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De Pinochet a OcalanJOAN B. CULLA I CLARÀ

A lo largo de bastantes semanas, nuestra opinión pública a la cabeza de las europeas ha seguido con extraordinario interés los avatares jurídicos del caso Pinochet y ha esperado, expectante, la resolución de los lores; la suerte del ex dictador ha suscitado decenas de pronunciamientos políticos e intelectuales, la gran mayoría favorables a su enjuiciamiento, se han editado pasquines, organizado vigilias y convocado manifestaciones en demanda de la extradición y el proceso del general-senador. Todo ello, además de justificado, resulta muy comprensible: por los vínculos históricos, culturales y afectivos con Chile, por el impacto emocional que supuso para toda una generación el golpe de 1973, por los horrores de la represión ulterior, que los medios de comunicación se encargan oportunamente de recordarnos. Sin embargo, esta loable movilización democrática contrasta vivamente con el silencio y la inhibición que rodean, desde hace 15 días, a otro caso en cierto modo simétrico, aunque con los papeles cambiados: la demanda de extradición, aderezada también con demostraciones antiitalianas y amenazas de boicoteo económico, que el Gobierno de Turquía ha presentado contra el líder kurdo Abdulá Ocalan, retenido en Roma, y la resuelta pero solitaria negativa del Gabinete italiano a concederla. Aquí, ni tomas de posición de los partidos, ni pronunciamientos de los creadores de opinión, ni agitación en las calles. Nada, o apenas nada. Lo sé, el Kurdistán nos resulta muy lejano, exótico e indescifrable. Pero intuyo que lo que ha hecho enmudecer a colectivos de natural tan locuaces no es tanto la ignorancia como la inquietante etiqueta de terrorista que Ocalan lleva adherida a la espalda. ¿Terrorista? Veamos. Dejando de lado angelismos bienpensantes o cínicos, me parece evidente que, desde una óptica progresista o meramente democrática, hay situaciones de opresión, de injusticia y de negación de derechos básicos que legitiman la resistencia armada. De otro modo no se explicarían el caudal de simpatías que merecieron, en décadas anteriores, las guerrillas centroamericanas, la buena imagen que aún hoy poseen los zapatistas o la naturalidad con que instituciones europeas se ofrecen a intermediar con el ELN o las FARC colombianas, todo ello por no hablar de los palestinos o los kosovares. Pues bien, si existe un colectivo humano, y además a las puertas de Europa, cuya situación política le empuja objetivamente a echarse al monte, ese es el pueblo kurdo en Turquía. La República turca, imbuida por el kemalismo de una concepción nacional unitaria que resulta incompatible con el hecho kurdo, no reconoce a sus súbditos de esa etnia (el 20% del total) ningún derecho territorial ni personal específico. Mientras, por ejemplo, la minoría armenia gregoriana -compuesta por unos 25.000 individuos- goza desde el tratado de Lausana (1923) de un estatuto particular con autonomía religiosa y enseñanza distinta, los 12 millones de kurdos de Turquía se han visto privados durante décadas no sólo de cualquier autonomía educativa, cultural o política, sino hasta de la libertad de usar su lengua. De hecho, la vigente legislación antiterrorista considera delito de opinión el mero reconocimiento de la especificidad kurda, y el HADEP, el único partido prokurdo tolerado por Ankara -bajo camuflaje, naturalmente-, acaba de ser desarbolado por una oleada de cientos de detenciones. Frente a la pétrea intransigencia del régimen turco -estructuralmente mediatizado por el ejército-, un grupo kurdo surgido en los ambientes estudiantiles izquierdistas de los años setenta, el PKK o Partido de los Trabajadores del Kurdistán, resolvió desde 1984 lanzarse a la lucha armada. No cabe aplaudirle por ello, aunque tampoco resulta fácil reprochárselo. En cualquier caso, para elucidar si esa lucha constituye un caso de terrorismo o un ejemplo de guerra de guerrillas, será útil un repaso a los métodos empleados por el Estado turco para combatirla: estado de excepción casi permanente en las provincias del sureste de Anatolia, despliegue en la región de hasta 300.000 efectivos militares, destrucción deliberada de 3.000 pueblos y aldeas kurdos con el subsiguiente éxodo de dos millones de personas, en una limpieza étnica que persigue quitarle el agua al pez del PKK, incursiones de castigo al otro lado de la frontera iraquí con empleo de decenas de miles de soldados, aviones de combate, blindados y artillería pesada..., todo ello sin olvidar las torturas sistemáticas a detenidos, las desapariciones y las ejecuciones extrajudiciales de las que dan cumplida cuenta los informes anuales de Amnistía Internacional y las mismas asociaciones turcas proderechos humanos. No parece que sea ése el recetario propio de un país civilizado, aspirante a ingresar en la Unión Europea, para encarar un problema de estricto terrorismo. Es indudable que, en 14 años de violencia, las huestes de Ocalan han cometido crímenes y causado víctimas inocentes, igual que las causó el Congreso Nacional Africano durante su justa lucha contra el apartheid. También han aprendido las lecciones de la realidad, archivando iniciales ensoñaciones marxistas-leninistas y renunciando a la quimera de un gran Kurdistán independiente para venir a aspiraciones más plausibles. De hecho, el líder del PKK lleva más de un lustro mostrando su interés por fórmulas federales o autonómicas y ha ofrecido varias treguas unilaterales como prólogo de una negociación global. Es Ankara la que se muestra intratable, fiándolo todo a la pura fuerza represiva y negándose a admitir siquiera la base política del problema kurdo. En estas condiciones, y frente a la indecorosa parcialidad de Washington, corresponde a Europa intentar -no le será fácil- la búsqueda de un compromiso. El Gobierno de D"Alema ha dado el primer paso, valiente y arriesgado, aunque poco asistido por los restantes gobiernos de la Unión Europea y por sus opiniones públicas. ¿Qué ocurre? ¿Es el caso Pinochet un hecho aislado o el síntoma de una nueva conciencia internacional? Contra la impunidad del ex dictador chileno, desde luego, pero también por la autodeterminación del pueblo de Timor Oriental, y por una solución pacífica y negociada en el Kurdistán turco, y... La sensibilidad democrática y la defensa de los derechos humanos deben ser, como los maestros del ajedrez, capaces de jugar y de ganar muchas partidas simultáneas.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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