_
_
_
_
_

El día después llega la imagen de la desolación

Pere Fons era la imagen de la desolación: la ropa manchada de negro, los ojos cansados y tristes y muy pocas ganas de hablar. Tras tres días de intensa lucha contra el fuego, ayer era el día después: "Cuando al abrir la ventana te das cuenta de lo que ha sucedido". Ahora sólo les queda descansar, lamentarse y evitar que se reavive el fuego en las pocas zonas donde todavía no ha prendido. Pere es el yerno de Josep Maria Duocastella, uno de los heridos por el fuego, ingresado en el hospital Vall d"Hebrón de Barcelona. Josep Maria Doucastella tiene una masía, Biosca, en la sierra de Castelltallat, una de las zonas más afectadas por el incendio en la comarca del Bages. En pocos días, ha visto como le desaparecía uno de sus principales valores, el bosque, por el que tanto ha luchado. Por suerte, ha salvado la casa y el olmo que la acompaña. Pero no le ha quedado nada más. Su sobrino, Martí Riera, de unos 12 años, tampoco se mostraba muy animado. Llevaba muchas horas sin dormir, trabajando como el que más. Su estatura le permitía acceder a zonas donde nadie podía llegar, y se comportó "como un valiente" apagando las llamas con su pequeña mochila llena de agua adosada a la espalda, afirmaba su tío. Incluso lo rescataron del fuego cuando su vida corría serio peligro. Martí estaba desolado porque llevaba todo el verano recogiendo paja y almacenándola en el pajar, ahora calcinado. Todos los que participaron en la lucha contra el fuego, los propietarios de las masías, los voluntarios o los agentes forestales, han vivido momentos de peligro. "El fuego da miedo, pero cuando ves que todo lo que quieres peligra, haces de tripas corazón y lo afrontas", aseguró Carles Ferrer. Es el pequeño de dos hermanos y vive junto a sus padres y abuela en la masía Cal Ferrer. La casa donde viven "desde siempre" estaba ayer rodeada de una arboleda negra y una tierra gris. La Guardia Civil les recomendó que abandonaran su hogar porque peligraban sus vidas, pero se negaron. "¿Qué vamos a hacer si perdemos nuestro patrimonio?" se preguntaban. Sólo temían que el agua comenzara a escasear; algo que no llegó a suceder. Su decisión les permitió salvar la casa, los cerdos y los conejos, aunque el tejado y el interior del pajar ardieron. Por fortuna, la cosecha había sido recogida unos días antes y las consecuencias del incendio no serán , al menos, tan desastrosas. Sin embargo, no todos pueden decir lo mismo. Algunos, pocos, han perdido las cosechas. Cal Pons, a unos kilometros de distancia, cerca de la ermita de Castelltallat, ha visto el 75% de su cosecha perderse y también la maquinaria, que, al estar averiada, se había quedado en medio del campo a merced del fuego. Sus propietarios eran incapaces de articular unas palabras. Montserrat Ferrer es la prima de Carlos y vive con su familia en la masía Cal Goberna, situada en la cima del cerro del mismo nombre. Son masovers y llevan 29 años trabajando esa tierra. La aman. El sábado, cuando las llamas rodeaban la casa, Montse se encontraba en su interior y, al tocar el marco de la ventana, se quemó. En ese momento, comprendió que lo podían perder todo. Sin embargo, como si de un milagro se tratara, el fuego saltó por encima del eral y avanzó hacia el otro lado. "No me preguntes cómo, porque ni yo lo entiendo", respondió con cara de incredulidad. En su caso, la buena estrella les acompañó, porque el día antes del incendio terminaron de recoger la cosecha de trigo. Avanzando por los caminos que cruzan la sierra de Castelltallat, la imagen se repetía una y otra vez: extensiones inmensas de pinares calcinados y el olor intenso a madera quemada que se impregnaba en la ropa. Nadie se explicaba la virulencia del fuego: quizás la sequedad de la tierra, la poca humedad o el fuerte viento que lo arrastraba todo en segundos. Lo que sí tenían todos muy claro es que los medios llegaron tarde: "Los recursos deben actuar en el momento adecuado porque no es sólo cuestión de buena voluntad, sino también de eficacia", aseguraba Pere Gassó, de la masía Biosca. El futuro para los habitantes de la sierra de Castelltallat es una incógnita. Muchos viven de la tierra, pero también del turismo rural, en el bosque al que acuden miles de visitantes todos los años para disfrutar de una de las zonas forestales más bellas de Cataluña. Las perdidas económicas son, por ahora, incalculables.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_