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Fusiones en España, ¿para cuándo?

Joaquín Estefanía

Las señales sobre la tendencia de la coyuntura internacional todavía son contradictorias: Brasil vuelve a ser el eslabón más débil de la cadena y los bancos centrales del euro bajan los tipos de interés de forma coordinada, lo que incluye un mensaje de confianza pero también la posibilidad de una recesión; Japón sigue anclado en su achaque estructural, y Rusia continúa su camino hacia no se sabe dónde; la Organización Mundial de Comercio pronostica otro descenso del comercio para 1999. ¿Y España? Crece al 4% (al menos), lo que aumenta la euforia oficial respecto a la creación de puestos de trabajo, pero no se concede la misma atención a los problemas estructurales de pérdida de competitividad en el comercio exterior, y algunos expertos comienzan a manifestar su inquietud sobre un excesivo sobrecalentamiento de nuestra economía.Entre los signos positivos de la coyuntura figura la reanudación de las fusiones y adquisiciones por todo el mundo. Hasta ahora se ha considerado -y todavía no hay motivos para poner en cuestión también este aserto- que las fusiones aprovechaban los momentos buenos de la economía; en Europa, por ejemplo, la circunstancia de la moneda única y de bajos tipos de interés. En 1997 se aceleró la oleada de fusiones, que quedó interrumpida por la crisis financiera que se inició en el sureste asiático y se trasladó a una buena parte del resto del planeta. Desde hace pocas semanas, la tendencia ha vuelto con mucha fortaleza y no pocas paradojas.

Entre ellas, la corrección que el mercado está haciendo a algunas intervenciones históricas. Hace escasos días se anunció la fusión entre las estadounidentes Exxon y Mobil. Pero esas empresas ya fueron una sola a principios de siglo. En 1911, las leyes antitrust norteamericanas obligaron al viejo Rockefeller a trocear la mítica Standard Oil en siete compañías (las siete hermanas), que casi una décadas después llegaron a un acuerdo para cartelizar las fuentes de suministro del petróleo y del mercado. Ahora, la globalización, y la espectacular caída de los precios del crudo, obligan a dos de las siete hermanas a volver a unirse. Si se generalizase esta experiencia podría ocurrir que la era de la liberalización y de la desregulación deviniese en un capitalismo monopolista más acentuado.

No todas las fusiones tienen un final feliz. No sólo porque la mayor parte de ellas se propagan anunciando una fuerte reducción de los niveles de empleo, sino porque la experiencia sostiene que sólo la mitad de ellas finalizan en el éxito. A veces hay problemas de cultura empresarial (por ejemplo, los producidos entre Daimler-Benz y Chrysler en cuanto a la remuneración de los cuadros de la nueva empresa, o a la participación de los trabajadores en sus órganos de gestión). En otras ocasiones, las sinergias esperan más tiempo del previsto en manifestarse -aunque teóricamente sean nítidas-, los beneficios se retardan, o la forma en que se concreta la unión genera dos bandos, vancedores y vencidos, con dificultades para seguir trabajando juntos.

A diferencia del tropel de fusiones de la década de los ochenta, en el actual no está ausente Europa. Al mismo tiempo que la boda entre Exxon y Mobil, se anunciaban las de Deutsche Bank y Bankers Trust para crear lo que en muchos ratios será la mayor entidad financiera del mundo; Hoechst y Rhône Poulenc se unían para crear la mayor empresa de "ciencias de la vida"; Éléctricité de France compraba London Electricity, para distribuir su electricidad en Londres; y Total adquiría la belga Petrofina.

¿Y España? Aquejadas las bolsas de valores de la especulación provocada por numerosos rumores de fusiones bancarias (las navidades suelen ser una buena fecha para ellas), nuestro país parece alejado por el momento de una tendencia en la que las antiguas empresas públicas, hoy privatizadas, juegan un papel importante. El cambio de la faz empresarial, una de las características más acentuadas de este fin de siglo, todavía no ha llegado a nuestro país con la misma intensidad que a nuestro entorno.

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