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Tribuna
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Iniciativa privada

JUSTO NAVARRO Así que hubo una rueda de reconocimiento: la Guardia Civil investigaba palizas a vecinos de Níjar, trabajadores, africanos. Pero los agredidos no reconocieron a los delincuentes, o prefirieron no reconocerlos: los delincuentes tienen barras de hierro y mala sangre. Los vecinos castigados habían aguantado más de una paliza antes de manifestarse y ponerse en huelga, porque temían el despido, la expulsión de España, más palizas. Callaban. Los delincuentes son más habladores: nadie los identificó en la rueda de reconocimiento, pero, uno de los que hacían bulto entre los sospechosos, uno que ni siquiera tenía la categoría de sospechoso, se declaró ante los periodistas absolutamente culpable. Es que le habían robado del coche 45.000 pesetas y la documentación, y había presentado una denuncia, y no había hecho nada la Guardia Civil. -Busqué a los ladrones y les pegué dos tortas, que es lo normal-. Lo normal. La Policía no hace nada. Tiene uno que hacer justicia por su cuenta. Es el argumento de más de una película, ¿no?, y el cine encandila a muchos. Incluso el Gobierno parece empeñado en defender la teoría de la ineptitud inmensa del Estado y sus organismos: son estupendas la enseñanza privada, la medicina privada, el correo privado, la policía privada, las fortunas privadas. Y el mejor policía privado es uno mismo, si tiene fuerza. Es la teoría de los valientes de Níjar: una moral de frontera, de territorio sin ley, y una manera de matar el tiempo muerto del sábado noche. La gente de orden lleva una barra de hierro porque se siente desvalida, a merced del mal, y se defiende, y apalea. Pero también se sienten desvalidos los vecinos de Níjar apaleados: dicen que, hasta que no se manifestaron y se pusieron en huelga, la Guardia Civil no había atendido sus denuncias. El delegado del Gobierno, que debería representar la eficacia del Estado, asumió inmediatamente la representación del Estado como Estafa, y declaró que los agredidos se habían agredido a sí mismos. Tampoco esta original paradoja es original, pues bebe de una honda tradición policiaca: siempre que un detenido tiene la cara rota, es un neurasténico que se ha estrellado contra las rejas del calabozo. Así que, convencidos por las teorías de Clint Eastwood y el Gobierno, los creyentes en la iniciativa privada cogieron sus coches y se fueron a la caza de dos forasteros que habían robado una moto. Los cogieron, sí, y les pegaron una paliza, lo normal: los dejaron andando a gatas. Quizá sean éstas las dos razas fundamentales: la de los que van en coche a pegar palizas, y la de los apaleados que acaban a gatas. (Los extranjeros temían represalias, preferían callar. ¿Tenían razón? Al portavoz de los que protestaban lo han despedido de su trabajo en un locutorio telefónico de la empresa Latino Telecom, según leo en las crónicas de Jorge A. Rodríguez. Ahora han descubierto, precisamente después de la protesta, que faltaban de la caja 275.000 pesetas.)

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