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José Agustín

Demasiadas veces me ha pillado de viaje la muerte de seres queridos. Pero esta muerte es excesiva. Mis ojos se estrellan contra las primeras páginas, luego contra el asfalto que rompió a José Agustín Goytisolo, y por el camino de tan corto vuelo, 35 años de amistad y gratitud. Todo empezó cuando el poeta consagrado apadrinó al joven escritor y a su joven compañera, excarcelados, me regaló la condición de promesa literaria, me buscó trabajo, incluso nos llevó de fines de semana para airearnos en compañía de los Carandell, allá en Reus o a Cambrils, donde por primera vez escuché Ponme la mano aquí, ma Corina, ponme la mano aquí; sobremesas playeras mientras Luis Carandell buscaba desguaces para su empeño de entonces: el arte pobre.José Agustín y su mujer, Ton, forman parte de años decisivos en las construcciones y desconstrucciones de mis sentimientos y habían quedado en una retaguardia segura, últimamente no muy frecuentada, pero yo sabía que estaban allí cuando quisiera volver la vista para recibir memorias, deseos cómplices. Para que no tarde tanto en dejarse ver..., me dice en su dedicatoria de Elegías a Julia Gay, 1993, y hace pocas semanas, cuando publiqué mi entrevista con Marcos, me telefoneó para recordarme que Max Aub sitúa en Chiapas su espléndida falsificación Jusep Torres Campalans. Permanezca en la novela interiorizada de los que le conocimos su nunca bien devuelto compañerismo y digamos que fue buena persona como si lo dijéramos por primera vez, como si no fuera un adorno moral especial para ataúdes. Pero es que, además, estamos ante un gran creador poéticamente incorrecto a lo largo de 50 años, continuamente frente a los celestiales de uno u otro pelaje, desde un malestar en un mundo para siempre roto por un bombardeo franquista de Barcelona en 1938: al chocar contra el mármol / de tu terrible ausencia / te amo mujer de muerte.

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