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Los hijos de Yoyes

Si tienes 15, 16, 17 años y vives en Euskadi hacerte un hombre o una mujer puede resultar una tarea que implica algunos riesgos

Una tarde de septiembre, pocos días después de que ETA anunciara su tregua, Akaitz Dorronsoro, de 16 años, regresaba del colegio con una enorme mochila al hombro. Una carga liviana si se compara con el peso que soporta desde que siendo un niño vio cómo ETA mataba a su madre, Dolores González Cataraín, alias Yoyes. Quizá él haya recordado ahora aquel momento, como muchos otros habrán recordado a tantas víctimas que hoy parecen inútiles, aunque no lo hayan sido para los etarras, ni para que el nacionalismo vasco llegara al punto en que hoy se encuentra. Akaitz ha crecido en San Sebastián, una ciudad marcada por la violencia, algo común al resto de los adolescentes del País Vasco. La mayoría de los escolares, como el joven Dorronsoro, han crecido en una contundente implantación del euskera y han recibido en sus colegios una educación adecuada para llegar a ser esos vascos orgullosos que demanda el nacionalismo. Si la tregua se afianza, para todos ellos empezará una nueva vida. El 10 septiembre de 1986, Akaitz tenía tres años y medio y caminaba cogido de la mano de su madre por la plaza Nueva de Ordizia cuando José Antonio López, alias Kubati -él mismo se lo contó al juez que en 1991 lo condenó a 47 años de prisión- se acercó por la espalda y preguntó: "¿Tú eres Yoyes?". Ella respondió afirmativamente, y él, pistola en mano, explicó a qué había ido: "¿Sabes quién soy yo? Un militante de ETA y vengo a ejecutarte". Luego disparó tres tiros, y Akaitz vio que su madre caía al suelo y quedaba tendida en un charco de sangre. El niño sólo pudo hacer una cosa: gritar desconsoladamente. Poco después alguien se lo llevó a casa de sus abuelos y lo acostó en una cama. Al despertar le dijeron que su madre se había ido de viaje. Hoy, 12 años después, Akaitz vive con su padre, Juan José Dorronsoro, en el barrio donostiarra de Gros y estudia en una ikastola. Como es natural empieza a tener su propia vida y a elaborar sus propias ideas.

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Desde luego, hace años que en Euskadi nada es igual que cuando Yoyes se hizo etarra en 1973, a finales del franquismo. Entonces los vascos no gozaban de autonomía política, el euskera era una lengua marginada. De hecho, Yoyes no lo hablaba bien, aunque parece que tampoco era una de sus mayores preocupaciones. Nada más regresar de México se presentó a un examen para ayudante de la Biblioteca Municipal de San Sebastián; la suspendieron precisamente en la prueba de euskera. Por aquel entonces, su amiga Lourdes Auzmendi se encontró con ella en uno de los puentes de San Sebastián. "Estaba muy tensa desde que volvió, porque algo podía pasarle. El puente estaba desierto, sólo nosotras dos, pero ella miraba nerviosa a un lado y otro. Me comentó: "Fíjate que a estas alturas me tengo que poner a estudiar euskera". Tampoco le gustaba el país que se había encontrado".

No está claro cuál fue el motivo que condujo a Yoyes de regreso a Guipúzcoa con su hijo en brazos. Desde su círculo se ha dicho que quería que el niño, que fue un hijo deseado y nació en México, se educara en Euskadi. Produce escalofrío, cuando los hechos ocurridos ya pertenecen a la historia, leer en su diario el temor que le producía que su hijo se educara en México, un lugar lleno de peligros para la salud física y mental del niño. Parece que Yoyes sólo decidió regresar, corriendo un riesgo que sin duda conocía, al fracasar su plan de instalarse en París. Escribió sobre lo agradable que sería pasear por París con Akaitz, tranquilamente. Por eso pidió una beca al Gobierno vasco, y cuando se le negó, estando ya en Francia, se encontró en una situación sin salida. No podía volver a México, no podía quedarse en París. Regresó a Euskadi porque era el único lugar que le quedaba. Antes, mientras dejaba a su bebé en casa de unos amigos, informó de sus intenciones a ETA. Que nadie atentaría contra ella, en lo que de él dependiera, le dijo Txomin Iturbe, el jefe etarra. Sin embargo, Yoyes escribió en esos días una carta, dirigida a la opinión pública y conocida después de su muerte, donde dejaba dicho que si alguien la mataba los culpables no serían las fuerzas de seguridad del Estado sino ETA. Luego cogió al niño, y junto a su marido cruzó la frontera en busca de su incierto destino. Meses después la mataban y Akaitz se quedaba sin madre.

Y nació el mito Yoyes. Algunos del sector abertzale que no imaginaban que ETA matara a uno de los suyos maquillaron su pasado. En Desde mi ventana, el libro donde se recoge parte de su diario, se echa de menos una reflexión política de por qué abandonó ETA. Una amiga suya que participó en la elaboración del libro reconoce que los textos originales fueron expurgados. "Entre la gente que lo preparamos había algunos que de entrada no se creyeron que ETA la había matado, y luego, ya confirmado, siguieron sin poder aceptarlo. De esa actitud nace una determina

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da elección de los textos". Sólo en las anotaciones escritas en 1985 y 1986 hay algunas referencias claras a lo que ella pensaba sobre la banda terrorista y Herri Batasuna, acerca del país que entre todos estaban creando. "¿Cómo voy a apoyar a una HB convertida en payaso de un militarismo de corte fascista? ¿Cómo me voy a identificar con dirigentes que lo único que saben hacer es aplaudir los atentados de ETA y pedir más muertos?". Es un comentario del 17 de noviembre de 1985. Sólo hacía un mes que la chica feroz, como la define uno de sus vecinos, había regresado a Guipúzcoa.

Donosti, precisamente donde la presión del nacionalismo ha sido más potente, fue el lugar elegido por el viudo de Yoyes, Juan José Dorronsoro, para crear el hogar donde Akaitz iba a vivir desde 1986. En una calle del barrio de Gros viven hoy padre e hijo. A pocos metros de su casa, en el respaldo de un banco, se pueden leer unas pintadas: "Gora ETA, España puta, España muerte". Pero por la calle, tras la salida de los colegios, circulan chicos con una tabla de surfing bajo el brazo, camino de la playa. Como si fuera el día más tranquilo del verano. Akaitz también coge olas en la playa. Y anda en bicicleta. Con sus amigos se acerca hasta Añorga, y allí, en el frontón, juegan al fútbol hasta que cae la tarde. También le gusta el cine, y visitar las tiendas de deportes donde se compran piezas y embellecedores. Luego, en el garaje del padre de uno de los chicos, pasan horas dedicados a arreglar las máquinas. Hoy, Akaitz es un niño menudo, de baja estatura, que usa unas gafas de montura liviana y viste pantalones cortos y camiseta de algodón blanca. Tiene un rostro atractivo; la boca de labios llenos bien dibujada, la mirada serena y potente. Cuando era pequeño, él y su padre viajaban a menudo a Ordizia para ver a la familia González Cataraín. Hoy los dos Dorronsoro han creado su propio círculo y esas visitas se han hecho menos frecuentes. Los vecinos de Ordizia, el pueblo de su madre, recuerdan haber visto a Juanjo Dorronsoro y a Glori, una de las hermanas de Yoyes, hoy profesora de Historia en el Instituto de Beasain, paseando al niño en el cochecito. Era un niño normal, dicen, pero pocos se acercaban a saludarlo. Desde que Yoyes regresó a Euskadi y el Goierri apareció sembrado de amenazas de muerte contra ella, los Cataraín dejaron de ser la familia de la heroína -de la única mujer que llegó a ser jefa de ETA- para convertirse, también ellos, en traidores. No es que todo el pueblo pensara de esa manera, pero sí la gente de HB, que, sin ser los más, mantenían amordazados a todos. Por ejemplo, el abuelo de Akaitz, oriundo de León, franquista recalcitrante, vio que en su tienda de ultramarinos las ventas disminuían. Por otro lado, algunos de los hermanos Cataraín, incapaces de asimilar que ETA había matado a Yoyes, atribuyeron el asesinato a una venganza personal y lamentaron que el asesinato se hubiera producido sin un anuncio oficial de que ETA se disponía a atentar contra las personas que dejaran la lucha y regresaran a Euskadi.

Lo cierto es que los tíos de Akaitz, que vivían en aquellos años inmersos en su burbuja de fanatismo y eran entre los radicales los más radicales de todos, cambiaron tras el asesinato de Yoyes. Asun, la mayor, militante de las Gestoras pro Amnistía, trabaja ahora, con idéntica pasión, con Gesto por la Paz. A Isa, que en tiempos estuvo en ETA y sufrió prisión por ello, se la ve en las manifestaciones contra ETA. También a Glori, que confiesa que la muerte de su hermana supuso un cambio radical en su vida. Lo de José Luis es diferente. Fue concejal de HB y miembro de ETA, y sólo 10 años después de la muerte de su hermana se atrevió a decir en la televisión vasca que nadie tiene derecho a matar a nadie. La declaración debía de ser algo excepcional, porque indujo a que un vecino le dijera: "Me ha parecido bien, sé que es difícil para ti". José Luis se ha negado a decir a EL PAÍS si continúa o no en HB. Ella desaparecida, solos el padre y el hijo, cuando Juanjo tendía a Akaitz sobre la cuna para dormir, cubría el cuerpo del bebé con un rebozo mexicano que Yoyes había traído de México y que ella siempre guardaba a mano para echárselo sobre los hombros. Dorronsoro es quien ha cuidado a ese niño, y lo ha protegido de ser el hijo de un símbolo. Él y dos de sus hermanas, solteras, que viven cerca del padre y el hijo. Dorronsoro es profesor del liceo Santo Tomás, donde imparte clase de filosofía. En esa misma ikastola, Akaitz cursa sus estudios.

El liceo es una de las ikastolas más prestigiosas de Guipúzcoa, creada en los momentos de pleno auge de la recuperación del euskera. Allí se han escolarizado los hijos de muchos padres de clase media y fe nacionalista. No sólo era el lugar apropiado para aprender el idioma, también enseñaban a los niños las raíces y las tradiciones del pueblo donde habían nacido, cercenadas durante el franquismo. Y eso se ha hecho con fervor durante años, al igual que en otras ikastolas. El liceo, como el resto de estos centros, y como la sociedad vasca, ha vivido un proceso paralelo al que ha seguido la implantación de las ideas nacionalistas en el País Vasco. Un desarrollo en el que se ha llegado a un punto, en la actualidad, que provoca en una madre cuyos hijos se educaron hace años en ese colegio la siguiente reflexión: "Ahora yo no llevaría a mis hijos a ninguna ikastola. Es meterte en la boca del lobo. Es que hoy en Euskadi hay menos ETA, pero mucho más nacionalismo". Por eso mismo, precisamente, algunos padres de origen inmigrante y que no hablan euskera, lo han elegido para educar a sus hijos. "Me cuesta mucho dinero", dice la madre de un alumno, "pero es la única manera de asegurar un futuro para mi hijo. Aquí si no sabes euskera no puedes ser ni barrendero".

A mediados de los ochenta, HB comenzó su implantación en las ikastolas e institutos. Eso desembocaría, en los noventa, en la explosión de violencia callejera de los más jóvenes; quema de autobuses, de cabinas telefónicas, lanzamiento de cócteles molótov. ETA y HB empujaban en la calle, a base de muertos y violencia, y el PNV marchaba en pos de más y más nacionalismo. Ramón Etxezarreta, concejal socialista en el Ayuntamiento de San Sebastián, dice que "hay una imagen de cultura nacionalista que ha cuajado en la sociedad y ha llegado a formar un magma que llega a todas partes, afectando también a la vida de los no nacionalistas". "Pero eso no es de ahora", asegura Miguel Calvillo, que tiene una gestoría en Ordizia. "El PNV siempre ha inculcado esa idea en la política institucional, en la educación y en el día a día".

La clase de conocimientos que se imparte en las ikastolas tiene la fe nacionalista como guía. En este mismo periódico se ha contado que la editora Elkar, por ejemplo, la de mayor implantación en las ikastolas, enseña en sus libros de historia una Euskal Herria formada por las cuatro provincias situadas en España y las tres localizadas en Francia. Por eso, España y Francia son referencias de importancia equivalente. Y el pensamiento político más extremado de Sabino Arana se estudia en el primer ciclo de la ESO sin atisbo de crítica, ni siquiera cuando expone sus ideas más radicales: "Todos los maketos (inmigrantes), grandes y pequeños, burgueses y trabajadores, sabios e ignorantes, buenos y malos, son enemigos de nuestra patria" (revista Bizkaitarra, 17-12-1893). Pero inmersos en la defensa de una pureza nacionalista que siempre era poca, se empezó a censurar incluso a ciertos vascos ilustres, pero no tan nacionalistas como el momento exigía. En la enciclopedia infantil Mega Txikientzat, en el apartado dedicado a los vascos del siglo XX, no se encuentran vascos tan ilustres como Unamuno, Baroja, Chillida, Blas de Otero o Celaya.

En el liceo Santo Tomás, después de todo un centro privado, en un momento dado, la dirección, desbordada, decidió reducir el derecho asambleario de los alumnos a los dos últimos cursos. Lo cuenta el padre José Mari Aranalde, nacionalista, euskaldun y recién jubilado. Fue desde 1968 profesor de Formación Humana en el liceo Santo Tomás, al que acude Akaitz. Reconoce que alrededor de 1985 en el liceo había posturas radicales lideradas por seis o siete profesores que pertenecían a HB, y asegura que posteriormente el grupo radical se ha marginado y sólo hay un profesor afín a esa formación política, que imparte clases de histo

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ria. "Pero no historia de España", según la madre de un alumno, "porque mi hijo no sabe que hubo un Dos de Mayo, ni un Dieciocho de Julio". El caso es que, a pesar de la corrección que el liceo ha llevado a cabo, en una reunión de profesores del curso 1996-97, al plantearse la actitud que debía tener el colegio ante el problema de la violencia, Aranalde sintió la necesidad de decir: "Quiero que me expliquen cómo empiezo mis clases, cuando he constatado que la víspera algún profesor y algunos alumnos del liceo han estado gritando: "¡ETA mátalos!". Nadie se atrevió a contestarme. Nadie se atreve a tomar decisiones radicales".

Para Aranalde "no hay colegio capaz de impermeabilizar contra la propaganda de HB, a la que se han dejado arrastrar los nacionalistas del PNV". Los dogmas del nacionalismo, el euskera, el país, y que España es el enemigo, no se pueden tocar. Y sobre ellos ha sido fácil levantar la violencia. ¿Qué van a decir los chavales? Porque aquí, en Euskadi, los chavales pueden hacer todo; blasfemar, quemar autobuses, menos hablar espontáneamente en castellano. Eso no se consiente; es políticamente incorrecto. "La mitificación ha llegado a tal extremo", dice la donostiarra, que piensa que llevar a los hijos a una ikastola es meterlos en la boca del lobo, "que muchos chicos creen a pie juntillas que Euskadi ha sido alguna vez un país independiente y feliz, un paraíso que los españoles destruyeron".

Si tienes 15, 16, 17 años y vives en Euskadi, hacerse un hombre todavía puede resultar una tarea que implica algunos riesgos. Aranalde reconoce la dificultad de explicar a un adolescente dónde están los límites que no se deben traspasar. "Porque el joven es utópico, lanzado, y en él ha fructificado la semilla que su padre plantó, que consiste en pensar que hay un riesgo permanente de que lo vasco desaparezca, y que ese es un proyecto que siempre han albergado los españoles".

En cuanto a la preeminencia del euskera, en el liceo sólo hace feo hablar en castellano; en otras ikastolas llegan más lejos. En una de ellas dicen a los niños, por ejemplo, que si se les escapa una frase, una mascota se enterará y se lo dirá de inmediato a la profesora para que les castigue. A pesar de que el liceo ha puesto coto a los excesos, no ha podido evitar que del alumnado hayan salido algunos célebres miembros de ETA y HB; Valentín Lasarte, el asesino de Fernando Múgica; Miguel Albisu, alias Antza, responsable del aparato político de ETA, al que se supone autor del comunicado donde se anunciaba la tregua de la banda. Antes de eso, Antza organizó la fuga de un preso de la prisión de Martutene en los bafles del cantante Imanol. Y Joseba Permach, concejal de HB en el Ayuntamiento de San Sebastián y miembro de la Mesa Nacional, uno de los que ha participado en las conversaciones que han llevado a la citada tregua. El alumno Akaitz, que habla euskera con acento de Ataun, el pueblo de su padre, en las clases de Formación Humana preguntaba como todo el mundo, pero Aranalde no recuerda que estuviera especialmente interesado por el tema de la violencia. Lo describe como un chico normal, delicioso, algo solitario, capaz de divertirse solo y de andar por su cuenta. "Quizá se hace muchas ilusiones sobre sí mismo, pero es un chaval educado, con cierto toque artístico". El profesor le regaló un libro de Xalbador, un famoso bertsolari, y le escribió una dedicatoria: "En recuerdo de tu madre, y para que quieras mucho a tu padre".

"El hijo de Yoyes es un buen alumno, aprueba las asignaturas y no anda con sus compañeros de clase que llevan ya las alforjas al hombro", dice Aranalde refiriéndose a los chicos que siguen las consignas de Jarrai. (Este grupo, tras el anuncio de tregua de ETA, ha dicho que continuará la lucha en la calle). Cuando Akaitz era pequeño, lo enviaron a un campamento de verano. De regreso, una amiguita le escribió una carta que llevaba una ikurriña pintada y una frase en euskera: "Insumisión o muerte", un lema de HB. Akaitz se lo enseñó a su padre, quien le preguntó qué le parecía. El niño respondió que estaba de acuerdo con la idea de una Euskadi libre, pero que no compartía el modo de conseguirlo de su amiga. Akaitz ha crecido desde entonces. "Es un niño normal, completamente normal", insiste nuevamente en esa palabra un conocido de Juan José Dorronsoro. Seguramente a un chico normal en Euskadi no le parece que los que rompen farolas o incendian cabinas de teléfonos o tiran cócteles mólotov sean gente con cuernos y rabos.

Ese es el mundo de Akaitz; donde la palabra normal tiene un significado diferente al que tiene en otras partes. Un mundo donde la vida social y familiar se desarrolla, en muchos casos, llena de conflictos que marcan unas pautas de convivencia, producen complicidades o rencores. Un antiguo colaborador de ETA, cuyo hermano es de HB, explota: "Es que a veces me han entrado ganas de incendiar el coche de mi hermano, y llamar a la Ertzaintza y decirle: "¿Qué pasa?, he sido yo, detenedme".

Es un ejemplo, una reacción aislada, pero sin duda ETA ha valorado ese hastío ciudadano, el cansancio de muerte, para ofrecer su tregua. Pero hay más. Y es que por primera vez una parte de la sociedad vasca se siente asfixiada no sólo por los muertos del terrorismo, también por ese magma nacionalista que ha inundado la sociedad. "Es que el PNV ha llegado a extremos insoportables", comenta un ciudadano que ha defendido toda su vida la identidad vasca, la implantación del euskera, altos niveles de autonomía para Euskadi. Otro ejemplo lo ofrece Kepa Korta, que perteneció a Euskadiko Ezkerra y que ha decidido llevar a su hijo a un colegio público, en vez de a una ikastola, para que comprenda algo importante desde pequeño: que hay vascos con apellidos españoles con los que va a tener que convivir. Él es uno de los optimistas, piensa que las cosas están cambiando irremediablemente. No es una contradicción que en su pueblo, que fue cuna de ETA y de Yoyes, actualmente HB tenga tres concejales, los mismos con que contaba en 1986. El cambio ha cuajado entre los demás; en esa mitad que no vota a los partidos nacionalistas y que empieza a perder el miedo lentamente, pero también entre los nacionalistas moderados a quienes la toma de la sociedad por parte del PNV se les ha atragantado. Korta se muestra optimista en un sentido; asegura que desde hace meses todo indicaba el fin de la violencia, y que eso supone una esperanza. Pero, llegados a este punto, su optimismo se desvanece: "Desde luego, lo malo vendrá después, cuando, finalizada la violencia definitivamente, nos encontremos con que la sociedad está dividida en dos mitades. Entonces, ¿qué haremos?". Los datos de la última encuesta del Gobierno vasco parecen darle la razón; la mitad de los vascos entre los más jóvenes son independentistas, lo que no parece augurar nada bueno, aunque sólo sea porque eso indica que la otra mitad no lo es.

Y Akaitz, ¿qué camino tomará? Tal vez escuche la voz de su madre, una etarra que de vuelta a Guipúzcoa, en 1985, escribió: "En Euskadi se está perdiendo, en la mente de bastantes personas, el aspecto universal del ser humano, en aras de un ensalzamiento desmesurado del aspecto particular, propio de la identidad nacional".

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