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El supermercado europeo

España es el país donde con mayor facilidad se pueden conseguir productos prohibidos

Carlos Arribas

Circulaban por los ambientes deportivos mitos y leyendas más próximos al argumento de una novela negra que a la realidad ahora revelada. Sería para darse aires de importancia, para envolver en el misterio una actividad cotidiana o, más probablemente, para desviar la atención de los productos más peligrosos, más impenetrables, más desconocidos. Sería por lo que fuera, pero, por ejemplo, en el último Tour, quien hablara, en susurros y a altas horas de la madrugada, con un entendido en el mercado de productos dopantes acababa mareado. Salían a relucir contactos entre masajistas belgas, italianos o españoles que a la luz de la luna o bajo la barra de un bar se pasaban a altas horas de la madrugada cajas con anfetaminas o anabolizantes o lo que fuera. Salían también a la luz viajes de un fin de semana a Andorra, decían que el paraíso, lugar en el que cualquiera podía falsificar una receta y hacerse con las cajas que quisiera de EPO o de hormona del crecimiento o de lo que fuera. Otros hablaban de compras por Internet a misteriosas direcciones en Australia o Estados Unidos, donde uno se hacía no sólo con los socorridos anabolizantes sino con sustancias ignotas y con nombres de prototipo, como PFC, la sangre artificial, o GBH, o IGF1 o Interleukine 3.

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O también se podían, se puede aún, leer historias noveladas, noticias de policías y ladrones. Cómo la policía italiana desbarató una red de tráfico de sustancias dopantes que nacía en los gimnasios de fisioculturismo y se extendía por todos los deportes: patadas a las cinco de la mañana en habitaciones de pacíficos directores, huidas con neveras cargadas de EPO y camuflaje en coches anónimos de sustancias prohibidas. Y cómo empezó todo en el Tour: un masajista de un equipo cruzando una frontera por un paso de contrabandistas a las cinco de la mañana con un coche cargado de EPO y otros productos peligrosos. Y luego jueces y policías persiguiendo a un pelotón, registrando coches y camiones, deteniendo sospechosos.

Hasta se llegó a hablar, y escribir, de deportistas que fingían alguna enfermedad para ingresar alguna noche en un hospital y dedicarse a saquear la farmacia para hacerse con unas buenas cajas de EPO y de hormona del crecimiento.

O las historias que se oyen de médicos deportivos que se han montado el negocio vendiendo dopaje a deportistas aficionados.

¿Quien no llegó a pensar este verano que hacerse con una caja de EPO no era más difícil y peligroso, y hasta caro, que dar con una buena dosis de heroína?

¿Para qué todo eso, con lo fácil que es llegar a una farmacia española y cargar con lo que haga falta para una temporada sin tener que dar explicaciones a nadie?

Con este dato en la cabeza, y con la prueba correspondiente, la respuesta de los confidentes varía. "Ah, sí, en España es más fácil que en ninguna parte", explica una persona que conoce a proveedores habituales en el mundillo ciclista. "Pero aquí, en España, nosotros, los españoles, no solemos comprar a lo grande, porque nos conocen y si alguien se pusiese a investigar sería muy fácil dar con nuestra pista, preferimos surtirnos en Andorra o Italia y Grecia". Así que son franceses, belgas y holandeses quienes se aprovisionan en las farmacias españolas de productos que en sus países resulta imposible conseguir sin controles severísimos y que, además, salen mucho más baratos, porque, no se olvide, España es el país europeo en que más bajos son los precios de los medicamentos. Más que un supermercado es casi un híper.

Así, más de uno recuerda que el camión del equipo ciclista holandés TVM en el que fueron encontradas más de 100 dosis de EPO la pasada primavera en una autopista francesa cerca de Reims (el médico del equipo sigue en prisión) regresaba a Holanda después de haber estado disputando el equipo carreras en España.

La facilidad con que es posible aprovisonarse en España de sustancias prohibidas también obligará a cambiar la percepción que se tiene del dopaje como una actividad necesariamente organizada en un equipo y bajo el control de un médico o masajistas. Cualquier deportista puede bajar a la farmacia de la esquina y comprase una caja de lo que le apetezca. No se necesita un médico para ponerse todos los días una dosis de EPO con una inyección subcutánea. Sólo hace falta el dinero para comprarla y la voluntad de doparse.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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