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Las vidas del alquimista VALENTÍ PUIG

Eros y Picasso han dispersado suficientemente la vida de Palau i Fabre como para que su obra literaria tenga un eje de unidad indestructible: el poder de la visión poética en un mundo desasistido de autenticidad. El adolescente que antes de la guerra civil hacía crítica literaria en La Humanitat y La Publicitat trabajaba ya en circuitos de alta tensión, inasequible a la conformidad con lo más en uso. Así ha sido siempre, en la posguerra, en París y en el largo aprendizaje del alquimista. Si toda su poética está encarnada en el cuento Les metamorfosis d"Ovídia, es en el work in progress de Poemes de l"alquimista que Palau i Fabre había conseguido tempranamente incorporarse a la tradición órfica, reconquistada centímetro a centímetro. "Estic enamorat del meu amor primer", decía un verso del joven aprendiz de alquimista. Luego, en Quaderns de l"Alquimista, lo órfico y Eros vertebran aleatoriamente aquella actitud de experimentación para que emerja el oro del poema, el oro del pensamiento, el oro de la representación. Una veta de oro hilvana las transmutaciones de Llull o la áspera vulnerabilidad de Ausiàs March, para llegar hasta el delirio de Antonin Artaud, a quien Palau visitó en el sanatorio psiquiátrico. Envejecido, en camiseta y calzoncillos, Artaud blandía una estaca y decía estar en la búsqueda de una nueva silabización. En Palau hay una generosa veneración del genio: en uno de sus últimos libros sobre Picasso cuenta las largas esperas arbitrarias para ver al monstruo y admirarle. En su vida y en su obra, Palau practica siempre el "difícil arte de ignorarse". Es también la impersonalidad transmisora del poeta como médium, capaz de oscurecer un mediodía. En una carta a Rosa Leveroni publicada recientemente, Palau i Fabre pone en duda los poderes de la sátira de Salvador Espriu y reafirma que la poesía es conquista metafísica o no es nada. Fundamentalmente, Palau opta por Rosselló-Porcel, a quien considera no del todo bien interpretado por Espriu. Estamos en el año 1950 y por entonces Palau i Fabre, en París, leía un ensayo de Maurice Blanchot sobre Sade y trabajaba en un restaurante dietético en Pont Royal. Había decidido vivir en los antípodas de la cultura resistencialista del catalanismo, tan arrimada a una moral puritana. Fue una decisión que por suerte le alejó de la angosta supervivencia, aunque tuviese que ir viviendo a salto de mata. El poeta había escrito: "Jo sóc un home vague, sense geografia". En un soneto de 1950, Palau anuncia que el secreto de los egipcios ha sido el descubrimiento simple y portentoso de que toda realidad es simbólica y que todo símbolo es "real". Es una constatación crucial para el arte poética de Palau: más allá de la desintegración del yo existe aún la posibilidad de metamorfosear los metales como en la Edad Media y conseguir el oro de los orígenes. A la hora de concebir los Poemes de l"alquimista, Palau pensaba que se trataba de una obra por hacer, pero luego comprendió que se trataba de su propia vida. Quizá no fuese autor, sino actor de su propia existencia. Siempre tan sutil y señorial, el crítico Jaume Bofill i Ferro es uno de los primeros en saludar la audacia de Palau en tiempos que se dirían de estancamiento y falta de vitalidad. De los precoces poemas de L"aprenent de poeta, dijo Bofill que la exaltación más destructora, la confusión más violenta, puede procurar el matiz más misteriosamente sugestivo, como el horno candente configura el óxido de tono más delicado sobre la porcelana. De 1944 a 1945, en la revista Poesía, intentó una renovación que iba a ser prácticamente imposible, por una parte porque imperaba un régimen que tenía a Miguel Hernández en la cárcel -como anota Palau en la edición facsímil de aquellos 20 números de cuatro páginas, y a la vez porque el catalanismo catacumbal discrepaba de las libertades expresivas del director de la revista. Parece ser ya un comportamiento cíclico de las cosas que, tanto tiempo después, Josep Palau i Fabre honre con notorio exceso el Premio de Honor de las Letras Catalanas.

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