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MUJERES

Las grandes perdedoras

Antonina Rodrigo rescata en un libro la memoria de las exiliadas españolas

Hace más de veinte años, la escritora Antonina Rodrigo decidió recuperar la memoria de las mujeres españolas que sufrieron el exilio. Fue una tarea ardua. Recorrió México, Uruguay, Argentina y Francia; buscó en España las víctimas del exilio interior. Y encontró varias decenas de mujeres lastradas por una vida plagada de experiencias dramáticas y sorprendentes: la mujer que en el verano de 1936 lanzó las primeras octavillas sobre Madrid desde una avioneta llamando a la resistencia confeccionaba en París, 30 años después, los pantalones de Charles Aznavour. Mientras, moribunda, en su casa de Montevideo, Teófila Madroñal, sargento de la Primera Brigada de Choque, cantaba letras alusivas a líderes y a batallas perdidas."Todas fueron mujeres voluntariosas. Eran conscientes de los derechos que habían conseguido durante la República y no quería perder tales privilegios. Todas ellas vivieron la República, sufrieron la guerra y luego el exilio", señala Antonina Rodrigo, que, 21 años después de que apareciera publicada la primera parte de sus indagaciones, edita ahora, en la Compañía Literaria, Mujer y exilio 1939, que contiene 27 biografías de otras tantas mujeres "doblemente relegadas".

Entre las elegidas hay unos pocos nombres conocidos, como María Zambrano o Ana Ruiz Hernández, la madre de los Machado, pero abundan en general los apellidos que poco o nada dicen al lector común.

Incluso hay algunas perfectas desconocidas, como Teófila Madroñal. "Había ido a América", relata Rodrigo, "con un visado de la Generalitat para buscar datos sobre la actriz Margarita Xirgu, pero en realidad yo buscaba a la gente de 1939. Un día, en Montevideo, cuando salí de un programa de televisión, me telefoneó una desconocida. "Oiga", me dijo, "tiene que conocer antes de irse a Teófila Madroñal". Estaba muy enferma. En el hospital la habían desahuciado y ahora agonizaba en su cama. Fui a su casa, hablé con ella, se animó y acabó cantando canciones de la guerra. Falleció pocos días más tarde. No tenía ni idea de que existiera".

Madroñal fue sargento del Tercer Batallón de la Primera Brigada de Choque. Conservaba todos los nombramientos y aún defendía, pese a los años transcurridos, la dignidad moral de las milicianas.

Campos de exterminio

Pero quizá una de las historias más increíbles es la de Constanza Martínez Prieto, confinada en 1944 por los alemanes en el campo de exterminio de Ravensbrück, tras ser juzgada en las cercanías de París. Constanza gastaba unos lentes de cristales muy gruesos. Llegar a un campo de concentración con unas gafas de miope era una condena anticipada a muerte. A las personas con defectos físicos, incapacitadas para trabajar, los guardianes le prendían a la ropa las iniciales NN (Nacht und Nebel, Noche y Niebla) y las gaseaban en pocos días.Constanza tuvo la fortuna de que se le rompiera una varilla de las gafas antes de la supervisión. Fue considerada apta y destinada a una cadena de fabricación de armas. Constanza era entonces una mujer enamorada. Unos meses antes, durante el juicio en Francia, un condenado con quien no había intercambiado una palabra se cruzó con ella y le entregó un papel doblado: era una declaración de amor. Ambos fueron condenados a 18 meses de cárcel, pero en recintos diferentes.

Cuando Alemania fue liberada y los reclusos de Ravensbrück devueltos a Francia, Juan Escuer, su enamorado, recorrió París preguntando por una mujer con gafas gruesas. "Le respondían que no había llegado nadie con gafas", relató la propia Constanza a Antonina Rodrigo. "Ciertamente, yo no las llevaba, porque nunca me devolvieron las que entregué en el campo para que me las arreglasen. Nuestro reencuentro es algo que no he podido olvidar. Yo estaba en el comedor y de pronto alguien me tapó los ojos, y adiviné que era él. ¡Cuántos recuerdos!".

En el exilio tuvieron dos hijos. Su formidable experiencia los indujo a dar charlas en escuelas, institutos de enseñanza y ateneos. Para que nada se olvide, para que no vuelva a ocurrir era el título inamovible de sus charlas. Constanza murió en 1997, pero Juan, su compañero, aún vive.

No es el único superviviente entre las personas que aparecen en el libro. También viven Trinidad Revolto, hija de una familia humildísima de carreteros que nació en una ermita y acabó en la Unión Soviética; Sara Berenguer, que quiso ser útil a la revolución; Rosario Sánchez, La Dinamitera, compañera de Miguel Hernández en las trincheras, que durante la posguerra y la dictadura tuvo que afrontar la tremenda tarea de esconder su muñón para no ser delatada y conservar su trabajo; Manuela Díaz Cabezas, La Guerrillera; Rosa Laviña, abogada de las causas justas; Adelita del Campo, locutora de Radio París; Antonia Adroher, maestra y militante del POUM, y Aurora Arnaiz, la primera catedrática de Derecho Constitucional en la Universidad Nacional Autónoma de México.

"Son gentes", dice Antonina Rodrigo, "que, al margen de su militancia o su compromiso ideológico, siempre trabajaron en sus oficios, que se ganaron la vida con su trabajo. No tiene nada que ver con los políticos de hoy en día. Su lenguaje es diferente".

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