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Reportaje:

La soledad pende de un hilo

Soledad, el peor enemigo de la vejez. Y el más frecuente, según los expertos. Buscado o encontrado, este mal atenaza a muchos mayores. Su antídoto, la compañía, es un bien escaso. Tanto, que el Teléfono Dorado no deja de sonar en un edificio del Rastro. Es la línea gratuita (900222223) para hacer compañía a las personas de edad que la organización no gubernamental Mensajeros de la Paz sostiene desde el otoño de 1995.Desde aquella fecha, el número ha recibido tres millones y medio de llamadas, de las que, por falta de medios, sólo ha podido atender 741.891. Los mayores madrileños son los principales clientes: de cada 10 comunicaciones, casi dos proceden de la región (19%). Le sigue Andalucía (16%). Ninguna otra comunidad autónoma llega al 10%. "En Madrid hay más gente mayor que en otros sitios, y está más acostumbrada a usar el teléfono. Además, conoce mejor nuestro servicio", explica el coordinador regional del Teléfono Dorado, Felipe Gutiérrez.

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Al otro lado del hilo, los voluntarios encuentran casi siempre el mismo cuadro. "La inmensa mayoría de las personas que llaman lo hacen porque se sienten solas y casi siempre deprimidas. Los dos problemas suelen ir juntos", señala Gutiérrez.

No es sólo un sentimiento, la soledad es real: seis de cada diez comunicantes no comparten la vivienda con nadie; el 44,3% son viudos y el 21,6%, solteros. Predominan las mujeres (72%). La mayoría (66%) tiene entre 60 y 79 años. Estos datos, obtenidos sobre el total nacional, son representativos para Madrid, según el coordinador. La duración media de las llamadas es de 20 minutos.

En un amplio cuarto, amueblado con mesas camilla, tres voluntarias están en plena tarea. Hablan con tono familiar, pero, sobre todo, escuchan y dejan explayarse al comunicante. Una comenta lo buena que es la fideuá, otra resta importancia a que en casa de su interlocutora hayan cortado el agua. La tercera elogia las ventajas de viajar.

"Los mayores no se quejan de problemas de dinero, sino de lo solos que están y de que su familia no les va a ver", explica Sonia, que atiende uno de los teléfonos. "Les ha cambiado mucho el mundo. Quizá agrave su situación el que ellos cuidaron de sus padres y de sus hijos, y ahora se sienten desatendidos por su familia. Cada uno hace su vida y el abuelo no tiene hueco", añade.

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Las voluntarias escuchan a veces palabras angustiadas; anuncios de suicidio, incluso. Cuando oyen un "ojalá no amanezca mañana", se afanan en remover los recuerdos alegres que pueda tener el comunicante, para frenar así el impulso destructivo.

Hay interlocutores que, al mal del aislamiento, suman el de la enfermedad. También los hay que piden ayudas concretas, para desplazarse al médico, por ejemplo. Entonces, los voluntarios (134 en Madrid, que cubren por turnos las 24 horas) recurren a los servicios sociales municipales o a organizaciones asistenciales.

"Sólo vengo a hablar"

Aunque el Teléfono Dorado sólo es un hilo, algún colaborador, a título individual, ha entablado una relación personal con alguna persona mayor que llama con frecuencia. Son excepciones. El servicio se limita a las conversaciones por el auricular. Y tiene sus ventajas. "Cara a cara, no podrían decir muchas de las cosas que sí expresan por teléfono", sostiene Elena, otra voluntaria.Amén de la voz, la presencia. La compañía es un bien que se cotiza alto en el distrito de Chamberí, el que cuenta con mayor porcentaje de población mayor en la ciudad (25,3%). Charla a domicilio y una mano en gestiones y recados es la tarea, "totalmente laica", que ha emprendido una veintena de voluntarios, organizados en la parroquia Santa María del Socorro (calle de Manuel Silvela, 14). Uno de sus impulsores, el sacerdote Francisco Tejeriza, sabe mucho de devotas que enlazan una misa con otra con tal de sentirse acompañadas. O de ciudadanos que se acercan al confesonario con un aviso: "sólo vengo a hablar". "No siempre son personas mayores", puntualiza este redentorista.

Una quincena de personas de edad recibe las visitas semanales de los voluntarios de la parroquia. Su coordinadora, Inmaculada Sánchez, universitaria de 24 años, señala que el primer obstáculo es el recelo de los mayores a abrir la puerta a un extraño. "Se defienden encerrándose", dice. "Están obsesionados con el pasado y con el desagradecimiento familiar. Dicen eso de "mis hijos y mis nietos me quieren mucho, pero estoy solo".

Las "ganas de vivir por los suelos", el desaliño en el vestir y la vivienda desatendida forman el cuadro habitual que encuentran los voluntarios. Ejercen su trabajo de forma laica. La compañía y las dosis de optimismo son la medicación que aplican a un problema demasiado amplio. La solución debe venir "de la mano de toda la sociedad". Y puede empezar, por ejemplo, con "una paciencia mayor de los conductores cuando un abuelo cruza un semáforo", afirma otra voluntaria, Lorina Mijares. "Todos seremos viejos", advierte.

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