios, a la lista con más escaños. En este caso, además, los resultados ofrecen a Pujol varias combinaciones mayoritarias, mientras que Maragall sólo podría gobernar con alguna fórmula que incluyera a CiU, como ya anoche avanzó con su propuesta de pacto cuatripartito. De momento, Aznar ya ha ofrecido sus votos a CiU. Pujol los tiene asegurados, porque el PP le necesita para aprobar los Presupuestos. El problema no va a estar en la investidura, sino después. Pujol intentará aplazar la decisión hasta que las legislativas desvelen algunas incógnitas.

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Porque, siendo de gran mérito ganar por sexta vez consecutiva, los resultados suponen un serio revés para Pujol. Afronta su última legislatura -los resultados permiten, ahora sí, afirmar que ya no volverá a repetir- con su autoridad muy debilitada: porque Maragall le supera en votos, porque su sucesión está abierta y porque es manifiesto el cansancio del propio electorado convergente. Para Pujol será un mal trago pasar por el trance de recabar los votos del PP para asegurar la investidura. Después de la experiencia de la anterior legislatura es probable que intente amarrar el cargo de presidente del Parlament, que es, en definitiva, a quien corresponde encargar a uno de los candidatos la formación de Gobierno. La buena sintonía entre Unió y Convergència, más unidos en las dificultades que en los éxitos, hace pensar que Joan Rigol podría ser el elegido. Sin embargo, Esquerra Republicana podría tener sus bazas, como en 1980, reclamando la presidencia de la Cámara a cambio de su apoyo a la investidura. Pero no está claro que a la estrategia de Esquerra le convenga comprometerse tan deprisa.

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Una vez elegido, Pujol tendrá que formar Gobierno. Esperar hasta las generales sería un desgaste excesivo, dado el ajustado equilibrio de fuerzas. Los socialistas tienen ante sí una tarea para la que Maragall carece de experiencia: una oposición sistemática en todos los ámbitos, que obligue a que los resultados de las urnas tengan expresión política en cuestiones esenciales, desde la mejora del sistema educativo hasta el cambio de estilo en el manejo de los medios de comunicación públicos. El cambio no podrá gobernar, pero Cataluña ha cambiado. Y esto, de algún modo, debe hacerse visible. Después de las generales, todo dependerá de lo que ocurra en el ámbito español. Será entonces cuando Pujol tendrá que evaluar si le conviene o no formalizar la que seguramente es ya su opción preferida: un Gobierno nacionalista con Esquerra. Es el testamento que le gustaría dejar. De aquí a entonces, Esquerra habrá tenido tiempo de madurar su respuesta: ¿seguirá en la idea del tripartito con CiU y PSC como prolongación de la equidistancia de campaña o dará el paso en una u otra dirección?

Por lo demás, el agujero negro de las elecciones catalanas sigue siendo la abstención. Es un tema tabú, porque los nacionalistas lo viven como un argumento de deslegitimación y los socialistas asumen mal la evidencia de que una gran parte de su electorado no se incorpora a las elecciones autonómicas. Algo ocurre cuando unas elecciones tan disputadas obtienen una participación inferior al 60%, casi seis puntos por debajo de las autonómicas anteriores. Esta vez, el abstencionismo se ha hecho dual. Al ya tradicional del cinturón urbano de mayoría socialista se ha añadido una parte del electorado nacionalista tradicional, que ha optado por castigar a Pujol sin votar directamente a su adversario. La realidad es que hay muchos ciudadanos catalanes, demasiados, que no se sienten representados por nadie en las autonómicas.

Si la gobernabilidad de Cataluña está bastante condicionada por las elecciones generales de primavera, ¿pueden incidir en ellas los resultados del domingo? El PSOE recibe el alivio de otro triunfo moral, necesario para las propias filas, pero insuficiente en términos de poder. El PP tiene motivos de inquietud. Por segunda vez en unos meses hay datos que apuntan a que la lluvia fina no cala. Y, sobre todo, los sondeos fallan demasiado como para confiar en esos cuatro o cinco puntos de margen.

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