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Los sondeos y la porra

IMANOL ZUBERO Ya está: ya tenemos todos los sondeos que podíamos tener. En virtud del artículo 69 de la Ley Electoral, que prohibe difundir encuestas sobre las elecciones durante los cinco días anteriores a la celebración de las mismas, el pasado fin de semana ha sido el último en el que se podían hacer públicos los resultados de las encuestas preelectorales. En realidad, todavía el lunes era día hábil para difundirlos, pero los sondeos preelectorales se han convertido en un preciado producto informativo de temporada y el domingo la difusión de la prensa es superior a los días laborales, con lo que en la práctica el lunes no cuenta. No hay más que ver que la mayoría de los sondeos han sido encargados a distintas empresas demoscópicas por periódicos. Entre ellas encontramos bastantes diferencias. Es evidente que toda encuesta tiene rasgos de sus padres, es decir, de quien la encarga y paga y de quien la realiza. Esto es inevitable. Pero una encuesta reducida a mera manipulación de la realidad no tiene valor ninguno, de modo que, de entrada, parece adecuado reconocer a los diversos sondeos su carácter científico. Veamos los resultados empezando por lo menos problemático. Es el caso de UA, con cinco escaños en las elecciones de 1994: exceptuando uno de los estudios, que le otorga tres escaños, todos los demás coinciden en una previsión de dos escaños para la formación foralista. Hay un acuerdo general en el ascenso del PP (entre dos y tres escaños) y EH (entre uno y tres), el mantenimiento o ligero descenso del PNV e IU (que perderían uno o mantendrían los actuales por los pelos) y el descenso de EA (uno o dos escaños). La horquilla más abierta corresponde al PSE, cuyos resultados oscilan entre los doce y los dieciséis escaños (una de las encuestas llega a vaticinarle un descenso tal que se quedaría con diez, lo que resulta escasamente creíble). Esos son los resultados. En su interpretación es conveniente huir de lo que el director de Demoscopia, José Ignacio Wert, ha llamado la sinécdoque demoscópica, consistente en tomar los resultados de las encuestas por votos, de manera que si los votos finalmente emitidos no se corresponden con tales resultados se acaba pensando que algo falla. (Normalmente se pensará que algo falla en los sondeos, pero no es raro encontrarse con personas que creen que algo ha fallado ¡en los votos!). No olvidemos que no es la realidad electoral la que va a acabar pareciéndose a las previsiones de los sondeos, sino al revés: los sondeos acabarán siendo puestos en su lugar por el acto ciudadano de acudir a votar. En cuanto a los efectos de los sondeos políticos sobre los electores, es tanto y tan variado lo que se ha escrito que casi se puede sostener cualquier idea. Están los que se apuntan a la tesis del "efecto del carro ganador" (bandwagon effect), consistente en esa inclinación general a formar parte del bando vencedor. De hecho, tras cualquier elección hay más gente que afirma haber votado por el partido ganador que la efectivamente registrada en el escrutinio. Pero también hay que contar con el denominado "efecto del perro apaleado", es decir, con la predisposición de muchos ciudadanos a compadecerse del débil y oponerse al fuerte. En cualquier caso, convendría recordar algo: los sondeos no reflejan el efecto de la campaña electoral sobre los ciudadanos. ¿Increíble? Hagamos un sencillo cálculo. Si la campaña electoral dura quince días y la última semana resulta ser inhábil para la publicación de sondeos, nos encontramos con que esos resultados deben aparecer en la primera semana de campaña, normalmente el domingo anterior a la celebración de las elecciones. Pero si tenemos en cuenta que la supervisión, el control, el análisis y la edición de tales resultados exige varios días, hay que concluir que las encuestas preelectorales deben realizarse necesariamente antes de que de comienzo la campaña electoral. Así pues, el futuro sigue abierto. Ya que no podemos hacer nuevos sondeos, hagamos una porra. Y el domingo, que cada cual decida en libertad.

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