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Doñana: ¿mañana como ayer?

Al menos cuatro veces en 25 años hubo movilizaciones que, gritando "¡Salvemos Doñana!", lograron parar carreteras, urbanizaciones, contaminaciones y mortandades masivas de aves. Hace un año, justo al consumarse el desastre anunciado, fue la única vez que el imperativo se hizo presente. La Administración declaró, en magistral sincronía con la marea alta de la catástrofe, que Doñana se había salvado. E insisten.No les cabe aún en la cabeza a muchos, entre ellos a los máximos responsables medioambientales, que el paisaje es un medio dinámico donde no ya las fronteras, sino también lo que está más allá de las mismas informa, explica, nutre y mantiene o destruye a los sistemas. La naturaleza no empieza ni acaba. Intenta ir siendo. Por eso el presente aún descarga realidades ajenas que siguen proponiendo la destrucción del futuro. Porque nada ampara más que dejar que la vida siga y que nuestro desarrollo no se salde con la destrucción de lo que precisamente lo permite. Nada condiciona más eso mismo que no entenderlo.

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El mañana, en todo caso, no debería traer sólo unas condenas. Ésas que ojalá obliguen a restituir, no ya los desembolsos realizados, acaso 30.000 millones, sino también los que van a ser precisos, seguramente otro tanto, para la total restauración. Que pasa, primero, por limpiar todo el Guadiamar donde siguen contaminantes que, si no, permanecerán decenios a disposición de la muerte. El pasillo verde no puede hacerse sembrando la otra contaminación, que es desvincular a la sociedad de su patrimonio a través de una expropiación sin más. Ni las restauraciones hidrológicas que sustituyen con grandes obras de infraestructura el maltrecho sistema natural.

En todo hay sensatez en marcha. Sobre todo la que pasa por implicar a todos los sectores, desde la cabecera a la desembocadura de la cuenca hidrográfica. Los mineros serán los primeros beneficiados si su actividad no daña los intereses de particulares ni el de todos. La catástrofe debería servir, al menos, para que se generalizaran los planes de emergencia y las medidas de seguridad en todas las balsas de estériles. En España son 168 las que padecen inestabilidad y 160 contaminan acuíferos y cuencas fluviales, ha señalado Adena- WWF. La sociedad no puede pagar lo que unos pocos han destruido. La contaminación no puede seguir socializada mientras los beneficios son cada vez más privatizados. Si agricultores, ganaderos y pescadores pueden llegar a ser compatibles con los suelos, las plantas y las aguas que les dan de comer, no es imposible que lo sean los mineros.

Por suerte hay quien trabaja con rigor por la conciliación. Luis Atienza, gestor de la Fundación Doñana 21 y ex ministro de Agricultura, acierta al crear el vínculo entre la población y el entorno de Doñana. Intenta aunar los intereses de sindicatos, empresarios y administraciones para, de forma auditable anualmente, comercializar los productos de muchas cooperativas. Turismo, investigación, vinos y frutas se benefician ya de la imagen de Doñana, al tiempo que ayudan a mantener la salud del entorno. Esta fundación busca generalizar un modelo de sostenibilidad para Doñana, porque es el mejor porvenir posible. Y es la única forma de que los intereses particulares no sean desalojados por los generales, ni éstos quebrados por los de sector alguno. Sabemos, debemos y podemos hacer de este desastre una real indagación de modelos de coordinación y una puesta en práctica de nuevos rumbos para el desarrollo. No se puede desaprovechar la ocasión de que mañana ya nunca más sea como ayer. Y eso pasa por comprender que, con ámbitos como Doñana, la meta no es protegerlos, sino que nos protejan.

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