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El factor biológico

José Álvarez Junco

El señor Josu Ortuondo, eurodiputado del PNV, se abstuvo el otro día en la votación de investidura de la Comisión Prodi, en protesta por los obstáculos que pone Bruselas a ciertas peculiaridades fiscales vascas. Al explicar a sus colegisladores los agravios y reivindicaciones de su partido, afirmó que "el hecho diferencial vasco" se basaba en diversos factores, entre ellos los históricos y los "biológicos".Hay que suponer que el resto de los eurodiputados se quedaron boquiabiertos. No porque no estén acostumbrados a ver llegar propuestas envueltas en elaboradas fundamentaciones científicas. Si el señor Ortuondo creyó impresionarles al declarar enfáticamente que el factor biológico vasco estaba establecido por "los antropólogos", me temo que se equivocaba. Lo que, en cambio, les tuvo que impresionar es que los antropólogos a los que se refería eran... del siglo XIX; o de muy a comienzos del XX. Y quiero creer -aunque el optimismo lleva a veces a pensar dislates- que la mayor parte de los eurodiputados tienen la mente en el XXI.

¿A qué "factores biológicos" se refería el señor Ortuondo? ¿Rasgos faciales, color de piel, medidas de cráneo, código genético...? De cualquiera de ellos existe una infinita variedad (basta imaginar los posibles colores de una piel humana) desplegada siempre en un continuum, sin rupturas que permitan establecer clasificaciones claras. La única prueba contundente de salto biológico entre las especies vivas es la imposibilidad de interfecundidad y espero que el señor Ortuondo no crea que entre vascos y resto de la humanidad no se puede generar descendencia. Por eso, Linneo clasificó cuatro tipos de seres humanos; el marqués de Gobineau distinguió tres; Haeckel hablaba de doce; Blumenbach, de cinco; Montandon, de veinte; Deniker elevó la lista a veintinueve... Los especialistas en antropología, biología o genética actuales han simplificado el asunto, cocluyendo que es imposible definir científicamente las razas humanas. Por supuesto, determinados grupos acumulan una concentración y repetición de ciertas características fisiológicas que es mayor cuanto más cerrados y endogámicos sean. Pero los rasgos comunes con el resto de los seres humanos dominan siempre sobre los distintivos; y la diversidad interna del grupo que se pretende étnicamente homogéneo es tan enorme que hace imposible establecer en qué se basa su peculiaridad.

El País Vasco, siguió explicando el portavoz del PNV en la eurocámara, ha sufrido en su historia "muchas derrotas y una inmigración masiva que lo ha desdibujado, provocando un conflicto político". Dejando de lado el tono victimista (la inclusión de la inmigración entre las "derrotas", y el sobreentendido de que fue perpetrada intencionadamente por algún malvado), lo que importa de esta frase es su única consecuencia política posible: que la tierra vasca debería ser sólo de sus habitantes originarios. Pero ¿qué quiere decir "originarios"? ¿Que sus antepasados vivieron en esas tierras siempre, desde el origen de los tiempos? Para quienes comulguen con el creacionismo bíblico, habrá que recordarles, como Tocqueville le recordó a Gobineau, que la Biblia deja claro el origen común de todos los seres humanos, en el lugar paradisiaco del planeta del que luego fueron expulsados. Y para quienes se dejen guiar por la ciencia, los científicos parecen estar hoy de acuerdo sobre el surgimiento del homo sapiens en África Oriental y su desplazamiento posterior hacia otros continentes. En algún momento debieron llegar los bisabuelos de los actuales vascos a la tierra en que éstos habitan ahora. Si tal cosa se demostrara fehacientemente, ¿afectaría de alguna forma a los derechos políticos de nuestros contemporáneos? ¿Seguirían, por el contrario, pretendiendo derechos especiales por ser descendientes de quienes llegaron antes y escatimando legitimidad a los que han llegado después? En resumen, ¿la cultura vasca es originaria o producto de la historia? Si es, como todas, producto de la historia, y si tanta legitimidad da, precisamente, la historia, ¿por qué no dejar que la historia siga su curso, que continúe su tarea incesantemente modificadora, y que se produzcan con libertad los intercambios y transformaciones culturales que, por otra parte, son inevitables?

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Todas estas preocupaciones por la "pureza" racial no llevan, en definitiva, sino a distintos grados de privilegios políticos a cada grupo social. Verdad que en las declaraciones del señor Ortuondo, que sólo conozco a través de una reseña de prensa, no había exaltación alguna de la superioridad de los más puros. Pero se deducía inevitablemente de su planteamiento. Él sabe que la interfecundidad racial es posible -ojalá no lo fuera, dirá el; pero Dios cometió algún que otro error al crear el mundo-, pero la considera un mal. El mestizaje es el comienzo de la "degeneración" -toda una terminología de hace cien años-. Estoy seguro de que la peor pesadilla del señor Ortuondo sería descubrir que tiene antepasados no vascos; algo de lo que estamos liberados los demás, los que aceptamos nuestro mestizaje de mil razas y cultura y sentimos incluso que enriquece nuestra vida. En cambio, él... puedo imaginar sus sudores nocturnos, sus esfuerzos por ocultar tan vergonzoso antecedente familiar. Tendría que acabar en un psiquiatra. Vasco, naturalmente.

A mí me ha pasado algo que debe de ser, para un purista racial, peor todavía que el mestizaje, y es un ejemplo que puede contribuir a aclarar lo que quiero decir: yo cambié de raza hace unos años. Así, como suena. Porque las autoridades norteamericanas de inmigración decidieron que los "hispanos" no se definían por la lengua, sino por la procedencia geográfica: brasileños, por ejemplo, son ahora hispanos, y antes no lo eran; y los peninsulares (miembros del PNV incluidos, si viven en Estados Unidos) tienen que poner ahora en sus documentos, en la casilla raza, "blanco" en lugar de "hispano". Otros múltiples cambios del mismo estilo se han producido en un país de inmigración como aquél a lo largo de los últimos cien años. Precisamente porque las razas no son fenómenos biológicos sino culturales y, aún así, muy dicífiles de definir, y en permanente cambio.

No son, desde luego, los nacionalistas vascos los únicos en creer en razas ni en buscar esencias nacionales inmutables. En algún museo de este país deben de estar los miles de calaveras que coleccionaron afanosamente los sabios fundadores de la antropología con objeto de poder definir "científicamente" la raza española. Y, hasta hace poco, sesudos historiadores y ensayistas han discutido si la "esencia" de España residía en la mística del siglo XVI o en los visigodos. Pero, aunque haya quien no ha superado estas preocupaciones del todo, el nacionalismo español, en su conjunto, ha cambiado. Ya sé, sin embargo, que al señor Ortuondo y sus compañeros no les interesa este cambio, como tampoco les interesa lo que ocurre en EE UU, ni les interesa la ciencia, pese a sus referencias ocasionales a la antropología, la historia o la lingüística. Si mantienen con tanto fervor la fe en esa inmensa cantidad de falacias es porque obtienen beneficios políticos de ellas; porque derivan, en

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una palabra, de ellas su derecho a dominar ese territorio en exclusiva.

Y es que uno de los equívocos más extendidos sobre los nacionalismos consiste en presentarlos como producto de las exigencias de autodeterminación de "los pueblos". Según eso, serían movimientos sociales, populares, masivos. Pero ése no es, casi nunca, el caso. Los nacionalismos son anteriores a las naciones, y son fenómenos de élites, no de masas. De élites que ganan poder al presentarse como "portavoces" de un derecho nacional del cual, en realidad, son inventoras. Prueba de lo que digo es que los sentimientos nacionalistas son mucho más fuertes en círculos universitarios, asociaciones profesionales o corporaciones con posibilidades de poder político, urbanas siempre, que en barrios obreros o en medios rurales (pese a que la esencia nacional que se dice defender suela presentarse como rural).

En el caso español, afortunadamente, no hay enfrentamiento entre "pueblos" o comunidades, como en Bosnia o Kosovo. Está por ocurrir el primer incidente en un bar de Barcelona o Bilbao entre castellano-parlantes y catalano-parlantes o euskaldunes. Claro que si las élites nacionalistas, creyendo que es su única manera de reclamar poder, consiguen hacer que su público potencial interiorice esta interpretación de la realidad humana como esencialmente dividida en indentidades colectivas diferentes y rivales, puede que el enfrentamiento violento entre "pueblos", o conjuntos de individuos que creen formar pueblos, se acabe produciendo algún día.

En fin, que el PNV, para rematar la faena, abandonó el Grupo Popular de la eurocámara y se ha ido al Grupo de Los Verdes. Espero que sea ése donde estén también los seguidores de Le Pen, porque es, ciertamente, donde les corresponde. Le Pen sí que expone sin ambages su objetivo de preservar la pureza racial, si es posible usando la eugenesia, otra técnica muy defendida por científicos... de hace tres cuartos de siglo, como mínimo.

José Álvarez Junco es catedrático de Historia de los Movimientos Sociales en la Universidad Complutense.

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