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La duda del próximo amanecer

María Fabra

"El regalo de la vida deja huellas difíciles de olvidar y borrar". Gabriel Jara, hermano del cantautor chileno Víctor Jara, demuestra, con su tono de voz y su mirada, que no vive en el odio ni el rencor. Su alma está ocupada por la esperanza y, eso sí, por el sufrimiento y el dolor que le provocaron no sólo la brutal muerte de su hermano, sino los tres meses de torturas y aislamiento que él mismo sufrió en un habitáculo de 1,5 por 2 metros. Quizá de aquel trimestre también se le ha quedado marcado ese tenue hilo de voz que casi transforma el diálogo en reflexión. Gabriel Jara, que ayer pronunció una conferencia en la Universidad Jaume I de Castellón, era en septiembre de 1973 vicepresidente de la Universidad de Chile. "Sabíamos que algo iba a ocurrir porque se vivía una situación tensa", afirma. "En la Universidad había mucha esperanza e ilusión", añade. El relato de aquel 11 de septiembre y los meses posteriores de tortura no hacen variar ni su tono ni sus deseos de paz. Ni eleva el volumen de su voz ni el dramatismo de la situación le lleva a entrar en sensacionalismos personales. Jara habla, la mayoría de las veces, en plural, porque de sobra sabe que ni él, ni su familia, ni sus amigos, compañeros, alumnos o conocidos conforman siquiera una mínima parte de todas aquellas personas que sufrieron la dictadura pinochetista. "El auto del juez Garzón", dice Jara, "incluye más de 4.000 muertos pero hubo casi un millón". "Cuando los tanques rodearon la Universidad ofrecimos resistencia y, con nuestros escasos medios, formamos barricadas porque pensábamos que la universidad era intocable e inviolable y que si los militares lograban entrar estaba todo acabado", relata. "Sin embargo, en dos horas los militares comenzaron a entrar y a detenernos. A las 14.30 de la tarde ya estábamos arrestados y, hasta el 21 de diciembre nos mantuvieron en pequeñas celdas, incomunicados, amenazados, amordazados y torturados. No sabíamos nada unos de otros ni de lo que había ocurrido fuera y, ni siquiera, si íbamos a ver el día siguiente", añade. Pese a todo ello, Gabriel Jara salió con vida aunque a este respecto opine que "el regalo de la vida deja huellas difíciles de olvidar y borrar". Una vez fuera de la cárcel, Jara fue conducido a un avión al que le subieron sin comunicarle su destino. "Hicimos una primera escala en Barajas. Nos hubiera encantado quedarnos aquí pero, entonces, en España había un régimen amigo a Pinochet y seguimos nuestra odisea por Europa a través del Alto Comisionado para las Naciones Unidas", continúa. Noruega, Finlandia, Inglaterra y Francia fueron algunos de los países en los que el avión de refugiados políticos realizó escalas. Según cuenta Gabriel Jara, durante el vuelo se habló poco. Los sindicalistas, ancianos, jóvenes y políticos que en él viajaban sólo transmitían "sufrimiento". Finalmente, llegó a Francia, país que le acogió como refugiado político durante 25 años. Allí se enteró de la brutalidad a la que fue sometido su hermano en el estadio de Santiago donde, antes de asesinarlo, le cortaron las manos. Le cuesta recordar. O le duele. No por ello deja pasar la oportunidad de plasmar su teoría sobre el origen de las más crueles y sofisticadas torturas que se practicaron en Chile. "Hay que recordar que durante la Segunda Guerra Mundial fuimos un continente abierto a perseguidos y que, sólo a Chile, llegaron más de 150.000 alemanes", señala. Así, "los procedimientos marxistas y nazis y las más crueles torturas de la Guerra Mundial fueron aplicados en Chile", explica. Y añade: "Hemos sido un laboratorio experimental durante 25 años". Durante la conferencia en la Jaume I, la personalidad de Gabriel Jara llegó a embargar de tal manera a los estudiantes que incluso les arrancó una sonrisa, al narrar una de las grandes limitaciones que implantó Pinochet: la prohibición bajo pena de muerte de poseer alguna de las 400 obras literarias de la lista redactada por la junta de comandantes del Ejército. El tercer libro que figuraba en esa lista era Don Quijote de la Mancha, "por revolucionario", puntualizó ayer el conferenciante. Jara no quiere venganza. Mantiene que a él le bastaría con el reconocimiento y la reflexión por parte de los culpables de la reiterada violación de los Derechos Humanos, de que cometieron excesos y que hicieron mal. "Quizá las palabras sobrarían si me encontrara delante de Pinochet", concluye.

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