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Historias con perros

IMANOL ZUBERO Volvíamos a casa a primera hora de la madrugada del pasado domingo tras una celebración con la cuadrilla cuando vimos un perro deambulando con un trozo de cadena colgando de su cuello. Tal vez perdido, probablemente abandonado, era un rottweiller macho, adulto, plantado imponentemente en una de las calles del pueblo. La verdad es que impresionaba un rato. Bueno, nos impresionaba a nosotros, porque tres chavales de unos diez años habían organizado su particular encierrillo y citaban al perro encaramados en un contenedor de basura en medio de grandes risas. Telefoneamos al 112 y nos dijeron que la patrulla de la Ertzaintza ya estaba sobre aviso, de modo que lo dejamos así. El lunes por la mañana se presentaron en el Ayuntamiento los tres chavales con el perro. Según contaron, lo habían recogido y cuidado en un cobertizo desde el domingo, pero ya no sabían qué hacer con él. Desde el Ayuntamiento se dio aviso a la Asociación Protectora de Animales y Plantas, con la que tiene firmado un convenio, para que pasaran a recoger al animal. Era cosa digna de verse la forma en que el perrazo jugaba con los chavales, cómo les rozaba con su cabezota para llamar su atención. En poco más de un día perro y niños habían desarrollado una amistad que para sí quisieran muchos parientes cercanos, de ahí que no dejaran de preguntar qué iba a ocurrir con el animal, si lo iban a sacrificar o qué. Cuando el miembro de la asociación les aseguró que, en principio, el perro viviría en las instalaciones de la entidad hasta poder encontrarle otro destino, se marcharon mucho más tranquilos. Por cierto, aprovecho la ocasión para reconocer públicamente la labor desarrollada por la Asociación Protectora de Animales. Y que nadie me diga que el cuidado y la protección de esos animales a los que impropiamente denominamos domésticos es una chochería propia de aburridas, cursis y hasta neuróticas damas de la alta sociedad. No puedo demostrarlo, pero estoy seguro de que existe una correlación directa entre la forma en que son tratados los animales y la forma en que son tratados los seres humanos. Hace tres meses y medio nació nuestra hija, Naia, y en casa tenemos un perro. Lo llamamos Baltza y es un schnauzer gigante. Lo recogimos con un año y ha resultado ser el mejor de todos los perros que he tenido. Todavía no nos hemos acostumbrado a contemplar sus muestras de cariño y de preocupación hacia la niña. Gime cuando la escucha llorar, lame sus pies para consolarla, desconfía de quienes no siendo de casa se acercan a ella. Hasta el punto de que nos regalaron uno de esos interfonos y no lo hemos utilizado: tan pronto como Naia se mueve en su cuna viene Baltza a buscarnos y no para hasta que nos acercamos a la cuna. No falla nunca, no sufre interferencias y no hay que preocuparse de conectarlo. Además le encanta jugar con los niños. Sin embargo no hay día que pase sin que alguien nos diga que tenemos que deshacernos del perro. Para colmo, algunos medios de comunicación explicaron el último ataque mortal de un perro contra una niña como una reacción motivada por el afán de protegerla, así que nos han dejado sin argumentos. ¿Dices que quiere mucho a la niña? Pues casi peor. Matan y lastiman más las piscinas que los perros. No es un consuelo (sea cual sea la causa de una muerte violenta, particularmente de un niño, es una tremenda y conmovedora tragedia), pero es así. Sin embargo, en esta sociedad cada día más compleja y absurda, la piscina ha desbancado al perro en el ranking del mejor amigo del hombre. Y cada vez resulta más difícil explicar las razones por las que algunos seguimos prefiriendo a los perros antes que a las piscinas. Y esto lo dice alguien que desde hace cuatro años tiene marcados los colmillos de un pastor alemán en la parte posterior de la rodilla. En fin, disculpen esta nadería de columna pero, entre tantas histerias con perros, quería contar algunas historias con perros. No anulan ni compensan otras historias terribles, pero también merecen ser contadas.

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