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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Claveles de abril

TAL DÍA como hoy, hace 25 años, un grupo de militares portugueses, a los que se adhirió de forma inmediata y entusiasta la población civil, acabó con la dictadura salazarista, que padecía Portugal desde 42 años antes, y abrió el camino hacia un régimen democrático. Pero lo peculiar y verdaderamente novedoso de aquel movimiento es que no fue un "golpe militar" a la antigua usanza, sino una revolución que, en sus inicios, pretendió remover los cimientos del país y no sólo cambiar su régimen político. La revolución de los claveles, como se denominó aquel movimiento por los claveles que colgaban de la punta de los fusiles de los soldados sublevados, reorientó esencialmente la trayectoria de Portugal e influyó también, aunque sólo fuera por la fuerza de su contagio, en la desaparición del franquismo en España. La actual democracia portuguesa es el principal y tangible logro que cabe atribuir a la revolución de los claveles de hace 25 años. No es poco. Y aunque sólo fuera por eso, los portugueses de hoy deben estar reconocidos a quienes la protagonizaron. También debemos estarlo los españoles. No puede olvidarse que el 25 de abril de 1974 se produjo en Portugal el primer fogonazo de los cambios que sacudirían los cimientos de los sistemas dictatoriales que mantuvieron durante lustros a la península Ibérica al margen de Europa y de la vida internacional. Es cierto que muchos de los objetivos "utópicos" de la revolución de los claveles quedaron muy pronto en el camino y que sus protagonistas acabaron por ser engullidos en el torbellino de fuerzas que habían desencadenado. Pero es una ley histórica que las revoluciones no pueden eludir los dictados de la realidad y terminan por devorar a quienes se resisten.

Lo importante es que el proceso revolucionario puesto en marcha entonces culminó en una democracia plenamente consolidada, que ha permitido a Portugal modernizarse a un ritmo vertiginoso e integrarse con autoridad y sin complejos en Europa y en la comunidad internacional. También en estos 25 años Portugal y España se han aproximado más que nunca, atenuando el absurdo alejamiento en que permanecieron. No ha lugar, pues, para la nostalgia por lo que pudo ser, aunque sí de moderada satisfacción por lo que realmente fue.

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