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Un español complicado

Juan Cruz

Los que le conocen sin tierra saben también que su semblante cambia en el camino: el camino es su patria, cabe decir, y aunque tiene el aspecto sereno de un sedentario del desierto es sobre todo un andarín. Pero no es sólo un andarín de países -vive medio año en París y otros seis meses en Marraquech-, sino que es un andarín de los que alientan sus ideas caminando, y es capaz de hacer kilómetros y kilómetros si la conversación que persigue da lo suficiente como para que su escepticismo sentado se haya puesto de pie y salga andando. Un día estábamos así, en Londres, hablando de Blanco White, y cruzó calles y calles, subrayando la biografía de aquel español extraordinario y perdido, y cruzó tantas calles que terminó él mismo, Juan Goytisolo, gesticulando tranquilo pero convincente en medio de una de las grandes autopistas de la capital inglesa. Blanco White le envía guiños, desde Londres, claro. Una vez caminaba Guillermo Cabrera Infante por una de las calles viejas de la ciudad, probablemente una de las que transitó Blanco White, y se halló con un telegrama comercial que firmaba algún heredero de Blanco, pues ahí estaba la firma sin lugar a dudas: "Greetings, José María Blanco White". Cabrera se lo envió, claro, a Juan Goytisolo, que sigue recibiendo recados secretos de esta gente extraviada por el mundo, trasterrados ilustres, que él sentó para siempre en la mesa peripatética y desnuda que mantiene en las casas de su alma. ¿Para qué? Para construir la biografía intelectual de un país que él nunca ha abandonado. Decía Samuel Beckett: "Quise dejar la isla, pobre de mí, la isla nunca se abandona", y a Juan Goytisolo le ocurre lo mismo con la isla española: se ha sentido sin tierra, pero ésta es la suya, y a ella vuelve, andarín, con la frecuencia exacta de las estaciones. Ahora viene a hablar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid de tres asuntos que reivindican ese retrato del caminante que recala en la historia de su tierra para entenderla mejor. Así, va a hablar, en días sucesivos, desde el lunes 18, del quinto centenario de La Celestina, de los viajes de Sarmiento y, cómo no, del tema que cruza toda su obra literaria y de ensayo: Memoria, olvido, amnesia, recuerdo y memoricio. Media semana hablando de España: este país tiene ante sí un siglo, pero sobre todo tiene ante sí una historia, que la literatura ha hecho a su modo. Mirándola se entiende mejor lo que puede pasar: sentando en la mesa del presente las metáforas del pasado, uno sale más sabio: ése es el ejercicio que ha acometido Goytisolo. Este español de Barcelona ha repicado desde la lejanía los tambores que aquí mismo se escuchan: convencido de que nuestro país se partió incivilmente varias veces, y no sólo por las guerras, sino por la ausencia de cultura, viene proclamando que la historia está incompleta: a veces lo dice con su gesto de adolescente enfurruñado, pero su enfado es tan coherente y tan antiguo que ya forma parte ese mismo gesto de las propias señas de identidad de Juan Goytisolo. Y es un rostro que se ha hecho pacífico, sin embargo, vehemente pero pacífico, tranquilo: cuando te ve en la plaza grande de Marraquech, te señala aquel batiburrillo de historias y poemas peripatéticos como un símbolo de la vida que él persigue: la historia literaria como un continuo que no tiene autor ni fin, sino que existe en sí mismo, como un cuadro o como la propia creación del mundo. Allí, este ciudadano ascético bebe agua mineral, camina saludando en árabe a sus numerosos amigos y luego te lleva a comer cordero con las manos en restaurantes abiertos y olorosos donde Juan es Juan, un amigo de todo el mundo. Se transforma ese rostro a veces desconfiando y entonces parece hallar la paz que busca y que en sus libros aparece como al final de un conflicto que es también una metáfora vital, rabiosamente literaria. Como decía Domingo Pérez Minik, el escritor canario que inventó para España la lectura sistemática de la literatura extranjera como medio para encontrarnos mejor con nosotros mismos, éste es un español complicado, sin duda ninguna, pero en su complicación intelectual está la raíz de la nobleza interior de su gesto, que aunque sea adusto y en efecto secreto, íntimo, escorado, tantas veces se ilumina también secretamente. Cuando le llamas y le preguntas cómo está, dice siempre: "La mar de bien". A veces se le llama sólo para oír de este escéptico salutación tan optimista.

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