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La persona Saramago

La concesión del Nobel a José Saramago, para alegría de sus fieles lectores y rabieta del Vaticano, por supuesto honra al escritor portugués, pero sobre todo prestigia a la Academia Sueca y revela su actual independencia, ya que premiar en este globalizado fin de siglo a un escritor confesadamente comunista, no creo que la bienquiste con los turiferarios del poder. Pocos días después de que el Papa beatificara a un personaje croata que colaboró abiertamente con el fascismo, la hipócrita indignación del Vaticano ante el último Nobel, mereció esta respuesta de Saramago: "El Vaticano se escandaliza fácilmente por los demás y no por sus propios escándalos. Me gustaría que el Vaticano me explicara qué es eso de ser un comunista recalcitrante. Quizá quieren decir coherente. Yo sólo le digo al Vaticano que siga con sus oraciones y deje a los demás en paz. Tengo un profundo respeto por los creyentes pero no por la institución de la Iglesia. El cristianismo nos enseñó a amarnos los unos a los otros. Yo no tengo la intención de amar a todo el mundo, pero sí de respetar a todo el mundo".La verdad es que el comunismo militante de Saramago nunca le ha asimilado al llamado realismo socialista. Sus novelas son de un nivel y un rigor literarios verdaderamente excepcionales. No sólo es un narrador original, sino que además tiene el coraje de lanzarse a escribir sobre temas que no parecen los más aptos para la literatura. Aparte de El año de la muerte de Ricardo Reis, esa obra maestra que lo lanzó a la fama, sus dos últimas novelas, Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres, indagan, no en las apariencias sino en las esencias del ser humano. Estas obras fuera de serie son dos grandes metáforas, dos insólitas ficciones, pero una vez instalado en ellas, el autor las maneja con la misma naturalidad que si fueran relatos costumbristas. El lector encuentra que lo estrafalario se le vuelve cotidiano, que lo paradójico se le torna corriente, y eso es lo más perturbador, porque, entre otras cosas, ese lector se vuelve ciego con todos los ciegos y recupera la visión junto con ellos. Sin embargo, el verdadero complemento de esta obra espléndida es José Saramago como persona. Y confieso que a esa persona la admiro tanto como a su obra. Tuve la suerte de conocerlo en 1987. Habíamos asistido a un Encuentro de Escritores en Berlín y estuvimos cinco horas en el aeropuerto de Roma, esperando la conexión con un vuelo que nos trajera a Madrid. Él estaba con su mujer, Pilar del Río, una simpática andaluza, que con los años se convertiría además en su mejor traductora. Cinco horas son suficientes para traer a colación todos los temas del Universo y sus alrededores. No nos habíamos leído mutuamente, así que, a instancias de Pilar, nos empezamos a "contar" nuestros libros. Lo mejor fue que de ese encuentro casual nació una buena y firme amistad, que tuvo una linda culminación cuando, al día siguiente del anuncio del Nobel, me llamó desde el avión que lo conducía de Francfort a Madrid (yo estaba todavía convaleciente de una operación) y pude así trasmitirle mi fuerte abrazo aéreo.

Algo que admiro en Saramago es su coherencia y su valor para mantenerla. Recuerdo que en 1992, en plena Exposición de Sevilla, dijo cosas como ésta: "Existe la irresistible tentación de preguntarnos si los gigantescos imperios industriales y financieros de hoy no estarán, como poder supranacional que son, reduciendo la probabilidad democrática, que se encuentra hoy conservada en sus formas, pero, si no me engaño, demasiado pervertida en su esencia". Varios años después, cuando se presentó en Madrid la versión española de Ensayo sobre la ceguera, Saramago expresó su polémica opinión sobre la democracia, y que era más o menos así (no he guardado la cita textual): Es cierto que, en democracia, los pueblos eligen a sus parlamentarios, a veces a su presidente, pero luego esos gobernantes democráticamente elegidos, son presionados, dirigidos, administrados, manipulados y virtualmente suplantados, por grandes decididores supranacionales, tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Trilateral. "Y a éstos", preguntó Saramago, "¿quién los elige?".

Y hace pocas horas, en la multitudinaria reunión de prensa que concedió en Madrid tras la obtención del Nobel, recordó que un grupo social francamente minoritario era el dueño de la aplastante mayoría del capital mundial. Y concluyó: "Por eso este mundo es una mierda". Lo ovacionaron.

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Que en la globalización de la hipocresía en que vivimos, cuando la felatio de Monica Lewinsky ocupa más titulares de prensa que la crisis palestino-israelí, el derrumbe de la bolsa nipona o la extensión del sida; cuando la globalización de la frivolidad no sólo abarca a consumidores y consumidos, sino también a políticos e intelectuales; que justo ahora surja un escritor que no le hace ascos al compromiso y dice con toda claridad y sencillez su decálogo de verdades, me parece un formidable acontecimiento. Para muchos intelectuales que transitan con su pedestal a cuestas, y aportan su silencio culposo para no malquistarse con el Big Brother, la actitud normal y sin tapujos de Saramago es un directo a la conciencia. Nunca lo hemos visto hacer concesiones para obtener premios o privilegios, y cuando en su país se topó con la censura, prefirió exiliarse con Pilar en Lanzarote, donde viven tranquilos con su perro Camoens y donde los nuevos libros han ido eclosionando. Desde esa isla singular, viaja y atiende con oído faulkneriano el sonido y la furia del mundo. Con su mejor solidaridad, se sumerge en Chiapas. Trata (para arrechucho de la Iglesia) de humanizar al mismísimo Jesús. Les recuerda a los jóvenes que si él hubiera muerto a los 60 años, no habría escrito nada, y a sus 75 años agrega: "Quiero que los jóvenes sepan que los viejos estamos aquí para trabajar". Y él trabaja. Novela tras novela. Compromiso tras compromiso. "Toda mi obra es una meditación sobre el error", dijo en 1990. Quizá por eso atraviesa la historia, la ceguera, la rutina, la fe, como un conato de desfacer entuertos, y también de enmendarse a sí mismo la plana. Con Nobel o sin Nobel, José Saramago es uno de los creadores más notables que ha dado este siglo que nos deja, y no sólo de la desatendida lengua portuguesa, sino de la universal lengua del hombre.

Mario Benedetti es escritor uruguayo.

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