_
_
_
_
_
Entrevista:

"Soy una madre muy normal"

Alfredo es jurídicamente un hombre y una madre. Eva es de corazón una mujer y una madre. Ambos son la misma persona. Una persona feliz, porque una sentencia de la Audiencia de Sevilla le ha otorgado la tutela de la hija de su pareja fallecida hace dos años y a la que Eva ha cuidado y atendido desde hace casi diez. "Soy una madre muy normal", dijo con orgullo modesto, ayer, mientras se tomaba un refresco en una céntrica cafetería sevillana. La buena noticia de que se había convertido en el tutor (le gustaría que le llamasen tutora, pero oficialmente es aún un varón) de la niña se lo dieron sus vecinas, que alborozadas le esperaban en el portal de su casa. Eva venía de pasar una revisión óptica a la pequeña. "Me quedé en el sofá como si me hubieran dado una paliza, me dolía todo el cuerpo, ahora creo que era de felicidad", explica Eva embutida en un coqueto conjunto de chaqueta y pantalón rojo y blanco y con una lagrimilla a punto de escapársela por un ojo.

Más información
"No añadir más desarraigo afectivo"
El periódico del Vaticano arremete contra la sentencia porque "repugna"

La cosa no ha sido fácil. A pesar del optimismo que fácilmente podría calificarse como ilógico de Eva, el sufrimiento se ha hospedado en su corazón y en el de la niña desde hace tiempo. Cuando la pequeña tenía poco más de un año, su madre falleció. Al poco tiempo, su padre conoció a Eva y el romance empezó a madurar y a hacerse solido, tanto como para obviar incomprensiones o comentarios. Cuando la niña tenía alrededor de dos años, la pareja comenzó su vida conjunta. Un hombre, una mujer y su hija. Eso es lo que fueron para todo el mundo. Una familia.

A finales de 1996, le diagnosticaron un cáncer de pulmón al marido, por afecto y efecto aunque no sobre los papeles, de Eva. Cuatro meses de dolor y lucha contra la enfermedad, hasta que en febero de 1997 se le apagó la vida. La pequeña se quedó con "su madre". Eva decidió entonces poner al día la legalidad de la tutela. Por primera vez en una decena de años, la familia materna comenzó a mover sus piezas para hacerse con la niña. Eva no se lo explica, para ella no es ningún secreto que la familia de la madre de la niña no le tenía aprecio, pero hasta entonces no había habido ningún problema. Incluso la primera comunión de la pequeña, a pesar de que el padre había muerto hacía tan sólo tres meses, fue una fiesta en la que participaron y contribuyeron económicamente ambas partes de la familia. En junio de 1997, llegó lo inexplicabe para Eva. La familia materna se llevó a la pequeña durante 18 días. "Yo no entendía nada, porque la niña estaba muy bien atendida, limpia como la que más y muy bien educada y espabilada".

Eva y su pequeña vivían perfectamente integradas en su vecindario y en la ciudad. No había apuros económicos. Entre la pensión de orfandad y lo que saca de su peluquería, Eva tiene más que suficiente para atender a los pagos del colegio de monjas al que acude la niña y a los caprichos coquetos de la preadolescente. "Es una bendición lo del uniforme, porque los días normales se tiene que levantar un par de horas antes para acicalarse", comenta divertida.

Pero sobre todo franqueza. "Las religiosas y las profesoras lo saben todo sobre mí. Yo firmo los papeles oficiales como Alfredo y las notas como Eva. Yo quiero que la niña tenga una educación religiosa. Yo soy creyente. Creo en la igualdad de todos y en el amor al prójimo y creo que el colegio de monjas es un buen sitio para que mi hija lo aprenda". Y es que el sexo de Eva no ha sido un secreto para nadie nunca, ni siquiera para la pequeña. Nunca hubo un problema al respecto. Ni con el colegio de religiosas, ni con las madres de las compañeras de la niña, ni pediatras ni nada. Es más, nadie ha perdido un segundo en felicitarla. "Es que hay muchísima gente estupenda por ahí".

Pero el sexo de Eva, que se siente mujer desde que nació -su cuerpo está ahora a medio camino y está decidida a operarse, "pero con tiempo", que ella tiene mucha paciencia"- sí fue un problema después de los 18 días que la niña pasó en casa de sus familiares maternos. Esa especie de "secuestro", tal y como lo define la sentencia de la Audiencia de Sevilla, sirvió para meter conceptos nuevos en la cabeza de la pequeña. Cuestiones de sangre, sexo y familias ideales con padre, madre y hermanos que nunca habían tenido importancia para ella. "La niña llegó bombardeada", se lamenta Eva. "Me tuve que sentar y aproximarme a ella poco a poco; es que es tan nerviosa como su padre", cuenta Eva seria, "le tuve que explicar lo que somos cada uno y lo que es importante y lo que no. Yo sólo quiero que esté preparada para dar amor y recibir amor".

"Me he ganado el respeto"

Una de las cosas que más sorprende de Eva es que no se enfada con nadie y tiene un coraje y una confianza a prueba de bomba. Ayer mismo, llevó a la niña a casa de su abuela materna. Nada de miedos, tampoco nada de cortesía. Pero si la niña quiere, la niña hace. Verdaderamente, le tiene cogida la sobaquera a Eva. La noticia de que la familia materna no recurrirá ante el Tribunal Supremo la tutela de la menor ha sido la guinda en este final feliz. El jueves comió con las hermanas de su pareja para celebrarlo, entre decenas de llamadas telefónicas de felicitación. "Si es que soy una madre muy normal, y yo creo que me he ganado el respeto de todo el mundo. Yo no oculto nunca lo que soy. Soy una mujer, así me quería mi marido y como madre me ve mi hija". Con su aplomo característico se alegra mucho por lo que esta sentencia pueda significar para otros transexuales en su situación, pero pide un poco de calma y, sin ánimo de ser insolidaria, anuncia que se va a retirar. No quiere que nada más afecte a su pequeña. "Una foto o una imagen mal tomada pueden hacer mucho daño".

Eva acaricia el nombre de la pequeña que lleva en seis letras de oro en su cuello mientras cuenta cómo le buscó un psicólogo ante los problemas que podían surgir. De momento las vacaciones tendrán que esperar, porque la pequeña ha sufrido una pequeña caída en sus resultados académicos. Demasiadas cosas a su alrededor. Pero aparte de unos cates (discretamente silenciados por el orgullo estudiantil de la pequeña), todo empieza ahora una senda de normalidad. Ese concepto al que Eva y la sentencia de la Audiencia sevillana han dado un sutancial estirón. "Es que las mujeres somos lo más fuerte que hay. Las mujeres podemos con todo, incluso con una familia numerosa".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_