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Tribuna
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Pesquisas

Cada tanto (en realidad, muy a menudo) aparecen en los periódicos noticias científicas (o así se presentan) según las cuales acaba de descubrirse esto y lo otro: un avance en el conocimiento de qué somos y qué nos pasa, tal como suele deducirse del triunfalista redactado. Leo, hace un par de días, que un equipo del Instituto Nacional de Diabetes (supongo que de Estados Unidos: la noticia, de agencia, viene fechada en Washington) ha conseguido localizar en el cerebro humano, mediante un escáner perfeccionado capaz de realizar un mapa inédito de la actividad de dicho órgano, las señales del hambre y de la saciedad.No me pregunten cómo funciona, pero el caso es que parece que el descubrimiento podría ayudarnos a eliminar el hambre: fascinante perspectiva que, aplicada con la ternura habitual con que el ser humano suele comportarse con sus semejantes, permitiría que pueblos enteros murieran de hambre sintiéndose saciados y sin darle el coñazo al Primer Mundo.

No entiendo que quienes dedican tan admirables esfuerzos a estudiarnos la cocorota no se hayan empeñado, todavía, en intentar localizar la zona donde tenemos emplazados la percepción del nacionalismo y el embrión del militarismo. Si a mí me dijeran, por ejemplo, que es en el hipotálamo donde más probabilidades tengo de que se me desarrolle un acusado sentido de excepcionalidad y superioridad respecto a los nacidos de otra tierra, o que es en el tálamo donde nace el impulso de que se me ponga la carne de gallina ante una marcha guerrera... Por decirlo con franqueza, queridos, me hacía yo misma una lobotomía, ahora mismo, con el abrecartas y las tijeras de las uñas, y con una botella de whisky a modo de anestésico.

Pero ahí les tienen. Averiguando cositas para volvernos delgados. En vez de hacer algo para que seamos cuerdos.

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