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Tribuna:LA CIENCIA ECONÓMICA
Tribuna
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De lúgubres, fundamentalistas y samaritanos

Permítanme comenzar este artículo con varias preguntas. ¿Cuál es la mejor manera de luchar contra la discriminación en el mercado de trabajo? ¿De qué depende que una determinada legislación sobre el divorcio logre los objetivos deseados? ¿Cómo podemos integrar a las personas con alguna minusvalía en la sociedad? Si ustedes piensan que estas preguntas son importantes, me imagino que querrán toda la ayuda que puedan obtener para contestarlas correctamente. Acudirán a disciplinas como la sociología, el derecho, la filosofía y la psicología, tal vez incluso a la medicina y a la biología. ¿Acudirían también a la economía? ¿Por qué no, si puede aportar su grano de arena? (Me imagino que responderán). Pues bien, a Moisés García esto último le parece "lúgubre". Si entiendo bien la postura que mantiene en su artículo La economía, ¿una ciencia lúgubre? publicado el 26 de abril en EL PAÍS, la razón parece ser que, poniendo en labios de una pareja expresiones exageradas al uso del análisis económico, el resultado no puede ser más... lúgubre.Me viene a la memoria un texto de Schopenhauer que leí hace mucho y no logro situar, pero que hacía algo parecido con la biología. En lugar de frases poéticas, sus amantes realizaban un discurso de atracción hacia la amada con biológico apremio reproductor. La conclusión de Schopenhauer no era que esto convirtiera en lúgubre a la biología, más bien al contrario (no en vano se ganó el título de filósofo del pesimismo) era una advertencia acerca de los condicionantes biológicos del comportamiento humano. Estos condicionantes, junto con los psicológicos, económicos y otros, deshacen muchos mitos sobre la naturaleza humana y fácilmente uno deviene en seguidor del pesimismo filosófico. Sin embargo, hay otras actitudes posibles. Por ejemplo, podemos entender la mecánica de estos condicionantes para usarlos en nuestro beneficio o para limitar su influencia según convenga a nuestros fines de bienestar social.

El lenguaje especializado es siempre arcano, árido y hasta ridículo cuando se saca fuera de contexto. El noventa y nueve por ciento de transpiración en el trabajo científico debe quedar en el laboratorio. Al salir uno debe ducharse y hacer participar a la comunidad de ese uno por ciento de inspiración y de los resultados de la investigación.

Personalmente, encuentro pocas cosas tan asombrosas en el mundo como los descubrimientos sobre el origen y evolución del universo que nos ha proporcionado la astrofísica. Sin embargo, los astrónomos se pasan muchas más horas ante pantallas de ordenador que proporcionan listas interminables de números que apreciando la belleza del cosmos a través de un telescopio. Pasan más horas formulando ecuaciones matemáticas que escribiendo artículos de divulgación. Pero sin el rigor de su lenguaje y de su trabajo nuestro entendimiento del mundo sería extremadamente limitado.

Los economistas hablamos en un lenguaje que se ridiculiza fácilmente y que, sin embargo le ha permitido a la Economía ampliar su campo de estudio. El profesor J. Leonard, de la Universidad de Berkeley, estudió en los años ochenta las políticas de discriminación positiva (Affirmative action) llevadas a cabo en los Estados Unidos. Sus trabajos empíricos se basan en diversos modelos económicos teóricos (entre otros, de los propuestos por Gary Becker, denostado por Moisés). Gracias a estos trabajos, tenemos razones para pensar que estas políticas, si se diseñan bien, tienen un efecto positivo en términos de reparto de rentas hacia los colectivos que son su objetivo, y ello sin merma en la productividad, pero también que tienen un menor efecto en la lucha contra la discriminación con efecto permanente.

Gracias a trabajos semejantes sabemos que las tasas de divorcio se ven menos afectadas por la legislación sobre las condiciones para divorciarse que por la que afecta a las ganancias derivadas del divorcio. También sabemos que los desincentivos a trabajar debido a los salarios más bajos son una causa menor de desempleo que las barreras en el mercado de trabajo para los trabajadores con incapacidades o minusvalías. Todos estos trabajos ayudan a entender los problemas asociados a las cuestiones planteadas al comienzo de este artículo y ayudan a orientar las políticas económicas. Uno puede estar tentado a pensar que no hace falta el análisis económico para ello, que basta observar los efectos de las distintas políticas que se han llevado a cabo y elegir la mejor. El análisis económico ayuda a evitar que en las pruebas de acierto/error se minimicen los errores, siempre caros fuera del laboratorio.

Creo que tras lo anterior mi posición está clara. Si la Economía puede aportar algo en temas que antaño no eran su objeto de análisis, tanto mejor para todos, incluidas las otras disciplinas a las que complementa con su análisis. Lejos de hacerse más lúgubre, la Economía se hace más humana y, dado el uso que hace de herramientas como la teoría de juegos, más lúdica.

Usar el análisis económico en una determinada área de estudio no significa dejar esa área al mercado. La Economía no es el ensalzamiento del mercado, sino algo muy distinto: es el estudio de cómo dedicar recursos escasos a fines alternativos. Hay muchos mecanismos que hacen esto. Unos mejores en unas circunstancias, otros mejores en otras, algunos malos en todas y ninguno bueno siempre. El mercado es, simplificando, un mecanismo más que funciona cuando manejamos bienes privados, sin efecto en quien no los consume directamente y sin problemas de información. Para otro tipo de bienes existen otros mecanismos (impuestos por contaminación, políticas de discriminación positiva, seguros médicos obligatorios, educación gratuita...), que pueden funcionar mejor o peor que el mercado. Las preferencias e ideologías no deben establecerse defendiendo uno u otro mecanismo, sino defendiendo objetivos de bienestar en sus aspectos más amplios. Fundamentalistas, en el sentido que parece tener el término en palabras de Moisés, serán aquellos que sólo tienen en mente un mecanismo y a él quieren supeditar toda (o, por lo menos, demasiada) actividad humana. Los hay fundamentalistas del mercado y también de la centralización, estos últimos en franca retirada. No conozco personalmente a ningún economista de cierto prestigio que pueda catalogar de fundamentalista del mercado. Conozco, en cambio, actitudes y opiniones que pueden hacer aparecer a quien las posee como personajes de este tipo. Por poner un ejemplo, se publicó en EL PAÍS el 14 de diciembre del año pasado un artículo de Carlos Rodríguez Braun titulado El buen samaritano y el mercado.

En este artículo se argumenta que la figura del samaritano no es un antídoto frente al mercado (afirmación que puedo compartir), pero se basa en una argumentación errónea. Carlos Rodríguez tiene razón en que la libertad de mercado no le impide al samaritano llevar a cabo su acción, y que precisamente el mérito es más ejemplar porque nadie le fuerza a ello (pensemos, nos dice, cómo veríamos su acción de haber sido obligado por un centurión).

Sin embargo, si es socialmente aceptable y bueno que se atienda a los accidentados, no debemos dejar su atención a manos de la buena voluntad de los que puedan pasar por ahí, ni a manos de un centurión que nos obligue a pasar por ahí o a ayudar si pasamos. Hay opciones mejores, podemos pagar con nuestros impuestos un servicio de atención a accidentados y desprotegidos, podemos financiar unas patrullas al mando de centuriones con este objetivo. Tal vez sea menos poético y más forzado (los impuestos son obligatorios), pero sería un mecanismo mucho más efectivo para lograr el fin deseado que el encomiable voluntarismo. Esto es así porque el bien (fraternidad, solidaridad...) que queremos administrar no es privado, sino público y necesita de mecanismos que nos obligue a su provisión. Piensen, si no, en cuántas inversiones en bienes públicos tendríamos si pagar impuestos fuera voluntario.

No ha sido mi intención situarme en un punto medio entre los dos autores cuyos artículos cito. Mi intención es defender la validez del enfoque económico tal como se entiende en la profesión. Lo que me asombra es que dos catedráticos en áreas de Economía la desconozcan.

José Luis Ferreira es profesor titular del departamento de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid.

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