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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña va bien

LA DIADA Nacional de Cataluña es desde hace años una celebración meramente institucional y previsible. Para la mayoría de los catalanes, la festividad patriótica no pasará de ser el espléndido inicio de un largo fin de semana. Ciertamente, no faltará el habitual folclor de los pequeños grupos independentistas que sacarán a la calle algunos miles de manifestantes. Pero las fuerzas políticas mayoritarias reducirán su actividad política a la rutina de las declaraciones, la tradicional ofrenda floral ante la estatua de Rafael de Casanova y la recepción cívica en el Parlamento autónomo.Este Onze de Setembre no llega envuelto en especial polémica. El presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, asegura que toda su atención se centra en el futuro: CiU está trabajando para el 2010. Su mensaje institucional con motivo de la Diada ha tenido como eje el mantenimiento de la identidad catalana en la era de Internet. En el presente, así lo aseguran desde su propio Gobierno, Cataluña va bien.

Los traspasos pactados entre PP y CiU están prácticamente ultimados. Y no sólo eso: el Gobierno central se ha mostrado generoso con sus socios parlamentarios e incluso ha aumentado las dotaciones presupuestarias para el despliegue de la policía autonómica y para saldar la "deuda histórica" que, según el Gobierno de CiU, creó la infravaloración de estas competencias. Los nacionalistas conservadores catalanes hacen un balance positivo de las cotas de autogobierno alcanzadas gracias a su alianza con el PP.

La tranquilidad política de esta Diada sólo se ha visto animada por el clima preelectoral. Este año coincide con el banderazo de salida en la carrera hacia el Palau de la Generalitat. Y por vez primera, Pujol tiene enfrente a un adversario al que reconoce como un rival con posibilidades. La entrada en la escena política autonómica de Pasqual Maragall como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat ha llevado la intranquilidad a las filas de una coalición nacionalista que no tiene resuelta ni la sucesión de Pujol ni el futuro de las relaciones entre Unió y Convergència.

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Las vísperas electorales llegan también en un momento de relevo ideológico, que sitúa en la arena del debate casi todos los conceptos históricos que han venido caracterizando al catalanismo y al nacionalismo. La candidatura de Maragall pretende superarlo con un proyecto federal, que cierre la etapa del nacionalismo de enfrentamiento entre Cataluña y el Estado.

El nacionalismo de Pujol, en cambio, se debate entre la satisfacción por el balance positivo que presenta de su política de alianza con el Gobierno central y la necesidad de nuevos objetivos que den satisfacción a su electorado. La vía de la confrontación posibilista parece agotada, incluso para los socios democristianos de Pujol, que quisieran comprometerse en responsabilidades de gobierno con Aznar. La tentación alternativa de un nacionalismo más radicalizado, en sintonía con la Declaración de Barcelona, puede poner en riesgo la vocación mayoritaria de los convergentes.

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