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Salir del círculo infernal

Cuando el mundo entero celebra el 50 aniversario de la segunda Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el país más poderoso del mundo, Estados Unidos, dirigido por el más poderoso jefe de Estado del mundo, Bill Clinton, decide bombardear Irak. El derecho internacional, la Carta de las Naciones Unidas se ponen así en entredicho: ninguna resolución de la comunidad de naciones ha autorizado esos bombardeos, ninguna reunión del Consejo de Seguridad ha tomado una decisión al respecto. ¿Sirve, una vez más, Irak, que cuenta ya con más de un millón de niños muertos a consecuencia del embargo establecido hace ocho años, de chivo expiatorio para los problemas de un presidente americano que actúa a la desesperada? Los más altos dirigentes republicanos lo dicen bien a las claras. "Quizá", ha dicho Trent Lott, jefe de la mayoría republicana en el Senado, "sólo se trate de una coincidencia, pero será difícil de vender. Un ataque en este momento es inaceptable". Y el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, Richard Artmeid, todavía ha sido más directo: "Tras meses de mentiras", ha dicho, "el presidente ha dado a millones de gentes de todo el mundo motivos para poner en duda que haya enviado a los americanos a luchar por buenas razones". Estas explicaciones son quizá ciertas, quizá falsas. Pero no han impedido al Congreso americano votar el impeachment contra Clinton. Tras haber tirado en tres días 451 misiles de crucero y lanzado toneladas de bombas -dos veces más que durante toda la guerra del Golfo en 1991-, Clinton y su incondicional aliado Tony Blair han suspendido provisionalmente ese diluvio de muerte. El resultado de los terribles bombardeos ha sido, además de la matanza en Irak, que la misión de inspección de la ONU, la Unscom, tiene definitivamente prohibida su entrada en Irak, que el mundo árabe musulmán es más solidario que nunca con el pueblo iraquí y que el integrismo islámico aparece hoy como la única alternativa frente a lo que denomina "la arrogancia sangrienta" de Estados Unidos.¿A qué corresponde esta política americana respecto de Irak? ¿Cuáles son sus objetivos, su racionalidad, su fundamento? Por mucho que se busque no se encontrará respuesta satisfactoria o digna de ser tomada en consideración si se piensa que se trata de la estrategia de la principal potencia de la Tierra. ¿Tiene Estados Unidos una estrategia frente a Sadam Husein? Lo único seguro es que, desde hace mucho tiempo, su política no obedece a razones ligadas al derecho, y aún menos a las causas que provocaron la guerra del Golfo de 1991. Desde que finalizó dicha guerra, la verdadera preocupación de Estados Unidos se ha desplazado: lejos de perseguir el respeto a las decisiones de la ONU (Kofi Annan afirma regularmente que hay un respeto efectivo por parte de los iraquíes en las cuestiones esenciales, pero que sigue siendo precario en cuestiones simbólicas de soberanía nacional), Estados Unidos parece perseguir otros objetivos. En primer lugar, impedir que Irak vuelva a un mercado petrolero deprimido. El precio del barril había descendido por debajo de la barrera de diez dólares hace una semana; ha aumentado un 7% tras los primeros bombardeos ; y el principal aliado de Estados Unidos, Arabia Saudí, no acepta este descenso de los precios ni, sobre todo, que Irak vuelva a el mercado. En segundo lugar, ejercer un liderazgo total en Oriente Próximo para imponer mejor su concepto de la "paz" a los pueblos árabes, enmascarando su apoyo a la política de colonización de los israelíes mediante concesiones verbales a los palestinos. Finalmente, utilizar el formidable arsenal depositado en el Golfo alimentando un clima de miedo propicio a la venta de armas americanas a los vecinos de Irak. Pero todo esto no constituye una estrategia: en el mejor de los casos se trata de politiquería; en el peor , de una sangrante irresponsabilidad. O quizá de una incoherente mezcla de ambas.

El análisis de los recientes acontecimientos lo demuestra claramente. Pronto hará cuatro años que, en el seno del Consejo de Seguridad, franceses, chinos y rusos han dejado de aceptar que Estados Unidos se arrogue la facultad de decir lo que está bien con respecto a Irak. La solución, el 23 de enero de 1998, del asunto de los "palacios presidenciales" por Kofi Annan, secretario general de la ONU, con el apoyo del Consejo de Seguridad, sentó mal a la diplomacia americana. Madeleine Albright, secretaria de Estado americana, dijo entonces: "La próxima vez no pasará lo mismo". Es decir, nos vengaremos. En este episodio, Estados Unidos ha cambiado de táctica: ya no quiere que el Consejo de Seguridad le dé ningún tipo de autorización para atacar, "sólo" quiere el derecho de ejercer lo que denomina "respuesta automática" en caso de violación (que es él el que define, vía el director de la Unscom, Richard Butler) de los acuerdos entre la ONU e Irak. Esta interpretación de la resolución 1.154 de la ONU, por la que se regulaba la crisis del pasado mes de febrero, fue rechazada por 10 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad, que exigen que se celebren consultas antes de cualquier recurso a la fuerza. Pero Bill Clinton rechaza esta posición: sostiene que la fórmula empleada por el Consejo de Seguridad para amenazar a Bagdad con "las más graves consecuencias" en caso de violación del acuerdo por parte de Irak confiere a Estados Unidos "autoridad para actuar militarmente". En otras palabras, Estados Unidos no necesita consultar al Consejo de Seguridad para hacer la guerra. Es el único jefe. También sobre el terreno. El segundo punto de la política americana ha consistido en la utilización de la Unscom, que de hecho se ha convertido en su instrumento. El ex presidente de esta institución encargada de controlar el desarme de Irak, Rolf Ekeus, se negó siempre a someterse a las presiones norteamericanas. Rolf Ekeus, se disponía a hacer un informe objetivo sobre el desarme de Irak a finales de junio de 1997, cuando el ex consejero de Bill Clinton para la seguridad nacional Tony Lake "intentó hacer valer su considerable peso para persuadirle de que no hiciera un informe favorable a Irak". No le sirvió de nada. Y vino el castigo: Ekeus fue sustituido a comienzos de julio por Richard Butler, el candidato de Estados Unidos. Desde la crisis de "los palacios presidenciales", Butler no ha desperdiciado ninguna ocasión de humillar a los iraquíes. Su táctica, cuyo objetivo es provocar el endurecimiento de las autoridades iraquíes para hacer legítima la intervención militar, se puede ver claramente en el último informe que ha "justificado" los bombardeos americanos. El informe presenta unos incidentes menores entre la Unscom y los iraquíes -incidentes, por otra parte, solucionados rápidamente- como graves entorpecimientos a las verificaciones. En todos los puntos -inspecciones ligadas al control a largo plazo, desarme, palacios presidenciales- se sacan conclusiones radicales extremas de unos desacuerdos superficiales. Pero la maniobra no finaliza aquí. Esta vez, Butler ha ido más lejos: dio su informe a Bill Clinton dos días antes de los bombardeos sin remitírselo al Consejo de Seguridad, y lo difundió a los medios de comunicación antes de que Kofi Annan lo presentara al Consejo de Seguridad. Y, basándose en este informe, y sin que fuera discutido por los representantes de la comunidad internacional, Estados Unidos ha decidido bombardear Irak. De ahí la sospecha que recae sobre Butler: haber servido urbi et orbi a los intereses de Estados Unidos y no a los de la ONU. Quizá fuera esto lo que hizo decir a Kofi Annan que ese día -el del comienzo de los bombardeos- era un "día triste" para la comunidad internacional, tan cínicamente escarnecida.

El observador imparcial no puede por menos que asombrarse ante tamaña rabia de Estados Unidos contra Irak. ¿Es necesario, para combatir a Sadam Husein, masacrar con toda la artillería al pueblo iraquí? Parece evidente que Estados Unidos no tiene ninguna estrategia a largo plazo en lo que a la cuestión iraquí se refiere. El fin de toda guerra justa no es aniquilar al enemigo, sino la paz. Estados Unidos se ha metido en un callejón sin salida: no tiene más objetivo que continuar la guerra.

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La comunidad internacional no puede aceptar la destrucción de Irak con el pretexto de que un dictador, Sadam Husein, actúe a su antojo. Sadam Husein es un problema de los iraquíes, no de Estados Unidos. Ha llegado la hora de salir del círculo infernal de hambre y muerte en Irak: hay que levantar el embargo, establecer un control de desarme por una instancia independiente de Estados Unidos y hacer todo lo posible para ayudar al pueblo iraquí a curar sus terribles heridas. Es el único camino que permitirá al pueblo iraquí imponer un día un auténtico Estado de derecho en Irak.

Sami Naïr es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de París VIII.

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Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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