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Monsanto, el creador de la tecnología "Terminator"

Sus acciones suben como la espuma, el propio Bill Clinton la felicita por su "esfuerzo nacional" y hasta tiene planeado lanzar este año Celebrex, la Viagra de la artritis. Monsanto, una de las multinacionales biotecnológicas más potentes del mundo, parece tener una vida exitosa y apacible. Pero no es así. En los márgenes de la efervescencia tecnológica, y en voz baja, la resistencia de los países pobres, las críticas de las ONG y el malestar de los propios agricultores empiezan a alterar el dulce equilibrio de su imperio.Un buen día, en los inicios de la década, la japonesa Sony se cansó de fabricar reproductores de CD y compró las discográficas Epic y Capitol para poder controlar también lo que los aparatos llevan dentro. Otro día, hace seis años, Monsanto quiso dejar de ser una oscura fábrica de herbicidas y productos químicos y compró Delta and Pine, la empresa que tenía las escasas patentes transgénicas de entonces. Ahora es dueña del producto y del remedio: de las semillas transgénicas y del RoundUp Ready, su herbicida estrella.

En Wall Street, Monsanto está de moda. Sus acciones, que en 1995 tenían un valor de 13 dólares, rozaron los 60 en octubre pasado, antes de la crisis bursátil. Los analistas la han bautizado como "la Microsoft de la biotecnología". Para apoyar la idea basta ver su volumen de ventas en 1998: algo más de un billón de pesetas.

En el resto del mundo, la popularidad de Monsanto es algo más dudosa. Le gusta presentarse a sí misma como una compañía verde que lucha por alimentar al mundo, pero su estrategia no termina de cuajar. La Unión Europea no ha aprobado aún ninguno de sus cultivos con fines comerciales, y la semana pasada recibió una multa de la justicia británica de 17.000 libras (cuatro millones de pesetas) -"una cifra patética", según diversas ONG- por no tomar las debidas precauciones en sus ensayos de campo. En España, Monsanto posee 22 de estos campos de experimentación.

El secreto de su éxito se basa, según sus críticos, en la aplicación de una fórmula simple: Monsanto vende sus semillas, un 25% más caras que las normales, pero obliga a los agricultores a no guardar nada para el año siguiente. Tienen que devolverlo a la multinacional. La compañía ha conseguido multar, en 1998, gracias a la autorización que tiene para revisar los graneros, a casi 500 agricultores de EE UU que no cumplían con sus normas. De esta manera ha logrado que se alteren costumbres agrícolas de miles de años. Así lo entendieron las campesinas de la India que, enfurecidas, quemaron hace dos años sus campos de prueba. Para evitar incumplimientos por parte de los agricultores, Monsanto ha dado un paso más y ha inventado la tecnología Terminator, consistente en la modificación genética de las semillas para hacerlas estériles; es decir, inutilizables para la próxima siembra.

Fundada en 1901 como empresa química familiar, Monsanto ha tenido que lidiar durante toda su historia con gran cantidad de denuncias por contaminación y prácticas monopolísticas. Tiene fama de no dialogar: sus representantes pueden arreglar todo en los tribunales. Entre sus grandes éxitos se encuentra la primera patente transgénica, una hormona que permite a las vacas producir más leche, y el temible agente naranja, que el ejército de EE UU usó para destrozar la selva de Vietnam durante la guerra.

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