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Una cuestión de carácter

Juan José Millás

Hace algún tiempo estuve tres o cuatro días con el carnet de conducir caducado y lo pasé fatal. No me atrevía a coger el coche, por supuesto; es más, lo miraba con miedo, aunque él me provocaba con sus curvas y sus faros, como diciéndome: "Tómame". Pero, la verdad, me daba pánico sufrir un percance y resistí la tentación. Además, se me ocurrió telefonear a Tráfico para preguntar qué podría ocurrirme, y una máquina parlante, expendedora de respuestas angustiosas, que atiende a esta clase de llamadas existenciales, me aseguró que estaba prohibidísimo conducir con el carnet pasado de fecha y preferí no hacerlo. Cada uno es como es. Una vez me tomé un yogur que había caducado el día anterior y estuve una semana lleno de remordimientos, y de síntomas. Al final fui al médico y me dijo que no tenía nada, recomendándome que no fuera tan aprensivo. -No es un problema de aprensión -le dije-. Si un yogur está caducado, está caducado. Por las noches soñaba que conduciendo el coche en esta situación irregular atropellaba a un anciano y el seguro se negaba a hacerse cargo de los gastos, de manera que tenía que arruinar a mi familia para pagar la indemnización y el entierro. Por si fuera poco, el juez decretaba prisión sin fianza, cumpliéndose de este modo una de las profecías del prefecto de disciplina de mi colegio, que se pasaba la vida asegurándome que acabaría en la cárcel. Fueron unos días horribles, ya digo, y sin haber cogido el coche. No quiero ni imaginar lo que me habría ocurrido de atreverme a ir con él hasta Serrano.

Renové el carnet, pues, a toda velocidad, y el mismo día de estrenarlo, al regresar a casa de una cita laboral, me detuvo una patrulla que estaba haciendo controles rutinarios de alcoholemia. Yo no había bebido nada, ni gota, pero se me puso una cara de culpable impresionante y un temblor etílico me recorrió prácticamente todo el cuerpo humano. Los agentes se miraron el uno al otro como felicitándose de haber pescado por fin a un infractor. Sin duda, voy a dar positivo, me dije. Siempre pienso que soy culpable mientras no se demuestre lo contrario. Es la educación que me dieron los curas y los militares, con perdón. En unos segundos visualicé el drama que se me venía encima. Me quitarían el carnet recién renovado y tendría que dar explicaciones a mi mujer y a mis hijos por haber conducido borracho. Dirán ustedes que también podría contarles la verdad, pero la verdad en situaciones tan patológicas carece de valor. Es mejor construir una mentira aceptable, perdonable: "Me encontré con un sargento de la mili (con perdón) y me invitó a tomar unas cañas". O bien: "Me dolía una muela y entré en un bar a enjuagarme la encía con un chupito de ginebra, para desinfectar".

Milagrosamente, el aparato funcionó con equidad y dio negativo. No me lo podía creer, no estoy acostumbrado a que los aparatos se pongan de mi parte en situaciones difíciles. La verdad es que los guardias tampoco podían creérselo y me hicieron soplar otra vez con idénticos resultados. Al final pensaron que quizá me pasaba otra cosa y preguntaron si me encontraba bien.

-Un poco culpable nada más -respondí-, pero ya ha pasado todo gracias a Dios.

-¿Seguro que puede conducir sin problemas?

-Seguro, seguro. Acabo de renovar el carnet, imagínense.

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Salí pitando de allí, pero tardé dos horas en recuperar las pulsaciones normales. En casa no dije nada, pero como me notaron muy alterado tuve que mentir de todos modos.

-Es que me he encontrado con un sargento de la mili (con perdón) que había perdido un ojo haciendo maniobras.

Viene todo esto a cuento de la admiración que me producen personas como Pedro Areitio, que siendo director de Tráfico fue capaz de coger el coche sin carnet, sin seguro, sin permiso de circulación y no sabemos si ebrio, puesto que logró que no le hicieran el control de alcoholemia. Personalmente, me parece un caso de seguridad personal envidiable. ¿Dónde habrá estudiado este hombre, que a pesar de ser derechas va por la vida con la convicción de que es inocente mientras no se demuestre lo contrario? Más aún: incluso cuando se demuestra, es capaz de liar las cosas de tal manera que le hace a uno dudar. Ahora que se ha quedado sin trabajo, yo lo pondría al frente de la Consejería de Salud Mental. Si llevaba tan bien Tráfico sin carnet, haría una labor psiquiátrica excelente estando loco.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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