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Cajeros chamuscados

El pasado mes de agosto ha traído a nuestras calles una nueva forma de borroka. De hecho, la kale borroka parece haberse transformado en etxe borroka, si es que vamos en busca de alguna simetría. La lucha callejera es ya lucha inmobiliaria, movida que no afecta al tráfico viario, sino al mismo Registro catastral. Todo empezó en Getxo, a mediados de agosto, y ha continuado en Zumarraga, Bergara y Hernani. De pronto, una marea de vecinos bajando precipitadamente la escalera, sin tiempo de recoger el cepillo de dientes o la ropa de los niños, incluso sin saber muy bien qué es lo que pasa: no contaban con nuestros patriotas, especialistas en el desahucio sumarísimo. En Euskadi arden edificios como arden montes y matojos en otras partes del Estado. La búsqueda y compra de un piso, que es labor ardua para las jóvenes parejas, se va a transformar a partir de ahora en algo aún más heroico: no es sólo la amenaza de la ejecución hipotecaria lo que les puede amedrentar. Junto al banco prestamista, también tendrán que considerar en la cuota de riesgo a los aguerridos grupos Y, dispuestos a acabar con su incipiente patrimonio. Todo comienza a menudo con los cajeros automáticos. Un cóctel especialmente explosivo, que no desencadena la cirrosis, sino una espectacular fogata. De pronto el fuego sube por la escalera. Madera seca, tubo de aire, y un trozo del infierno se hace fuerte en medio del salón. Uno no entiende qué es lo que existe contra los cajeros automáticos, benéficos artefactos que permiten a cualquiera disponer de fondos para copas cuando ya es de madrugada. Sin ninguna culpa por su parte, los cajeros automáticos parecen haberse convertido en paradigma del sistema opresor. Notable tontería. Los cajeros no oprimen a nadie; como mucho lo hacen sus propietarios, las entidades financieras, de forma más bien abstracta, y no precisamente por criterios de patriotismo español, ya que el dinero no tiene patria, como bien sabe cualquier broker. Por cierto, los brokers trabajan habitualmente en inglés, y no en la lengua de Cervantes. Pero explicar todas estas cosas a aguerridos quinceañeros debe de ser bastante complicado. Doctores tendrán el instituto o la ikastola, que intentarán, sin éxito, limar el pelo de la dehesa. Los alumnos levantiscos cuentan con la soberbia propia de su juventud, que combinada con un abertzalismo radical forma un cóctel explosivo, un cóctel ideológico, de hecho, mucho más peligroso que cualquier cóctel mólotov. Se ha comentado que en alguno de los edificios desalojados en Bergara, con motivo de uno de estos simpáticos incendios, residía la mujer de José Luis Elkoro, ex miembro de la Mesa Nacional de Herrri Batasuna. No hay que desear a nadie la desgracia de ver su casa reducida a cenizas, pero quizás habría que apuntar las escasas aptitudes de los máximos estrategas de la kale borroka para el mantenimiento de su propio electorado. Como sigan por este camino, muchos simpatizantes de la cosa radical van a verse directamente perjudicados ante el ímpetu de la chavalería afecta. La singular lucha política que proponen no se arredra ante nada: cualquier día, sin querer, quemarán la casa de un dirigente de las Gestoras pro Amnistía, o incendiarán el turismo de un histórico, y a ver quién dice nada, siendo como son la vanguardia del movimiento. El análisis electoral, que siempre parece una disciplina complicada, encuentra ahora un nuevo ámbito de estudio. Habrá que ver quién sigue siendo abertzale-socialista cuando tus propios muchachos te dejan con lo puesto. En algunas comunidades de vecinos va a prosperar el sentimiento antiviolento, demandado con apremio por el legítimo derecho a la propiedad privada.

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