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Reportaje:EXCURSIONES: FUENTES DE LA GRANJA

Agua sin pompas

Del buen gusto podría decirse lo mismo que Descartes observaba acerca del sentido común, que es la cosa mejor repartida del mundo porque cada uno piensa estar bien provisto de él, por más que luego las casas estén llenas de figuras de Lladró, relojes de cuco y recuerdos de Tabarca. En los jardines de La Granja hay 26 fuentes monumentales, debidas en su mayoría a los escultores dieciochescos René Fremin y Jean Thierry, que arrancan gorgoritos de admiración a los turistas a pesar de que son unas cataplasmas de alivio.No lo decimos nosotros. Lo dijeron Breñosa y Castellarnau en su Guía y descripción del Real Sitio de San Ildefonso (1884): "Las figuras de las fuentes pertenecen a la escuela que, abandonando el clasicismo de la estatuaria griega, sigue el camino trazado por Bernini, pero en un estado de lamentable decaimiento". Lo repitió Bernaldo de Quirós en Peñalara (1905): "En estas fuentes paradas donde el agua se descompone están, amanerados, casi vergonzantes, algunos dioses de una mitología en que no creyó más que en la fe cristiana un siglo frívolo y presumido". Y lo remachó Cela al sentenciar que le parecían "muy del gusto de los diputados provinciales y de los padres de familia" (Judíos, moros y cristianos, 1956).

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Para más inri, las fuentes ornamentales no corren casi nunca, regidas como están por un calendario esotérico que depende, entre otros arcanos, de los santos locales, las reservas hídricas y las estaciones propicias. De ahí, la gran expectación que se crea cuando lo hacen, sobre todo entre los japoneses, que acuden a manadas intrigados sin duda por el aire sobrenatural que los españoles logramos darle a un acto tan elemental como abrir una llave de paso.

Menos mal que, entre tanta náyade y tanto tritoncillo que casi no han catado el agua ni en la fragua, hay en estos jardines 13 fontanas naturales que manan de continuo y que invitan a beber del caño, sin pompas ni artificios, en rincones apartados, sólo poblados por tilos, arces y castaños de indias, que en otoño es cuando lucen más. La mayoría puede verse siguiendo por el interior el perímetro amurallado del parque -seis kilómetros- en sentido contrario a las agujas del reloj. No tienen pérdida posible: las que no están señalizadas con letreros, aparecen indicadas en los paneles informativos.

La primera que veremos -no más entrar en los jardines, enfrente, entre las calles de la Medianería y de los Dragones- será la fuente del Niño, conocida popularmente como del Meón por la ubicación un tanto equívoca del caño entre los jamoncitos de un churumbel. Y la siguiente, la de la Mimbrera, que queda en la parte más baja de la calle del Vivero, allende el precioso bosquete de la Melancolía.

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Agua gélida

Rebasadas las fuentes monumentales de los Baños de Diana y de Latona, en un declive a mano izquierda, toparemos la de la Reina: una cabeza de Baco de bronce dorado, con leyenda de 1826, escupe sobre taza de mármol un agua gélida, que no pasa de 12 grados en pleno estío. Más arriba, al pie del magno estanque llamado El Mar, se esconde la fuente Mineral, de aguas sulfoferruginosas. Y en la orilla contraria, cabe la casa de la Góndola, la fuente del Mar, antaño titulada del Rey, tal como recordaba esta perdida inscripción: "Hermosa fuente,/ por tu corriente/ la sed ardiente/ apagarás./ Por tu hermosura/ y tu frescura,/ del Rey la fuente/ te llamarás".Por la senda que, desde El Mar, sube dejando atrás el puente de los Suspiros, pasaremos en cinco minutos sobre la romántica hondonada donde surte la fuente del Pino. Luego tomaremos a la izquierda por el paseo de Circunvalación, para beber al rato de la fuente Fría, que cae cerca del ángulo oriental del parque o Último Pino, bautizado así en honor a un soberbio pino albar que allí se alza. Y ya de bajada, en los aledaños del Laberinto, reconoceremos las fuentes de Gordero, del Cañón y de Colmenar, no lejos de donde iniciamos esta gira por las aguas menos famosas, que no menores, de La Granja.

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