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Tribuna
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La insurrección nacional vasca

Por mucho que el Gobierno intente trivializarla (cosa que se le da de miedo), la situación en el País Vasco es grave. Sus autoridades están en práctico estado de insurrección civil. La asamblea de municipios fue un acto revolucionario, comparable, cambiando lo que haya que cambiar, al juramento en el juego de la pelota. Enfrente, movía a risa ver a los representantes del orden constitucional desbordados, balbuceando incoherencias sobre que la asamblea era ilegal, mero acto administrativo, una peña y, además, no existía.Lo del Parlamento kurdo fue y es otro aldabonazo en la puerta del Estado. Lo importante aquí no es si la invitación a los kurdos es o no constitucional, lo que un think tank de juristas gubernativos se ha puesto a examinar con gran ahínco, siendo palmario que no lo es en virtud del artículo 149, 1, 3P de la Constitución, en relación con el 155, 1, que permite al Gobierno, previa mayoría absoluta en el Senado, forzar a una comunidad autónoma a cumplir con sus obligaciones y respetar el "interés general". En todo caso, lo esencial aquí no es esta hospitalaria idea, sino su espíritu. El bloque nacionalista está impregnado de ánimo revolucionario. De modo pacífico y por la vía política, pero revolucionario, por cuanto desborda el marco constitucional; así como la resistencia pasiva y la desobediencia civil son vías a la vez pacíficas y revolucionarias.

La ETA y EH están actuando con gran inteligencia: han acotado el terreno de juego y hace meses que orientan la acción política del nacionalismo, forzando al PNV a marchar al paso de la oca, o quizá de ganso, mientras que los partidos estatales se dejan configurar como el frente del "no", de la intransigencia y la intolerancia. Considérese la exigencia a EH de una condena expresa de la violencia como condición para negociar. Es evidente que la coalición no hará tal hasta las elecciones de junio. Luego, Dios dirá. Dirá ¿qué? Lo de siempre, lo que lleva años diciéndole a monseñor Setién; dirá que EH condene toda violencia y EH, en buena medida grey de monseñor Setién, condenará toda violencia. ¿Argumentarán entonces PP y PSOE, cada vez más in concerto, que no es suficiente y que los abertzales radicales han de condenar una violencia (la suya) más que la otra? Quizá no, pero harán algo parecido para seguir actuando con su patente carencia de perspicacia y de sensibilidad. Cuando la ETA emite un comunicado alabando al PNV, el Gobierno, el PSOE y algunos medios imperiales reprochan a Arzalluz sus "amistades peligrosas". ¿Y qué sucede cuando, con su habitual falta de tacto, Aznar apoya y felicita efusivamente a Ibarretxe por su actitud frente a la violencia? ¿Es menos problemático para el PNV? El frente nacionalista tiene en su interior una lucha por la gloria de ser partero en "el nacimiento de una nación". ¿Y no está dicho que la violencia es la partera de la historia?

Así las cosas, se extiende la impresión de que, sin quererlo nadie, nos acercamos a zonas de peligro; momentos en que la raza husmea el vértigo de la guerra. En el subconsciente jungiano ha sonado ya algún apellido, el nombre de algún país o un pueblo, que recorren como escalofríos la columna vertebral de esta desvertebrada España: Milosevic, Yugoslavia, los serbios.Visiones atroces de vecinos degollándose, mujeres violadas, niños desojados. La realidad que aflige al otro, del que, nos, pongamos como nos pongamos, nadie se atrevería a decir que se lo merecía más que nosotros. Pero ¡qué disparate! Nada que ver, imposible porque, por primera vez en la historia de España, tenemos un ejército leal a la Constitución (aunque sus mandos no la hayan jurado) que acepta la supremacía del poder civil. Así es si así os parece. En todo caso, no podemos actuar como si lo dudáramos. La violencia en España no es una opción; pase lo que pase.

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Pero a los partidos que dicen ser "no nacionalistas" (cosa incomprensible, salvo que ser nacionalista español sea ser "no nacionalista") no se les ocurre nada. Ni una idea, ni una propuesta. El PP necesita al PNV para "zurrar" a los socialistas con los GAL, Guadalajara, etcétera; a cambio, este partido puede hacer (y deshacer) lo que quiera, que Aznar no osará contradecirle; salvo que se llame contradecir a sus incoherentes vaguedades sobre la necesidad de que, mirabile dictu, impere el sentido común y la de hacer "esfuerzos" para avanzar juntos en el marco de la Constitución. Hace tiempo que ese discurso está vacío. Pero desde que Arzalluz disipó la tan criticada ambigüedad del PNV pidiendo la independencia de Euskadi, además de vacío, es ridículo. ¿Y el PSOE? Lo mismo. Gran ataque patriótico a remolque del PP. La idea de España de la derecha (o del centro, o como se llamen ahora los de siempre) no puede coincidir con la de la izquierda. ¿O sí? Me temo que sí y me temo que, en este caso, es una coincidencia al estilo del conejo de Lewis Carroll, que iba a la fiesta del no-cumpleaños con tanta diligencia como la que ponen PP y PSOE en coincidir en su no idea de España.

Euskadi es una marmita dialéctica, un lugar vivo y palpitante donde cabe todo, excepto ir de don Tancredo, encerrado en el "condenáis la violencia o no negociamos", con lo que se deja todo el terreno al frente nacionalista, a la ETA. Los partidos estatales no tienen margen de maniobra porque, como ya han dicho que "la paz no tiene precio político" (¿por qué no?), la única forma de salirse con la suya es condicionar la negociación a un imposible, con el agravante de que sólo es imposible para ellos y posible para EH cuando quiera. La proclama independentista de Arzalluz es el primer plazo ya pagado de ese precio y la única garantía hasta hoy de la consolidación de la tregua.

Es lógico, también, que su discurso del "no, no, no" lo hagan al unísono. Además, a ambos partidos les falta esa cualidad que, según Napoleón, no se puede fingir: el coraje. No se atreven a sacar la consecuencia de tanto coincidir, que es la formación de una gran coalición, posibilidad poco grata pero comprensible, legal y legítima; tanto como la autodeterminación que piden los otros y mucho más que recurrir al ejército. Algo se ha avanzado en Euskadi al colaborar los dos grupos parlamentarios del PP y del PSE, pero es dudoso que se pase de ahí. A mi juicio, por culpa del PP, aunque pueda estar equivocado.

La otra opción, por la que me inclino, es reconocer el derecho de autodeterminación del modo más razonable, haciendo la máxima justicia a todos los intereses y reformar la Constitución. Este reconocimiento es la respuesta a una pregunta que planteaba hace días el Rey en el Diario regio de Máximo en EL PAÍS: "¿Cómo puede", preguntaba el monarca, "el País Vasco ser independiente y parte de España al mismo tiempo?". Reconociendo a los vascos (y a las otras naciones de España) el derecho a la autodeterminación en los términos que será menester acordar, ejercitándolo ellos libremente y obteniéndose un resultado favorable a la permanencia del País Vasco en España. Parece mentira que Su Majestad ignore algo tan elemental.

Además, hay que vigilar el lenguaje porque, con la pasión nacionalista y "no nacionalista", empezamos a decir desatinos. Siempre coincidí con quienes recriminaban a los independentistas la terminología militar. Pero el otro bando ya hace lo mismo. He leído que quienes abogamos por la autodeterminación estamos "claudicando". De la "claudicación" al derrotismo y a la traición sólo hay dos pasos. Y, con los traidores, ya se sabe, justicia sumaria. En lo del nacionalismo, la exclusión y la censura, apliquémonos todos la parábola de la mujer adúltera.

Si estas líneas tienen algún mérito no es su novedad, sino su claridad. Como español de izquierda, sin bandera ni orgullo patrio, sin agravios y sin resentimiento, me gustaría que el pueblo vasco se quedara mayoritariamente dentro de España, como creo que sucederá si se convoca pronto un referéndum de autodeterminación. Pero como acabará no sucediendo si, a fuerza de negarlo con argumentos como el sentido común de Aznar y el federalismo de Borrell, se sigue colaborando con la insurrección civil de las autoridades legítimas en Euskadi.

Ramón Cotarelo es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense.

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